Arsenal - Sevilla: El tercer tiempo
No te reconozco, Sevilla
Alguien en redes preguntó con tino si lo que estaba viendo era un partido benéfico. Menudo despropósito
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Iniciar sesiónEn el momento previo a la salida al terreno de juego, mientras los dos equipos hacían cola en el túnel de vestuario, la cámara capturó las miradas que Juanlu y Pedrosa dirigían a los jugadores del Arsenal. En ese momento, parecían dos alevines esperando el ... momento de salir al campo de la mano de sus ídolos para la foto prepartido; dos niños que intercambian tarjetas de futbolistas y descubren, por primera vez, que estos son de carne y hueso. Ya ahí se percibía una diferencia de tamaño bastante sensible; sobre el césped del Emirates Stadium, la diferencia se tornó insoportable.
Pueden sentirse contentos. En realidad, sin esperarlo, los dos, y también muy especialmente Kike Salas, recibieron una masterclass que no olvidarán. Un clinic incluido en la nómina: mirad, niños, así se juega, así se seca a un defensa, así se regatea en el límite de la línea de fondo para, además, centrar el balón. Saka se aplicó en su lección a Kike Salas, pero lo de Martinelli con Juanlu adquirió una categoría aún superior.
Para nuestra generación, los Martinellis eran sinónimo de zapato caro. Calzar unos martinellis otorgaba categoría. A pesar de que, con su sofisticado nombre italiano, era una marca cien por cien española, de Elche para más señas. El Martinelli del Arsenal suena igual de italiano, pero es brasileño de pura cepa. De esos de jogo bonito. Juanlu tiene cara de niño, y pertenece a la generación Z, pero jamás olvidará lo que nosotros siempre supimos: que Martinelli es calidad pura. Durante todo el tiempo, nuestro joven lateral parecía un aspirante a cocinero intentando seguir los pasos de Ferran Adriá para cocinar un plato. Por aquí, esferificaciones; por allá, nitrógeno líquido; acullá, su aire de limón. Hasta que el aprendiz no resistió más lecciones y, desesperado, de pura rabia, soltó una patada inoportuna a su maestro, allá por el minuto 70, que le valió la amarilla.
Diego Alonso quiso, se supone, sorprender, hacer algo distinto. Por eso, sacó un once donde combinaba la bisoñez -Juanlu, Kike Salas, Pedrosa- con los psicotrópicos -Jordán- y con la absoluta incomparecencia -Lamela, En-Nesyri-, para proponer, sin más, una ruleta rusa sin ningún sentido, más allá, podemos entender, que el de preservar a jugadores para el derbi del domingo. Hasta eso salió mal, con la lesión de Soumaré, futbolista presumiblemente importante para el choque ante el Betis, al poco de saltar al terreno de juego (solo había tenido tiempo de ganarse una amarilla).
Pero llegados a este punto, y tras comprobar la obscena distancia que separa al Arsenal del Sevilla, empiezo a tener más o menos claro que lo de este equipo no es un problema de entrenadores. El gran problemón está en el plantel de jugadores, en su talento, en su aptitud. Cuando a eso se le suma, en muchos casos, la falta de actitud, apaga y vámonos.
No quisiera estar en el pellejo del colega de Orgullo de Nervión al que le toca puntuar a los jugadores. Es difícil puntuar a un alumno cuando ese alumno, la clase entera, no comparece en el examen. Aquí no hubo equipo. Yo, por lo menos, no lo vi. Lo único que vi fue un prodigio físico. Y no me refiero solo a los jugadores del Arsenal: el terreno de juego no era llano, sino que tenía una pronunciada pendiente descendente sobre el medio campo del Sevilla. La ley de la gravedad mantenía de forma constante el balón en nuestro medio campo. Y la propia pelota estaba imantada: nunca se separaba de las botas de los jugadores del Arsenal. En el descanso, alguien en redes, con bastante tino, se preguntó si lo que estábamos viendo era un partido benéfico. Es lo que parecía para el Sevilla: un bluf, un bah, un no jugar a nada, un me la refanfinfla, sin honor ni dignidad. Hubiera preferido salir goleado de Londres pero con cierta sensación de arrojo a terminar así, con este hedor a indolencia, complejo y medianía. Sevilla FC, no te reconozco.
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