El manicomio del Sevilla
Dos años y un día del partido en el que explotó el Sánchez-Pizjuán; de abrir el cielo a rozar el infierno con la puntera de una bota gastada
Hace dos años y un día, como si fuese una condena, el Ramón Sánchez-Pizjuán vivía una noche para el recuerdo. No sólo por la victoria de su equipo en unos cuartos de final europeos, que de esas citas tiene el sevillista la memoria ... colectiva repleta, sino por un ambiente que pocos recordaban haber sentido y ninguno olvidará. Una noche de locura y fantasía. Un partido entre soñado y vivido. Una eliminatoria contra la lógica y casi la naturaleza de una temporada que pintaba desastrosa. Aquella mejor banda que saltaba, gritaba, se abrazaba y empujaba como ninguna hacia aquella tierra prometida tantas veces conquistada. Era un Sevilla que se empeñó en tocar nuevamente las puertas del cielo mientras con la puntera del pie abría las del averno. Dos años después, más ese día, la sensación de caída a los infiernos se agiganta. No existe nadie con un poco de conciencia de lo que actualmente sucede que no tema un segundazo de órdago. Del manicomio, en el mejor sentido de la palabra, de esa locura colectiva agarrada por los hilos de la felicidad y el destino, a esa otra del miedo y la camisa de fuerza. Ni el cambio en el banquillo, incluso ese relevo ha agitado más al caprichoso destino, ha sido capaz de diluir el nudo constante en la garganta. El Sevilla juega como para que lo encierren. Compite con camisa de fuerza. Y el psicólogo de guardia no coge cita. A pasitos cortos, el abismo se va acercando de forma inexorable. Alguno quizás no lo sabía, pero las fiestas grandiosas al final llevan de postre una cuenta que abonar. Y aquí hay muchos de mirar para otro lado a la hora de sacar la cartera y asumir sus respectivas responsabilidades.
Parece increíble que aquel Sevilla que liquidó a United y Juventus, con algunos jugadores que repetían ante el Alavés, como Badé, Gudelj o Suso, se haya convertido en 24 meses en el antihéroe de esta historia futbolística. En el protagonista de un drama ya escrito. Evidentemente, con seis puntos de distancia sobre el descenso, la permanencia la tiene en su mano. Y en las más que expertas de Caparrós. Aunque cabe preguntarse, o más bien valorar, si esa sustitución de jefe se debían a un tema deportivo o institucional. Si se ha buscado un escudo efímero sin tener en cuenta que la caída podía ser más dolorosa. Estoy convencido de que el entrenador utrerano irá moviendo sus piezas sin miedo. Dejándose guiar hacia lo más sensato y razonable. Dejando la tradición de su esquema en el cajón y variando o moviendo los jugadores en la búsqueda de una mayor calidad con rendimiento, sin tanta jerarquía. Es un crimen, en un Sevilla absolutamente necesitado de calidad, que jugadores como Sow vean desde el banquillo a compañeros que no se la dan al de su mismo color a dos metros. Puedo entender el primer once de Caparrós desde el sentido más práctico, incluso populista, de encajar a la fuerza lo que de por sí no mezcla bien. No perdió ante el Alavés. No es un buen paso, tampoco el peor. El movimiento se demuestra andando y ahora necesita que las pocas satisfacciones que le dio el Sevilla en los últimos 20 minutos se traslade a sus siguientes equipos. Que la pierna dura no está reñida con quien tiene el duro, como bien dice él siempre. A los buenos hay que despejarles el campo. El resto, a trabajar.
Igual que conociendo a Caparrós entiendo que no será inmovilista, también coincido en que se está comiendo un marrón innecesario, que a él no le tocaba por historia y sentimiento, por mucho que diga que está encantado de la oportunidad, de que alguien se acordase de él. Muy mal está el Sevilla por dentro cuando la opinión (desautorizada) de su presidente o su director deportivo se queda en un susurro cuando otros accionistas elevan el tono y piden un cambio. Que se meta en aspectos deportivos quien no está designado para ello. Aquello de la botellita de agua que se movía porque Monchi la estaba derramando. Aquellos mismos que la movieron lo vuelven a intentar, con la idea de cómo funciona el fútbol anclada en 20 años atrás, como si la simple llegada de Joaquín arreglase los males deportivos, buscando primero la solución al enfado social y que el estadio del Sevilla ganase solo el encuentro. Eso podía pasar en otros tiempos. En la locura colectiva del éxito cercano era capaz de llevar en volandas a un equipo traumatizado pero con jugadores de nivel. El actual carece de lo segundo y sólo se ha quedado con el trauma. Se denominó como un manicomio a lo vivido el 20 de abril de 2023. El sentido auténtico de la palabra perdura, el sentimiento languidece.
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