Ancelotti, más 'Carletto' que nunca

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El sábado certificó su segunda Liga con el Real Madrid, duodécimo título en total. Supera a Zinedine Zidane y ya solo ve por delante a una leyenda como Miguel Muñoz, que levantó catorce copas (9 Ligas, 2 Copas de Europa, 2 Copas y 1 Copa Intercontinental) entre 1960 y 1974. Y aunque los héroes son otros, nadie le niega buena parte del mérito. El italiano entró en la temporada en una posición de desventaja. Venía de ganar tres títulos (Copa del Rey, Supercopa de Europa y Mundial de clubes), pero había fallado en las piezas de caza mayor: tanto en la Liga, superado por el Barça de Xavi, como en la Champions, eliminado por el City en semifinales. No eran pocos los que daban por hecho que el italiano afrontaba su último esprint en el club blanco, sobre todo por el interés creciente de la Confederación brasileña de convertirlo en el nuevo seleccionador de la 'Canarinha'.

Por si fuera poco, el inicio del curso liguero trajo consigo las graves lesiones de Courtois y Militao, a las que se sumaría unos meses más tarde la de David Alaba. Ancelotti asumió el revés con elegancia. No pidió nada. No se quejó de nada. Hizo de la necesidad, virtud. Trabajó con lo que tenía y trató, a la vista está que con éxito, de sacarle partido. Por ahí llegaron las soluciones de emergencia, como las de colocar a Carvajal y Tchouaméni de centrales en partidos decisivos. Y puede que por ahí se explique también el extraordinario rendimiento defensivo del equipo blanco. El menos goleado, de largo, en la liga española y en una igualada pugna con el Bayer Leverkusen de Xabi Alonso por serlo también en Europa. Ese cerrojo defensivo ha sido una de los grandes obsesiones del entrenador.

Fu el 29 de diciembre del pasado año cuando Ancelotti y Florentino Pérez sellaron la renovación del técnico. Hubo consenso en la Casa Blanca, donde reina el convencimiento de que ningún otro técnico lograría en la actualidad sacar un rendimiento semejante a esta plantilla. Y hacerlo, además, con el poso y los valores que transmite el técnico de Reggiolo.

Ancelotti no conoce el látigo, no impone ni se altera. Es cariñoso con sus jugadores y tiene buen ojo para entender al palco. Solventó con éxito el ímpetu adolescente de Arda Guler, gestionó con criterio los minutos de veteranos como Modric o Kroos. Acertó en los primeros pasos de Bellingham con la camiseta blanca y lo convirtió en el mejor debutante de la historia del club, por delante de Cristiano Ronaldo. Y acompañó, aconsejó y defendió a Vinicius en la guerra del brasileño contra el racismo. Ni un mal gesto, ni una palabra más alta que otra, pero tampoco un solo paso atrás cuando creyó que debía defender los intereses de sus pupilos.

También salió airoso en la gestión de la portería, aunque ahí hubo de rectificarse a sí mismo y tardó en apostar por Lunin. Mientras intentaba que el ucraniano le entrara por el ojo lo alternó en el once con Kepa, en un experimento que no convencía a casi nadie. Tampoco a él. Está por ver qué ocurre ahora con el regreso de Courtois, al que dará minutos en Liga y, quién sabe, si la titularidad en una posible final de Champions.

«Me gusta el trabajo que hago y el ambiente donde lo hago. Tengo una ayuda importante de mi cuerpo técnico y de los jugadores. Creo que estoy en una nube, pero teniendo en cuenta que de la nube se puede bajar», dice Ancelotti, encantado con la continuidad de un campeonato de escándalo y de cómo ha sabido dotar de alternativas al esquema del equipo. Solo una derrota, un ya lejano 24 de septiembre, ante el Atlético en el Metropolitano (3-1) y 18 partidos con la portería a cero. Invicto también, de momento, en la Champions, con pleno de victorias en la fase de grupos y solventes eliminatorias ante el Leipzig y el Manchester City, Ancelotti buscará el miércoles otra final que ponga el colofón a su temporada más completa en su andadura al frente de la nave blanca.