Las raquetistas, estrellas pioneras del deporte femenino
Las primeras jugadoras profesionales tuvieron una vida de película entre 1917 y 1980 y, tras el olvido, se les quiere devolver la voz
Los deportistas, ante la tesitura de elegir
Madrid
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Iniciar sesiónEran las reinas del mundo. Las galácticas del siglo XX. Las primeras deportistas profesionales que llenaban estadios (frontones), colgaban el cartel de «no hay billetes», se las rifaban los «equipos», hacían dobles sesiones en las jornadas importantes y giras por América, se ... codeaban con estrellas de Hollywood. Eran las raquetistas.
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Ya habían dejado huellas en la mano y en las paredes a finales del siglo XIX, pero encontrarían su escenario particular en el primer cuarto del XX. El empresario Ildefonso Anabitarte buscaba un nuevo modelo para el negocio de las apuestas y puso la idea: pelota de tenis –después sería de cuero–, raquetas, un frontón, mujeres. Ellas la convirtieron en una profesión y un éxito económico, deportivo y de emancipación. «Una profesión que permite a la mujer abrirse nuevos derroteros en la vida, asegurándose honestamente su independencia económica», definían las crónicas de ABC de la época.
Aunque tuvieron su punto de origen en las pelotaris del País Vasco, el 4 de enero de 1917, con la inauguración del primer frontón hecho para ellas, en la calle Cedaceros de Madrid, comenzaron una vida de película, que se extendió por toda la geografía española y por países como México y Cuba y que se alargó hasta los años 80.
Lolina, Agustina, Angelita, Carmencita La Bolche, María Antonia, Asunción, Paquita, Julita, Gloria, Josefina… Se estima que más de dos mil raquetistas llegan a formar esta liga de mujeres extraordinarias. Mujeres con un carácter especial, fuerte, que priorizan su criterio, su felicidad y su desempeño por encima de normas y reglas que decían (e imponían) que para ellas el deporte estaba limitado a actividades que no perjudicaran su feminidad. Acotado también a las clases altas, con tiempo libre para practicar disciplinas como tenis, tiro con arco o automovilismo.
Esta mezcla entre frontenis y pelota vasca fue el avanzar de unas pioneras en los años de las vanguardias, en ese inicio de siglo en el que todo lo imaginable era posible. Incluso que una mujer le ganara un partido (y dos) a un hombre. Incluso que una mujer cobrara más que un hombre.
El componente de las apuestas, sin duda, es un factor decisivo para que desempeñen su juego sin censuras directas. Pero es el espectáculo, la brillantez del juego y la calidad de los partidos lo que les permite crecer en afición, sueldos y aceptación durante las siguientes décadas. «Uno de los juegos eran las 'quinielas', en el que seis jugadoras competían una contra una y la que ganaba se quedaba para jugar con la siguiente. La que vencía cinco juegos era la campeona. Esa dinámica de juego era maravillosa. Un espectáculo. El frontenis actual, con una pelota de goma, no suena igual que aquella pelota pesada y dura, la raqueta de madera. Era una sensación de poderío», explica para ABC el experto en historia, mujer y deporte Carlos Beltrán, autor del libro 'Prohibidas pero no vencidas'.
Priorizaron su criterio por encima de las reglas que decían que el deporte se limitaba a actividades que no perjudicaran su feminidad
Las crónicas de aquel tiempo subrayaban la categoría del espectáculo deportivo, señalando los llenos en las sesiones de los frontones y los aplausos que duraban varios minutos. «El encuentro fue reñidísimo y muy emocionante. Las ovaciones se sucedieron continuamente, demostrando las paisanitas estar excelentemente preparadas, con dominio pleno de facultades«, (ABC, 26 de marzo de 1936).
