De Gran Derbi, nada de nada

Huelga decir que la solución no pasa por la ingenuidad de solicitarle mesura a la masa social de los clubes. Son demasiados factores íntimos los que pesan en la pasión futbolística para pedir, por encima de cualquier reflexión racional, la renuncia a defender ciegamente los colores. Siempre habrá un «pero» a esgrimir, una sombra con la que oscurecer la luz, una valoración distinta para un acto, una forma pícara de desviar la atención. Pero sí cabe exigirle responsabilidad a protagonistas y dirigentes, a quienes actuamos cara al público (y uso el presente de indicativo para incluir a los medios de comunicación), porque directa o subliminalmente condicionan palabras y hechos de los más permeables a la ira.

No habrá manera de que un bético avale que Jordán pudiera estar mareado tras los incidentes –por poco no fue al árbitro el agredido- y que la simple agresión mereciera la suspensión del partido, ni de que un sevillista conciba la incredulidad verdiblanca de que un tubo de pvc hueco cause un traumatismo craneoencefálico, ni que en rojiblanco se admita la conveniencia de reanudar el partido a las pocas horas de suspenderlo, ni en verde se tache de punible la mofa de Guardado, y de algunos miembros del staff del club, a Jordán.

El 27 de febrero hay otro derbi en el Ramón Sánchez-Pizjuán y Sevilla no se debe permitir dar una nueva imagen como la del sábado y domingo pasado. Es necesario echar la pelota al suelo y reflexionar sobre qué rivalidad queremos, si educada y guasona o zafia y agresiva.