Polideportivo
Padres de deportistas con alma de técnico y obsesión por ganar
Para llegar al deporte de élite, la relación entre entrenadores y atletas puede forzar la línea entre la motivación y el abuso, con más incidencia emocional si el técnico es, además, uno de los progenitores
La familia Ingebrigtsen
Cada fin de semana, miles de chicas y chicos compiten en algún deporte, federado o no. Y miles de 'entrenadores' se apostan junto a las vallas para dirigir el devenir de sus pupilos. Bien sea en tenis, baloncesto, fútbol o judo, padres y madres ejercen ... de técnicos por unas horas, o por el día entero. Con mayor o menor preparación, con la mejor de las intenciones, pero no siempre con el mejor de los resultados.
«A veces se nos olvida que, a edades tempranas, lo más importante es que disfrute de lo que hace. Cuando únicamente nos enfocamos en ganar y en el resultado, nos estamos olvidando de todos los esfuerzos que ha hecho para intentar conseguirlo, de los valores que aporta el deporte. Y estamos enseñando que las cosas son buenas, si gana, o malas, si pierde, generando un planteamiento dicotómico de la vida, lo que genera mucha rigidez mental y, en la mayoría de los casos, mucho sufrimiento, además de problemas en la autoestima», analiza para ABC Alba Navarro, psicóloga sanitaria y deportiva.
Conforme ese deportista crece, las exigencias y las expectativas también aumentan, solo llegarán los que más talento, sacrificio y trabajo pongan sobre el tatami o la pista y ahí: la fina línea entre la motivación y el abuso a veces se diluye. Afecta todavía más cuando, además de entrenador, la relación con el deportista es paterno o materno-filial.
Expectativas y límites
Grandes deportistas han estado entrenados por sus progenitores, y a algunos de ellos les ha repercutido en el bienestar emocional. «Cuanto más vinculados estamos con el deportista, más tendemos a poner expectativas en él que pueden no ser adecuadas -dice Navarro-, generando una relación perjudicial si no se gestiona».
Este mes de octubre, la policía abrió una investigación por los presuntos abusos físicos que Gjert Ingebrigtsen realizó sobre sus hijos, Jakob -campeón mundial y olímpico de 1.500-, Henrik y Filip. Los atletas levantaron la voz después de que trascendiera la ruptura profesional con el progenitor, tras los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. «Hemos crecido con un padre agresivo y controlador y que solía usar la violencia física y amenazas como parte de la educación. Sentimos temor desde nuestra infancia. Hace dos años, regresaron las agresiones y los castigos físicos. Fue la gota que colmó el vaso», escribieron en el diario noruego 'VG'. A partir de ahí, la policía noruega está recopilando información sobre estos hechos. Un caso de 'abuso en las relaciones cercanas' que, ya admiten, se requiere una investigación exhaustiva y tiempo.
Situaciones que se dan en casos de deportistas de élite y en deportistas en crecimiento, lo que todavía hace más hiriente la presión. Hace unos meses se hacía viral un vídeo en el que un padre empujaba, pegaba y pateaba a su hija tras un entrenamiento en el que no le habían salido las cosas como el progenitor había esperado. Es decir, no todos los padres sirven para ser entrenadores. «Deben conocer y tener empatía por la persona. Ayudándolos a ser realistas. El entrenador es la persona que ve lo que muchas veces el deportista no es capaz, por lo que la manera en la que nos dirigimos al deportista es muy importante. Se debe evitar un lenguaje impositivo, reforzar lo positivo y centrarse en unas críticas constructivas, con lo que ayudas a tu hijo/deportista a pensar», señala Navarro.
Para Jennifer Capriati, Martina Hingis, Andre Agassi, Max Verstappen, entre otros, no hubo críticas constructivas, cruzada la línea entre la motivación y el acoso en muchas ocasiones durante su infancia. En todos los casos, los progenitores (padres sobre todo, pero también madres) están convencidos de que sus hijos pueden llegar a ser campeones del mundo, y trazan sus futuros en función de ese objetivo único. Entre gritos, castigos -el padre de Verstappen lo dejó tirado en una carretera por no ganar una carrera- o máquinas de pelotas manipuladas para que dispararan a efectos y velocidades extremas consiguieron que sus vástagos alcanzaran lo que ellos querían.
«El tema de las expectativas es muy difícil de gestionar. Cuando los padres tienen unos objetivos muy altos sobre sus hijos, en la mayoría de los casos se trata de los deseos de los padres, de lo que a ellos les hubiera gustado ser o conseguir. Y, además, con esa idea de que como adulto sé lo que le viene mejor. Y suelen están muy alejados de lo que quieren sus hijos. La clave es separar sus deseos de lo que quiere para su hijo/deportista, dándoles espacio para ser diferentes. Este ejercicio de separarnos es muy complicado porque nos lleva a no escuchar, a no comprender y comportarnos como sargentos», dice Navarro.