En pocos años, se multiplica el número de frontones por todo el país (Logroño, Barcelona, Sevilla, Vigo) y las raquetistas son reclamadas en todos ellos; incluso para sesiones dobles. El negocio llega a ser tan boyante, el atractivo del juego es tal que las nuevas construcciones ya no son solo paredes y gradas, –el Frontón Habana, en Cuba, tenía 1.800 butacas–. El nuevo Frontón Madrid, levantado en la calle Cortezo e inaugurado en 1929, contaba con un restaurante de cocina vasca, un salón de té, guardarropa y hasta una peluquería, como refleja e inaugurado en 1929, contaba con un restaurante de cocina vasca, un salón de té, guardarropa y hasta una peluquería, como refleja la información del diario ABC: «Una soberbia escalinata de mármol, con entrada independiente, conduce al salón de té, situado en el primer piso; al restaurante, que se ha dispuesto en el segundo, y a la terraza. [...] Resalta la comodidad en los palcos y butacas. El número total de espectadores no baja de 1.500», (7 de junio de 1929).
Más licencias femeninas
Es la verdadera profesionalización. Los investigadores Ainhoa Palomo y Jon Juanes, que se han encargado de rescatar muchas de estas historias, indican que las raquetistas fueron las primeras deportistas en cotizar a la Seguridad Social, antes incluso que los futbolistas. Los sueldos que recibían en los años 30 podían variar entre las 350 pesetas al mes de las que empezaban hasta las 1.000 y 1.500 para las grandes estrellas (en un cambio aproximado, entre los 3.000 y los 22.000 euros). Nóminas que podían ser cuatro veces más que el salario medio, y más que las de un jugador de fútbol de aquel entonces, que ya empezaban a tener prestigio. «Son referencia como fueron las ciclistas norteamericanas treinta años antes, protagonistas de unos movimientos deportivos que acaban en la profesionalización casi sin buscarlo. Ellas son muy buenas y pagan por verlas. Es sorprendente que sean profesionales antes que las tenistas, y en un deporte inventado para ellas. Y las primeras, durante una pandemia brutal», prosigue Beltrán.
Tan atractivo el panorama, que surgieron escuelas también fuera del País Vasco. «Actualmente, en las canchas del Frontón Sierpes [en Sevilla] se adiestran todas las mañanas una veintena de muchachitas paisanas, que se entregan de lleno a las faenas de entrenamiento para pasar de la categoría 'amateur' a la de profesionales. Es decir, que en unos años [...] se va a contar con un plantel de sevillanitas capaces de emular, y aun de eclipsar, la gloria de las 'stars' de la raqueta, y cuyos nombres y rostros son ya tan conocidos como los de las estrellas del cine», señala ABC el 19 de marzo de 1936. «Una empresa madrileña se ha apresurado a organizar una escuela de raquetistas. Comenzará a funcionar inmediatamente en Éibar, contando con entrenadores diestros y facilitando la enseñanza y cuantos elementos se necesiten para esta de un modo gratuito. Las muchachas que quieran hacerse raquetistas tendrán ahora una buena ocasión. El aprendizaje es corto. El éxito depende de que estén dotadas para la profesión», (ABC, 6 de octubre de 1957).
cobraba una raquetista que estuviera empezando
Como señala Beltrán, es una excepción: «Había un profesionalismo muy establecido. Que empezara a haber cantera no era habitual en ninguna disciplina. No solo eran las chicas de Éibar que salían por el mundo, algunos frontones nacieron ya con escuela. Lo normal es que las mujeres practicaran varios deportes y luego se especializaran en uno, ya mayores, o siguieran practicando todos. Pero aquí había referencias para las niñas y especialización. Una delicia».
Palomo y Juanes establecen que el máximo apogeo llegó entre mitad de los años 30 y mitad de los 40, y documentan 1.432 profesionales del frontón en sus diversas modalidades en el año 1943: 698 eran hombres y 734, mujeres. El éxito es tan grande que las giras por España se les quedan pequeñas, y llamaron la atención de empresarios en países como Cuba y México, donde se apresuran a contratar a las mejores con sueldos de mil dólares al mes. Algunas de estas raquetistas terminarán su carrera deportiva y su vida allí.
