Dr. Jekyll y Mr. Sevilla
De lo limpio a lo guarro: así fue el partido contra el Getafe. Lo mejor -lo excelente, viendo lo visto- es que ganamos.
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Iniciar sesiónTenía la afición muchas ganas de volver a Nervión. Y por aquello de que había llovido, y el césped y los asientos estaban algo mojados, se respiraba en el ambiente una sensación como de cara recién lavada, de patio de colegio puesto a punto, de ... estreno de ropa de los Reyes Magos. El bendito olor de la hierba húmeda acompañaba. Ni un pitido al palco, los Biris con las gargantas briosas, y rostros en verdadero trance durante la exhibición de bufandas en el himno del Arrebato. La gente quería magia, y enseguida la tuvo. Los tres argentinos ganadores de la Copa del Mundo salieron al centro del campo a recibir su homenaje; el Papu llevaba una gabardina negra de tres cuartos, pero en lugar de recordar a Humphrey Bogart, con el enorme medallón de oro mundialista y su pelo amarillento, parecía el primo hermano de Golum, el del Señor de los Anillos.
De los tres, el único vestido para la faena era Acuña. Y menuda faena.
Porque de Acuña fueron los mejores minutos del primer tiempo. Culminando en su bendito gol del minuto 35. Un gol, por cierto, de cabeza, de un tipo que mide poco más de 1,70. Eso lo dice todo.
Acuña es de los pocos jugadores de la selección argentina que luce un pelado común. En el Sevilla le ocurre lo mismo. Tiene un pelado antiguo, de otra época; de esos tiempos en que los hombres se miraban menos a sí mismos. Su falta de petulancia se evidencia en su propio juego: lucha, aprieta los dientes, piensa en colectivo. Un currela, de esos que el Sevilla necesita como el comer, y que después de los titubeantes meses previos al Mundial ha regresado con su mejor versión.
Empezamos jugando bien, y no solo Acuña. En-Nesyri parecía continuar con su hambre de gol tras el partido de Copa y en el minuto 6 ya dio el primer cabezazo; en el 12, un remate de Jordán lleno de pimienta al primer palo estuvo a punto de entrar en la portería. Vinieron algunas ocasiones más, que maquillaron la falta de forma de otros jugadores (ay, Rakitic). Hasta que el gol de Acuña confirmó que, definitivamente, hoy tocaba Doctor Jekyll. Sampaoli puso a calentar al nuevo chico en la oficina. Badé, un trasunto del rapero Tupac -en un callejón oscuro, yo cambiaría de acera-, parecía recién levantado de la siesta; su pelado, por cierto, está más currado que el de Koundé.
Tocaba Doctor Jekyll en la primera parte; en la segunda, salió a jugar Mr. Hyde. Nos hemos acostumbrado a eso: primeras o segundas partes decentes frente a primeras o segundas partes para descambiar. Hoy el desastre fue en la segunda parte. Y no sabemos a qué atenernos, cuál es el verdadero Sevilla: si el astuto doctor o el monstruo. La mayor parte del segundo tiempo fue para el monstruo. De manera que, hacia el minuto 60, el Sevilla se había convertido en un animal torpe, balbuciente y totalmente arrinconado en manos de un Getafe que controlaba el balón, y que perdonó incomprensiblemente un gol cuando lo tenía todo hecho en el 65. Todo se jugaba en el campo del Sevilla, y de nuevo Sampaoli se acordó de su predecesor, sustituyendo a un delantero por un defensa para jugar al amarrateguismo. No dio malas sensaciones Badé, pero las imprecisiones, de las que se contagió hasta el mismímismo Bono, fueron la tónica hasta el minuto 80. Pero entró Rafa Mir por Lamela y ocurrió lo que todos creíamos que parecía imposible, en realidad casi un milagro: el murciano por fin se despeinó para dar al Sevilla su segundo gol.
Abrazamos al Dr. Jekyll, pero casi no nos dio tiempo: en el 86, un gol del Getafe volvió a sacar al monstruo. Y de ahí hasta el final, lo de siempre: un suplicio y rezos de la grada para que terminara el descuento.
Cuando llueve, uno tiene la sensación liberadora de que todo se limpia. Pero después, cuando las calles se secan, quedan los churretes y el barro. Así, más o menos, fue lo del Sevilla: pasamos de lo limpio a lo guarro. Dr. Jekyll y Mr. Sevilla. La mejor noticia -excelente, viendo lo visto- es que ganamos.
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