Espabilar o hundir
También consiguieron que odiaran el tenis y enlazaran retiradas intermitentes durante sus carreras por ese agotamiento emocional al que fueron sometidos. «El deportista se siente vacío y con un gran cansancio psicológico que no es consecuencia del esfuerzo físico. Todo lo que rodea al deporte ha ejercido una fuerte presión y le provoca una gran indiferencia. Además, se produce un distanciamiento emocional con las personas con las que ha estado vinculado en entrenamientos y en competiciones. Además, al deportista le cuesta mucho sentirse satisfecho de sus logros en entrenamientos y torneos. Se presentan sentimiento de impotencia que puede afectar a otras áreas de su vida y afectar a su autoestima», explica David Llopis, profesor y director del Máster de Psicología del deporte de Florida Universitaria.
La carga extra de que el o la entrenadora sea un padre todavía hace más difícil que se observe la situación de forma objetiva. «Siento una gran necesidad de perdonar, porque me doy cuenta de que mi padre no puede evitarlo, nunca ha podido evitarlo. Mi padre es lo que es y lo será siempre, y aunque no es capaz de distinguir entre quererme a mí y querer al tenis, en cualquier caso, es amor», llega a explicar Agassi en su biografía.
«No, no vale todo para ganar», es clara Navarro ante estos casos extremos. «Nos podemos encontrar a entrenadores, padres, maestros que gritan, insultan y tratan de una manera inadecuada al deportista, abusando de su autoridad y posición de poder, como una manera de motivar o lo que suelo escucho a veces como 'que espabile'. Lejos de motivar o 'espabilar', puede generar una serie de traumas y secuelas que pueden afectar al plano psicológico (autoestima, relación con uno mismo, problemas de alimentación...), y multiplicando miedos que provocan que quiera evitar enfrentarse a esas personas o situaciones».
Sabe muy bien de lo que habla porque es seis veces campeona de España y subcampeona de Europa de Jiu Jitsu y está entrenada por su padre. A ella le sirvió para estar más en contacto, aunque todo tiene su parte mala, pues era, siempre observada, la que más ejemplo tenía que dar con sus compañeros. «El secreto de que lleve practicando judo desde los dos años es haber delimitado los espacios: momento deporte y momento casa. Que mi padre estuviera todo el día hablando de lo que pasaba en el entrenamiento o en la competición no me ayudaba, no me gustaba, ni mejoraba la relación con él, sino todo lo contrario. En el entrenamiento me regañas como entrenador, en casa me hablas y me tratas como padre».
Espacios y funciones
No separaron del todo esas funciones Alexander Zverev y su progenitor en una eliminatoria de Copa Davis. Ante los consejos del adulto para darle ánimos y confianza, la reacción con insultos del vástago. Ante las lágrimas de Alexander sénior, la desazón después en Alexander júnior. También Stefanos Tsitsipas ha tenido sus más y sus menos con sus progenitores-entrenadores. En la ATP Cup de 2020, el tenista pagó la rabia de un juego perdido con la raqueta, lanzada al banco con tan mala suerte que rozó a Apostolos. Solo hizo falta un gesto de la madre en el hombro del padre para que la discusión saltara.
Ha querido el griego a veces intentar separar ese espacio, agobiado durante un tiempo por esa relación férrea de sus progenitores, que lo acompañan por todo el circuito -su madre llegó a cuestionar, durante una rueda de prensa, sus comentarios sobre si debía tener otro entrenador-. Este verano, volvió a buscar ese espacio físico y mental lejos de su padre. Probó a principios de agosto nuevos métodos de aprendizaje con Mark Philippoussis. Pero la prueba no terminó de funcionar, rota la relación en octubre: «Sentía que no estábamos viendo las cosas de la misma manera. No me llegaban aspectos técnicos y direcciones que me ayudaban también a crecer como persona. Sentí que sin mi padre en la pista, perdía mi esencia», admitía tras la ruptura con el finalista del US Open 1998 y de Wimbledon 2003.
«En su ausencia me di cuenta de que echaba en falta cosas que me decía. Mi padre es muy perfeccionista y hemos tenido una relación muy difícil a veces. Me empuja mucho y siempre está diciéndome las cosas que puedo mejorar. Pero me di cuenta de que necesitaba a alguien como él en la pista. El respeto ahora es mayor, y somos más fuertes juntos que antes», aseguraba en Movistar estos días en Turín. «A todos nos importa ganar, pero son muy importantes las figuras de referencia de los deportistas. Porque el modelo con el que se enseñe el deporte es el que el deportista también establecerá en su día a día», concluye Navarro sobre esa línea difusa entre el deporte de élite y la vida.