Deportistas, profesionales, bien pagadas, y su fama, extendida por medio mundo. La crónica de ABC acierta al definirlas como 'stars' y compararlas con las del cine, con quienes, por cierto, se codeaban con normalidad. Hay partidos ante célebres espectadores como Mario Moreno 'Cantinflas' y cenas con Gary Cooper. Hubo hasta una iniciativa particular de un aficionado de Tenerife que incluyó cromos de las raquetistas en las cajetillas de tabaco que vendía.
Ocaso e invisibilidad
Sin embargo, todo el glamur de fuera contrastaba en ocasiones con las censuras veladas dentro incluso del círculo familiar. Si hacer deporte no estaba bien visto, cobrar por ello era todavía peor. «Las ocultaban igual que cuando tenían una hija que estudiaba. En cuanto alguna quisiera alguna autonomía, con cualquier justificación, tenía enfrente a toda la sociedad y la familia. Pasaba en España y en todo el mundo: en Italia las mujeres atletas se tenían que enfrentar a sus familias para correr una carrera. A la ciclista más famosa de la época la echaron de casa. Quizá las inglesas tenían menos problemas, pero en los países mediterráneos era lo normal«. Mujeres que salían de casa, sudaban y traían dinero fue tan sospechoso en ocasiones que incluso viajaban los padres a comprobar que se dedicaban a darle a una pelota de cuero con una raqueta de madera, nada más.
Y llegó el apagón. Uno directo frente al que se rebelaron, y otro más sutil, que deparó en agonía lenta e irrevocable. «En el año 1942, la Federación Española de Pelota –por orden del general Moscardó– comunicó a las empresas de frontones de señoritas que en lo sucesivo no se concedería licencia alguna para abrir nuevos frontones ni la precisa para ejercer la profesión de raquetistas. Las pelotaris existentes en el momento de dictarse la prohibición quedaban como una especie de escalafón a extinguir», explica una nota de ABC.
Las estrellas ganaban hasta 1.500 euros al mes, aunque no estaban exentas de críticas incluso dentro del núcleo familiar
Hubo protestas de los dueños de los frontones –en el Sierpes de Sevilla llegaron a trabajar cien personas–, y la prohibición quedó anulada, pero las jugadoras quedaron señaladas. «Dejan que sigan viviendo hasta que desaparezcan. La Sección femenina, dirigida por Pilar Primo de Rivera, decide qué disciplinas son suficientemente femeninas y cuáles no. A las raquetistas, que jugaban con camisetas de manga corta, les dice que tienen que jugar con faldas más largas y mangas más anchas. No se prohíbe que jueguen, pero sí que evolucionen. Así que empiezan a jugar peor, hay menos interés, cobran menos y se acaba con el deporte por desencanto», analiza Beltrán. En 1980 se cierra el último frontón.
Han pasado cien años y se ha empezado a reivindicar el papel de las raquetistas. Novelas como 'El silencio de Clara Lyndon', de Elene Lizarralde, documentales como 'El eco de los aplausos', de Guillermo Luna e investigaciones como las de Jorge García García ('El origen del deporte femenino en España') y Olatz González Abrisketa ('Las raquetistas: un caso de olvido en el juego de pelota' y su libro 'Raquetistas. Gloria, represión y olvido de las pelotaris profesionales') forman parte de un movimiento de recuperar las vivencias y la importancia de estas pioneras a las que terminaron por convencer de que su vida de estrellas no era para contar.
El pasado 10 de marzo se estrenó en México, Estados Unidos y América Latina la serie con sello español 'Las pelotaris 1926', creada por Marc Cistaré. «Me topé con esta historia por casualidad y me sorprendió que poca gente la conocía. Pudimos hablar con algunas protagonistas y descendientes. Era algo incómodo para muchos; eran mujeres que en aquella época hacían cosas que se suponía que no podían hacer, y se silenció. Para mí era un regalo contar esta historia y también una responsabilidad», señala Cistaré a este periódico. Devolverles a las raquetistas la voz y la fuerza con la que ellas golpearon y empujaron la pared de la historia.
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