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El bar de Mou

«Un discurso majo»

Almeida y Zidane son los únicos que han salido más fuertes de la pandemia

Ignacio Ruiz-Quintano

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El Madrid, Campeón de Liga (¡la Liga de «la Coviz»!), y el único exceso que se ha permitido el club para celebrarlo es un «gran discurso» de Almeida, nuestro pequeño alcalde («Nuestro Pequeño Mundo», se llamaba un grupo setentero de ocho tíos que cantaban «Oh, Sinner Man» con el mismo «feeling» que el alcalde repite «Estado Social y Democrático de Derecho». Su guitarrista y mandolinero Juan Alberto Arteche, que cultivaba un «look» latinoché, fue mi primer contacto con la Fama en Madrid: coincidíamos en el menú del «O’Caldiño» de Lagasca, él como músico en retirada, y uno, como gacetillero –becario– en entrada).

–¡Estos son los valores de Madrid y del Madrid! –vino a decir Almeida, aludiendo a la austeridad del festejo, rubenianamente reducido a su discurso «municipal y espeso».

Si el Madrid pasa de ir a Cibeles y se contenta con un discurso de Almeida para celebrar la Liga, esperemos que el Atlético, si gana la Champions, pase de Neptuno y se contente con un sermón del padre Ángel, aunque no tenga el gran pico (¡pico de tucán!) del alcalde, cuya campechanía, por cierto, conquista el corazón de los piperos, al acudir a todos los actos oficiales en mangas de camisa, como un descamisado más (el toque Evita que tanto le gustaba al concejal Matanzo en la voz de Paloma San Basilio), ¡y sin papeles!, detalle que en España gusta mucho desde el siglo XVI, cuando los parroquianos apedreaban a los frailones que predicaban por escrito y con el papel en la mano, como fue el caso del predicador encomendado para hacer la oración fúnebre del maestro Nebrija.

–Eres muy crack, Almeida –le tuiteó Borja Sémper, que da tono al mundo liberalio, donde siempre parece estar cantando «Blue Velvet» a los Marianos.

Almeida y Zidane son, que uno conozca, los únicos que han salido más fuertes de la pandemia: Almeida, por hablar al público cuando no había fútbol (¡se pasó el confinamiento en La Sexta!), y Zidane, por jugar al fútbol cuando no hay público. «Caballero sin tacha», llamó Almeida a Zidane, que sonreía tras de la mascarilla como viendo pasar un ángel, no sabemos si el de Materazzi o el de ese Visitante Nocturno que es como el camello de su baraka.

¡El colchonero Almeida, san Pancracio de los piperos y Pepe Luis de los liberalios!

Los liberalios acuden a los discursos de Almeida sólo por verlo decir «Estado Social y Democrático de Derecho» como, según Borges, los feligreses de aquel rabino de Praga que iban a la sinagoga sólo por verlo atarse los zapatos. Después de todo, el liberalio tiene algo de la beata pemaniana, con perillita y rosario de cuentas de lapislázuli, que en el tren, en medio de la conversación masculina, leía moviendo los labios un Kempis con pasta de concha, mientras los hombres hablaban de la bomba atómica y de la penicilina. Y cuando la conversación derivó hacia los toros, la beata alzó los ojos de su Kempis para decir con dulce firmeza: «De todos modos, no hay torero más bonito que Pepe Luis.» Y quien dice Pepe Luis, dice Hayek o Von Mises.

–Eres muy crack, Almeida.

Doble éxito (y como no hay dos sin tres, también caerá la Champions) de Florentino Pérez, con la Liga y este discurso de Almeida, el discurso de Valdebebas, memorable como el de despedida de Washington (escrito por Hamilton) o el de Lincoln en Gettysburg, a tiro de piedra de la marmota Phil en Punxsutawney. Algo de «Groundhog Day» tiene la Liga para el Madrid, aunque en Barcelona, por contraprogramar, saquen a Colau con la pancarta de «Messi, 10 – Real Madrid, 5», que es el discurso liguero de los números.

Diez son los segundos que, como colchonero, Almeida, en alusión al cabezón de Lisboa, borraría en la carrera deportiva de Sergio Ramos, que reía, al oírlo, con la risa blanca de un niño disfrutando con Torrebruno.

Todas las revoluciones han sido promovidas por hombres a los que no se les ha dejado colocar sus discursos. Almeida, que habla como una parpayuela, es la contrarrevolución, y en Valdbebas ha dejado lo que el marqués de Del Bosque llamaría «un discurso majo».

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