La palabra del sevillismo
La mayor protesta recordada en Nervión en contra de un consejo que se agarra al sillón por puro interés personal
«Somos nosotros, Sevilla somos nosotros». El sevillismo al completo no puede estar equivocado. Es imposible. Cuando un grupo humano de estas dimensiones toma un camino al completo, con determinación y sin fisuras, es evidente que su reivindicación tiene un peso tremendo, gigantesco o descomunal. ... La afición está en pie de guerra. Cansada y harta. Pero sin miedo ni lloriqueos. De pie y dispuesta a plantar batalla con su voz como escudo y sus gritos como bandera. Lo que en su momento fue pavor a un posible descenso se ha transformado en una fuerza descomunal para denunciar una situación a todas luces insostenible. Los motivos para agarrarse a la silla son conocidos de sobra; las motivaciones, también. Las consecuencias de estos actos sólo las conocen las personas que un día ayudaron a aupar al club a sus años más gloriosos en el plano deportivo, para marcharse (les llegará seguro ese día) dejando como herencia la peor de las ruinas. No es que sean señalados culpables, es que lo son sin medias tintas. Serán recordados por lo segundo, guardándose en un cajón lo primero, ya que el éxito tiene siempre un mayor número de padres. De gente que antes o después puso un ladrillo en la construcción del sueño. Y con justicia que lo fueron. Recuerdos imborrables, aniversarios de títulos que ahora duelen como un puñal en el corazón porque el recuerdo sabe amargo cuando fue tan feliz. Como esa persona que te falta desde hace demasiado tiempo. Sueltas una sonrisa de nostalgia al pensar en ella, para seguidamente que se te inunden los ojos de lágrimas por el dolor de ese vacío que jamás dejará de acompañarte. Así de vacío se está quedando un club que sólo se mantiene en pie por aquellos que lo quieren. Mientras su recuerdo siga en pie no morirá, pese a dar pasos directos a una bancarrota sin solución posible. Junior vete ya gritó ahogadamente el Sánchez-Pizjuán. Cada uno es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios. El sevillismo lo tiene claro.
Sin embargo, regresamos siempre a ese punto de no retorno. ¿Quién va a soltar un cargo tan bien remunerado por dormir de un tirón? ¿Quién va a soltar un sillón al que está encadenado entre pactos y juicios, haciendo millonarios a los despachos de abogados? ¿Quién va a soltar una presidencia con la que soñó de niño y que nadie le susurró nunca que realmente no era para él? Del Nido Carrasco está viviendo sus peores días como presidente del Sevilla. Las deleznables amenazas a su familia y él mismo quizás le hagan dudar, pero se ha criado en la determinación de no dejarse doblegar por este tipo de actuaciones y no lo hará. Encima, tiene demasiada gente que depende de él dentro del club. Su paso al lado provocaría un cataclismo y las familias de Utrera no lo permitirán. Tampoco darán un paso a ninguna parte, ya que no están expuestas. Viven a todo tren sin que nadie les sople en un ojo. Que el niño se coma el marrón, mientras nosotros nos reímos del mundo. Esa táctica podía valer para meses pasados. Repito, se ha llegado a un punto de no retorno, es decir, no se puede regresar al status quo del año pasado, que la gente te permita otro proyecto pompa de jabón, repitiendo como un papagayo que la herencia recibida es la culpable. Ni los medios más tibios contribuyen ya a ese escarnio. El amarillo siempre ha significado mala suerte. Hundimiento. En el Sevilla y para el Sevilla se ha reconvertido en el color de la esperanza.
Escuchar el himno del Arrebato por megafonía sin un simple acompañamiento coral es otro ejemplo de reivindicación sin tener que levantar la voz. Y una señal de que el único símbolo que perdura es la transmisión del sevillismo por línea sanguínea. Todo es prescindible. Todos, ahora más que nunca, lo son. El hincha volvía a dar una demostración de madurez. De obviar que el fútbol es más que un simple juego porque con esos recuerdos heredados no juega nadie. Que no lo hundan porque yo me voy con él hasta las últimas consecuencias. El Sevilla se quedaba con nueve al inicio del segundo tiempo. Tampoco ayudaba un arbitraje estricto en un partido sin nada en juego. Un perfecto colaborador para la derrota sevillista y que el clima se encendiera incluso más en contra de todo y de todos. Con dos menos el equipo aguantó de pie media hora. Las protestas se fueron sucediendo, incluso llegando a detener el encuentro. El coliseo bajó el pulgar hace tiempo. Un campo volcado contra unos dirigentes. Echando la vista atrás, ni De Caldas, Carrión o el mismísimo Cuervas sufrieron una estampida de críticas en su contra de este nivel. No se puede gobernar de espaldas a los tuyos. Un consejo que vive saltando de juicio en juicio, culpando siempre a otros de sus malas decisiones y empeñado en atornillarse a un sillón que no le corresponde. Que les viene grande. Que no hace honor a la categoría de un club con más de 100 años de historia donde muchos dejaron el tiempo más preciado de sus vidas para hacer grande al Sevilla. Estos mercaderes de sentimientos no pueden seguir un segundo más gobernando el Sevilla. El Sevilla era grande antes de ellos y será inmenso cuando se hayan ido. Si el amarillo ahora es el color de las protestas y ha cogido ese aroma a esperanza, que así sea.
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