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El bar de Mou

Faltaba el árbitro

«El Madrid-Levante fue el colofón para una semana rara y acabó con el odio del público al VAR que, por otra parte, tanto nos había dado«

Ignacio Ruiz-Quintano

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Copa, Supercopa… y Liga. Como al equipo ya no se le puede echar la culpa, la culpa se le echa al árbitro, y a correr (es un decir). Este Madrid de Zidane se sostiene, como la teología de Trento, en el ángel/colibrí de Lucas Vázquez bailando en la punta de un alfiler. Contra el Levante («¡con viento duro de Levante!», decía Trillo, el Farnesio de Aznar cuando las cabras del Perejil), faltó Lucas Vázquez y se perdió el alfiler, con la ayuda del árbitro, por supuesto, que no pidió el VAR que hubiera ayudado a encontrarlo en el pajar de Valdebebas.

–¡Y puta… pita penalti! –fue el «lapsus linguae» (la libertad que nos queda frente a la hipocresía) de Butragueño en TV.

Hablaba del penalti que paró Courtois, que cada día se parece más a De Gaulle y que empieza a merecerse otro equipo. Explicando la derrota, Butragueño parecía el maestro de esgrima (sátira quevediana contra Luis Pacheco, natural de Baeza y maestro de Verdadera Destreza) con quien Don Pablos, el Buscón, tropezó en Torrejón, junto a una mula suelta, mirando un libro y haciendo rayas que medía con un compás. Después de todo, Butragueño es uno de los dos intelectuales de la Quinta del Buitre: su vida espiritual, se decía, se reparte entre el yoga de Ramiro Calle y las «Meninas» de Velázquez, cuadro al que empieza a parecerse el dibujo táctico de Zidane en el campo, tampoco es cosa de decir en qué orden.

–¿Dónde está el cuadro? –preguntó Gautier al verlo, como preguntamos todos el sábado con las correcciones zidanescas a la expulsión de Militao.

El otro intelectual fue Pardeza, el pequeño extremo sobrado de recorrido en el Castilla y falto de recorrido en el Madrid. A Pardeza le dio por estudiar a un escritor grandísimo, pero que no gusta a los Lindo del Régimen, Ruano.

–¿Por qué vuelve todo el mundo de Ruano, y no vuelve él? –se pregunta Umbral–. César era más grande escritor que nadie, desde Ramón, escritor puro. Es una sencillez entre Azorín y Baroja, sólo que con el estilo añadido que le falta a Baroja y con la gracia añadida que le falta a Azorín. Tenía el secreto del artículo, igual que Pemán. Los únicos.

Ruano es el escritor que cree que la personalidad es una versión («una versión que dan los otros y que el ser humano, más o menos, acaba por aceptar») y que un día le soltó a Umbral: «Desengáñese usted, Umbral: todo el que lleva boina es un hijo de p…»

Si el tiempo que dedicó a Ruano lo hubiera dedicado a Chaves Nogales, Pardeza sería ahora académico de la Española y podría acompañar a Butragueño en sus apariciones televisivas para explicar el funcionamiento del VAR a un público pipero cada vez más leído como consecuencia de los confinamientos «que con tanto trabajo nos hemos dado».

El Madrid-Levante fue el colofón para una semana rara: arrancó con el odio del público a Jordi Alba, según Jordi Alba, y acabó con el odio del público al VAR que, por otra parte, tanto nos había dado.

–Soy de los jugadores más odiados del fútbol, eso lo tengo claro –declaró Jordi Alba–. Es mi manera de jugar y es lo que me ha llevado a ser el jugador que soy hoy en día y a estar donde estoy.

Hombre, odio puede ser lo de Ibrahimovic con Lukaku («Vete a hacer tu mierda vudú, pequeño burro», dijo el sueco al belga, a lo que el belga contestó al sueco: «¿Hablas de mi madre? Te follo a ti y a tu mujer»), cultura, en cualquier caso, puramente futbolística, imposible de ver en el mundo taurino, porque incluso en el «¡Cornás pa tos, hijos de p…!», saludo de César Girón a sus compañeros de terna en el patio de cuadrillas al iniciarse el paseíllo, hay una grandeza que ignoran Lukaku, Ibrahimovic y, por supuesto, el pequeño Jordi Alba con sus cosas de tiranuelo de la trona que saca de quicio a los espectadores.

El odio, como se sabe, es un gran embuste. La edad moderna no odia a Jordi Alba, sino a la religión, que es, se nos dice, el odio a la verdad, odio a todo lo sublime, «odio a la risa de los dioses», y Jordi Alba no es un dios. El pipero común es lo bastante modesto para no odiar a sus superiores, los futbolistas.

–No tiene nada que ver el Jordi jugador con el verbo humano –aclara Jordi Alba–. Quien me conoce sabe que soy muy humilde.

El pipero, de odiar, odia la falta de gol de este Madrid «romo en ataque», que era el diagnóstico de los cronistas antiguos. Ir con Hazard a golear es como ir a asustar a un notario con un lirio cortado. No es la de Messi, pero Hazard ha encontrado una estupenda jubilación en el Madrid, club que no puede andar quejándose de los árbitros. ¿Para qué quiere, si no, a Ferreras?

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