Con coquinas y un verdejo, ¡a la salud de Joaquín!
Caparrós se marcha del Sevilla como casi siempre, con menos agradecimiento del merecido por aquellos que lo utilizaron
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónJoaquín Caparrós se marcha del Sevilla. Por cuarta vez cierra el entrenador utrerano la puerta al salir. Sin un portazo, como si no quisiera despertar fantasmas olvidados y recuerdos de un tiempo que, inevitablemente en Nervión, fue mejor. Siempre agradecido. A quien se ... lo dio todo y a la vez le exigió un poquito más de lo entregado, como ese amigo que te recuerda dos veces al año la vez que te invitó a comer, sin recordar las 14 que habías pagado tú antes sin que se le ocurriese sacar la cartera. Todos tenemos a ese amigo bien cerquita porque no se ha querido separar de tu vera, aunque con los años le dices claramente que se deje de coñas. Que apoquine. Serán las canas. La edad. Ya no pasas por alto ciertas actitudes rastreras. Aprovechadas. Tampoco Caparrós. No se enroló en el marrón de coger a un Sevilla que había puesto la directa para Segunda división por salvarle el culo a su paisano Pepe Castro y a su cuñado Paco Guijarro, por buenos amigos que sean. Lo hizo, simplemente, porque es sevillista de corazón y cuna. No le sale la negativa a su club, incluso si pensase (que lo puede hacer) que no es el más indicado para realizar la labor que le han encomendado. Pese a las reticencias de su familia, Joaquín aceptó y lo ha pasado terriblemente mal estos meses cuando ya no está en una posición vital de llevarse este sofocón. Lo que sí ha aprovechado, ya que de él lo han hecho para calmar el ansia de guerra del sevillismo contra el palco, es soltar ese discurso de que aquí ya sólo importa la paz social. Que se dejen de mirar por encima del hombro. De acusar al de delante de tus mismas torpezas. De tus negaciones hacia un acuerdo que necesita el Sevilla como respirar. Que se entierren los pactos y esas demandas que sólo enriquecen a los servicios jurídicos contratados y que, de una vez por todas, alguien diga algo coherente a favor del Sevilla. No de sus acciones o capital, del Sevilla FC.
Ahí sí he visto al Caparrós real. Al batallador desde la palabra. Con sus habituales toquecitos al entorno de la ciudad, sobre todo a esa otra parte que ahora vive días de extrema felicidad. No le tocó caer en el derbi, pero sí levantar al equipo de una depresión de la que realmente no ha salido. No ha sido capaz de mejorar las prestaciones de sus jugadores en la hierba, aunque selló, con más sangre que lágrimas, una permanencia tan necesaria casi que el mencionado encuentro entre los dueños del Sevilla. «Lo mejor para el Sevilla y por encima de todo paz social, daríamos hasta sangre para que fuera así pero no depende de nosotros». Y tanto que no depende del sevillista de a pie. Ni el que se sienta en el banquillo y recibe sin dudar ese cariño de quien sabe que siente como él. Porque mirando al palco saben que aquel sentimiento de niñez que muchos experimentados se ha transformado en pasotismo hacia la entidad y en odio hacia el contrario. Poco queda de los recuerdos de cuando sólo importaba el Sevilla. El mercantilismo de la SA lo ha devorado todo, hasta el sentimiento puro e ingenuo de quien comienza a sentir verdadera pasión por sus colores. También se ha saltado la norma social de condenar a medias la violencia y espetar que se siente «un Biri». Siempre malinterpretado por quien necesita buscarle sus defectos a Joaquín, que los tiene, sin valorar que en su afirmación destacaba el ejemplo de ese amor único al Sevilla y el sevillismo. Cuando hablas para unas personas en concreto, el resto no sabe escuchar ni quiere entender.
Caparrós se marcha. Quién sabe si algún día regresará. No me cabe dudad de que entrará en alguna quiniela. Y estando el Sevilla en la situación de caminar al filo del barranco, será más pronto que tarde. Siempre dirá que sí. Siempre. Aunque le toque firmar un descenso con el club de su alma. Es lo que tienen las personas de sentimientos puros, que en las malas están más cerca que en las buenas. Apoyando. Levantando al herido. Velando al moribundo. Impidiendo que nadie le ponga la puntilla, por mucha corbata o guadaespaldas que pueda gastar. Porque así son las personas de verdad y las que necesita un club como el Sevilla cerca. Como Joaquín o como Pablo Blanco, a quien en la vorágine de la crítica generalizada se le señala por molestar a los que mandan, haciendo daño a una persona que ha servido al club, dentro y fuera de la hierba, con una lealtad que ya no se estila. Porque al Sevilla lo están matando personas con nombres y apellidos. Se están aprovechando de él los que deberían protegerlo. Por eso existen hombres como Caparrós. El primer guardían de Nervión. Detrás ya llega el resto de un sevillismo que vigila, señala y combate. Caparrós se irá con sus coquinas y gambitas a Punta. Brindando con un verdejo. Se lo ha ganado. El sevillismo levanta la copa por su banquillo de oro. Y lo abrillanta para la próxima vez que deba sentarse. Será mala señal. Aunque por estar Joaquín se podrá digerir. La afición del Sevilla está repleta de Joaquines y justamente por eso el club aún no ha hincado la rodilla.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete