Esbozos y rasguños
Kroos y la sacarina
Preferiría renunciar antes al sentido del olfato que a la presencia de Toni en mi centro del campo
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Estos partidos de Champions League en los que no hay demasiado en juego (salvo unos jugosos 2,8 millones de euros que bien valen para alicatar los baños del nuevo Bernabéu) son un buen simulacro para comprobar lo que podría llegar a ser una vida ... sin Kroos. Spoiler: no me gusta demasiado. Preferiría renunciar antes al sentido del olfato que a la presencia de Toni Kroos en mi centro del campo. En Berlín no jugó la primera parte y el Madrid lo notó sobremanera. No lograba carburar, algo fallaba en la sala de máquinas, el motor se ahogaba por momentos (cierto que también faltaban los lesionados Camavinga y Tchouaméni). En cuanto salió al campo tras el descanso, con su tranquilidad habitual, jugada a jugada, volvió a recuperar el control del partido hasta darle la vuelta como a un calcetín. En su línea general: sin aspavientos, sin adornos, sin poner cara de velocidad, sin dar la impresión de sudar demasiado durante el proceso. Pero es la red de seguridad de este equipo. Kroos tiene alma de artificiero: desactiva cualquier situación comprometida con un leve, preciso toque. Si acaso, con dos. Pero tres, como dicen que ocurre con los dry martini, ya son demasiados.
Es curioso el caso del jugador alemán: algunos se empeñan en hacernos creer que es de la misma promoción que Modric (cuando se sacan cinco años y además no tiene compromisos internacionales). Kroos es relativamente joven todavía. Pero por algún extraño motivo se ha instalado la sensación de que está en las últimas. Hay quien dice que varias veces ya ha amenazado con la idea de una retirada temprana. Por supuesto que no he leído tales declaraciones y asumo que es todo propaganda del enemigo para tratar de socavar los cimientos del centro de campo blanco. Soy un negacionista en este aspecto. Me hablan de un posible final de Kroos y yo respondo con mi opinión sobre Anatomía de una caída. Por mi salud mental.
Hace poco leía a Garci en su libro «Latir de cine» que estaba convencido de que la película Ordet sería en el futuro un bien tan valioso como Las señoritas de Aviñón o la sacarina. Me hizo muchísima gracia la ocurrencia, algo propio de un guión de Woody Allen. Como bebedor compulsivo de café que soy puedo dar fe de que la sacarina es desde hace tiempo una piedra angular en mi vida. Me la quitan y mi vida, en el sentido más literal de la expresión, se volvería más insípida de la noche a la mañana. Me sucede algo muy parecido con Kroos. Dios salve a la sacarina.