Matías Jesús Almeyda (segunda parte)

El entrenador del Sevilla ha pinchado el globo de su llegada y sufre los mismos males deportivos que sus antecesores

Hará poco menos de un mes que desde esta columna me deshacía en elogios hacia la figura del entrenador del Sevilla. Los merecía, por supuesto. Daba la sensación de que había encontrado un modo de jugar competitivo y que daba resultados dentro de una ... plantilla repleta de jugadores de nivel limitado, incluso sospechosos habituales en negligencias deportivas. Parecía un milagro. Y ya se sabe que este tipo de actuaciones milagrosas no duran en el tiempo porque dependen demasiado de factores externos. Porque Matías Jesús Almeyda, el buen técnico argentino que dirige al Sevilla, ha cometido el error de querer llegar a puerto antes de que su embarcación estuviese bien equipada, sin terminar de tapar fugas pasadas y corriendo más de lo debido. Como si pretendiese enterrar dos años de malos presagios y peores resultados en mes y medio. Y cuando el problema que subyace es tan profundo, no se sale a flote taponando las fisuras con tiritas. Los remedios deben ser más profundos y pensados. En más de un encuentro ha permitido que los suyos se vayan a lo loco al ataque sin tener cerrado el encuentro, despreciando empates que ahora echa de menos. Igualmente, ha decidido que sus jugadores estaban preparados para dar un paso adelante y sin jugar con la red de los tres centrales. Error. Qué daño hizo la goleada al Barcelona.

De un partido concreto no se pueden extraer conclusiones generales. Y menos de un encuentro ante el Barcelona, donde la forma de competir del rival provoca que tus aciertos tengan valor doble. Aquel torbellino de fútbol se ha visto minimizado desde la segunda parte ante el Mallorca. Han regresado las dudas, esa que el propio Almeyda trataba de limar hace un mes y que regresan a las cabezas de los suyos. Esa forma tan sicológica de tratar este deporte requiere ahora la revisión desde quien aplica el dogma, que es el propio entrenador. Le toca revisar sus papeles y pensar si va en el camino correcto, ya que el azúcar, por mucho que diga, también alimenta y empacha el estómago de quien está poco acostumbrado. El impacto de su aterrizaje en España también le está influyendo, más en sus decisiones que en su conducta. Afronta la primera crisis con el Sevilla. Sabía que le llegaría aunque quizás no tenía claro que fuese tan inmediata. Ahora debe convivir con ese ruido exterior que estaba aparentemente calmado, casi silenciado por una persona que había entrado sin hacer ruido y que había convencido desde su discurso sincero, acompañado de buenos resultados. Siempre el resultado. Siempre.

Para aquellos que puedan pensar en si está o no en la cuerda floja, no lo está. El Sevilla se ha agarrado a su entrenador como quien cae al mar en un naufragio a una tabla suelta. La impopularidad de los que gobiernan quedaba oculta detrás de la alargada figura del técnico. También es el destino del pobre, en hacer Rey a quien tarda 15 minutos en tomar dos buenas decisiones. Ni Almeyda era un genio, ni ahora le queda grande el Sevilla o no está preparado para la hercúlea tarea de levantar a ese elefante que Cordón dejó de rodillas y que se ha caído estampado la trompa contra el suelo por intentar ponerse sobre dos patas antes que apoyarse en las cuatro hasta recobrar su estabilidad. Es la historia reciente del club de Nervión. Dientes de sierra en un rendimiento que siempre queda encajado en la mediocridad. Que se engancha y atranca. Arranca noviembre con sensación de déjà vu en el Sevilla. Hay tiempo para evitar cualquier tragedia. Almeyda es el hombre. Pero debe comenzar por comerse su propio suflé para posteriormente entrar en un dieta libre de azúcar e irreales merecimientos. Con algunos jugadores no se puede llegar a la esquina. Lo sabe. O siendo menos generosos, lo debería saber.

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