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Opinión

Amos y Ramos

EP
Ignacio Ruiz-Quintano

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Hacerles cuatro y seis goles a Galatasaray (¡el club paulino de la Galacia!) y al Eibar (¡el equipo armero!) es bastante más explicable que no hacerles ninguno ni al Mallorca ni al Betis, así que el Madrid zidanesco, por inexplicable, sería el del Mallorca y el Betis, no el del Galatasaray y el Éibar, cuyo estadio, el Municipal de Ipurúa, es, por cierto, el único estadio de España donde se prohíbe comer pipas. Un Madrid con Zidane de director espiritual y con Ramos de amo total.

Un extranjero amigo de Camba no se explicaba lo ocurrido en España cuando la guerra. «¿Qué pasó para que llegasen ustedes a la situación actual?», le preguntó un día. «Pues pasó –le contesto el gallego– que los españoles estábamos de vacaciones y habíamos dejado la casa en poder de los criados. Esto fue lo que pasó. Habíamos dejado la casa en poder de los criados, y los criados quisieron hacerse los amos. ¿Le parece a usted poco?»

¡Hacerse el amo!

—No sé si mi amigo el extranjero conoce esta expresión tan española de «hacerse el amo». Hacerse el amo es todo lo contrario de serlo. El amo de una cosa la cuida o la descuida, allá él, pero no hay temor alguno de que, para demostrar sus derechos de propiedad o dominio, coja la cosa en cuestión y la destruya, que es, precisamente, como procede aquel que quiere hacerse el amo.

Y ponía los casos del chulo que apaga la luz en el baile y del patoso que en la cacharrería no deja títere con cabeza.

—Al comentar su hazaña, el público no dejará de exclamar con cierto dejo de admiración: «¡Se ha hecho el amo!...»

Es el suspiro que soltó el piperío del Bernabéu la noche del Galatasaray cuando Ramos le quitó a Rodrygo el penalti que le hubiera valido al brasileño de 18 años un récord de Champions. ¿Hay derecho a eso? No, pero es que Ramos se ha hecho el amo, y, al parecer, la escritura de sus derechos de propiedad los lleva tatuados en el muslo, que es lo que se señalaba para mandar a callar la boca a los piperos, que, en efecto, la callaron. Es el muslo de las muescas y los apuntes, la tabla de los valores del Madrid. De la muslera blanca, en blanco, de Chendo a la muslera-Sinaí de Ramos, que un día se va al Manchester y al otro se va a la China, aunque termina haciendo al club el favor de quedarse, porque él aquí jugaría gratis si le dejaran hacerlo. Como no le dejan jugar gratis, al menos que le dejen tirar las faltas y los penaltis, aunque sea a costa de hacerle la cusqui a un chico que empieza.

—¡Estos son mis quinquenios!

El Cisneros de Camas tira en el Madrid de quinquenios para tirar las faltas como quien tira encinas centenarias. ¡La soledad de Muslera ante el muslo de Ramos! Nada que ver con aquel muslo oferente y pimpante que se señalaba Cristiano como si fuera Jenny Llada en lo alto del Xenon. Ni siquiera el jamón de Bale en la chilena de Kiev. El muslo de Ramos es el escobón que en la mili agitan los «bisas» para amedrentar a los «conejos». Aparta, «conejo», que el penalti lo tira «la bisabuela», que soy yo. Y los Lucas (en la vida hay más Lucas que patos) le ríen la gracia, que para eso es el amo. Ante el Galatasaray, el amo fue Ramos, pero la figura fue Rodrygo, y entonces todos supimos que en Éibar ya Zidane le rebajaría a Rodrygo los humos, que tuvo suerte de no volver al Castilla. A Rodrygo, de 18 años, se le aplicó en Éibar la Ley de la Rotación para que así dejara su puesto, no a Vinicius, como sería lo natural, sino a Lucas Vázquez, que hace de llavero de la suerte de Zidane.

Zidane tiene un visitante nocturno que le da las grandes instrucciones para la vida (ahora vete, ahora ven), y luego unos amorcillos como tamagotchis que le sirven para administrar la baraka del día a día, y todo lo demás le da igual. El equipo sale del vestuario y el vestuario es de Ramos, con ese muslo registral donde lleva tatuado el reglamento del Madrid como si fueran las 95 tesis luteranas en la puerta de Wittenberg.

—El amo de una cosa –esto hay que repetirlo muchas veces– la cuida o la descuida, allá él, pero no hay temor alguno de que, para demostrar sus derechos de propiedad o dominio, coja la cosa en cuestión y la destruya, que es, precisamente, como procede aquel que quiere hacerse el amo.

El pipero abonado que la noche del Galatasaray pedía que el penalti lo tirara Rodrygo para pulverizar un récord de Champions es el amo. El tipo que lo impidió porque le salía del muslo… se hace el amo.

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