sevilla - real madrid
Pura raza de Nervión para plantarle cara a Bellingham (1-1)
crónica
El debut de Diego Alonso fue un extraordinario espectáculo lleno de ocasiones y argucias en el que un gol en propia portería de Alaba adelantó a los sevillistas antes de que Carvajal igualase
Sevilla
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Iniciar sesiónPrueba de inmenso valor la demostración de entereza, de competición y el notable punto sumado por el Sevilla ante todo un Real Madrid como es el que lidera Bellingham, al que consiguió anotarle una primera diana en el último tercio del choque, por medio de ... un gol en propia puerta de Alaba, forzado por En-Nesyri, antes de que fuese Carvajal quien repusiese las tablas de forma inmediata. El estreno oficial como nervionense del uruguayo Diego Alonso representó la intensidad y el pundonor que se quiere ver siempre en Nervión, mordiendo cada jugada hasta el final y creando ocasiones hasta la saciedad a un Real Madrid que pudo salir derrotado del Ramón Sánchez-Pizjuán. También pudo ser al revés, pero el titular no es otro que el que luce arriba: pura raza de Nervión, que no es otra cosa que la casta y el coraje. Y ahora que pase a la sala de espera de este dentista el Arsenal.
Aquí la fe va por barrios. De la Fez en la que se crio En-Nesyri, a las blanquiazules plazoletas de Quilmes en la que comenzó a gambetear el potrero de Ocampos, pasando por Zapala, provincia del Neuquén y cuna salesiana de Acuña, todos ellos titulares para darle nombre y forma al primer discurso hecho práctica de Diego Alonso, que motivó a los suyos con una apasionada arenga que ha traspasado España, porque el uruguayo de momento desconoce muchas cosas, pero lo que sí le han dicho ya es que este no es un barrio cualquiera. «¿Nos pegan y hay sangre? Vamos y vamos. ¿Nos vuelven a pegar? Vamos y vamos». Cuestión de seguir y seguir. ¿Caer? Insistir. ¿Encajar? Marcar. Un diccionario repleto de antónimos que el charrúa ya coge por el dobladillo de su planteamiento, porque los primeros minutos en el Ramón Sánchez-Pizjuán dieron constancia de los tres pilares por los que se erige la fundamentada idea del Sevilla de su nuevo entrenador: intensidad, concentración y verticalidad. No todos siempre ni mucho menos a la vez, pero siempre con alguno de esos conceptos latiendo en este Sevilla vivo al que jamás hay que dar por muerto por muchos entrenadores que pasen por esa guillotina. Porque cuando mezcle varios es cuando puede ser verdaderamente letal.
Apenas hubo dos lances, uno a favor de cada equipo, y ambos hablaban a las claras de que éste era un partido sólo apto para mentes despiertas. Ágiles. En-Nesyri no llegaba pese a desmarcarse en largo y Vinicius ganaba profundidad, mientras que las defensas cerraban cualquier agujero antes de que fuera el Real Madrid el que celebrase un falso tesoro entre tanto césped, en forma de gol y en el arranque, pese a que no tuviese razón real para ello, dado que la diana no subiría al marcador por un claro fuera de juego. Cae en posición ilegal Bellingham ante la duda de Nyland y su defensa, siendo Fede Valverde quien finalmente el que remata. El barrio también defiende lo que es suyo y ese gol no fue para nadie y así lo estimó el referí.
Nervión se moría de ganas por ver a Soumaré, en esta ocasión acompañado en la medular, y no como los nervionenses acostumbraron a ver a uno de esos fichajes por descubrir como es el francés, y entretanto, el surrealismo entraba en escena mientras el Sevilla seguía desplegando sus velas. Una falta clara de Rudiger sobre Ocampos en la línea de fondo evita que todo lo que se cuenta ahora valga de algo, porque tira el Real Madrid hacia adelante asido al puñal del contragolpe para que entre Vinicius y Bellingham guionicen un tanto que De Burgos Bengoetxea se permite, por una norma que un día tendrá menos sentido cuando alguien se parta una rodilla, dejar que ocurra hasta que su linier alce la bandera. La televisión se va directa a la celebración del inglés, porque para qué iban a ir los focos sobre un mermado Ocampos que no podía levantarse del suelo. Uno se pregunta entonces si toda la telaraña mediática del famoso tráiler arbitral hubiese surtido el efecto de ser en el caso contrario. Qué no se hubiera dicho de cualquier hipotético golpe a las dos intocables estrellas blancas como son Vinicius o Bellingham si algún sevillista hubiese osado respirar ante ellas. De todo.
Sangre y fuego
«¿Nos pegan y hay sangre? Vamos y vamos. ¿Nos vuelven a pegar? Vamos y vamos». No deja de ser llamativo que pese a tanto ruido preconcebido con el silbato mayor al final no sean los blancos, al menos anoche, quienes acaben siendo beneficiados. Historia. Lo sabe ya bien un Diego Alonso al que le tocaba liberar más a Lukebakio con el fin de que el belga fuese más peligroso de lo que estaba siendo, dado que fue de más a menos. Volvía el Sevilla a la carga con no pocas llegadas que estuvieron a punto de sorprender a Kepa, por ejemplo, con una doble ocasión en las botas de Rakitic y Ocampos, donde es el croata quien se topa con la figura de un decisivo Carvajal que bajo palos deshace el gol más cantado en Nervión. Luego es Acuña quien comete un error juvenil dando toques de más y reza por que Navas siga siendo Navas y salve al grupo de semejante entuerto. El túnel que el palaciego hace a Vinicius en banda es una oda a la belleza, y por qué no decirlo, a la justicia.
Crecía por instantes el Sevilla sabiéndose dueño de su barrio y ahora de las transiciones ante los de Ancelotti, más agazapados de la cuenta. Y en este cruce es Lukebakio quien toca para Ocampos, éste la roza con el tobillo y es Sow quien como un reloj llega en el momento preciso para rematar ligeramente desviado. No había tiempo para lamentarse cuando era Ramos quien ejercería de salvador para sacar bajo la portería un balón que apuntaba a ser el 0-1. Ramos, siempre más sevillista que madridista, mandaba el balón a las calles de la Camas donde creció. Más gente de barrio para defender el empate justo cuando más momentos existían para neutralizarlo. Nyland, del barrio nórdico de Volda, sería el autor de la última parada antes del tiempo del asueto, siendo un auténtico tapón noruego para atascar el disparo de Vinicius. Antes del pitido, Ramos le sacaba una sonrisa al más puro estilo Joker a Rudiger, en una de esas fotos que dejan estos partidos con tantos decibelios. Y otra estampa que los blancos reclamaron en demasía: la de un posible empujón de Navas a Vinicius que enfada en Madrid. Nada decretó el colegiado, como nada punible observó en el lamentable recado con los tacos con el que Bellingham le firma el muslo a Rakitic.
Diego Alonso transmitía a los suyos al descanso que había que aumentar a Kepa con muchos más efectivos de los que venían llegando, o al menos esa era la premisa que más se echaba en falta tras el trabajo del primer acto en Nervión. Por eso fue Acuña quien colgó el primer balón con destino a un Rakitic que cabeceaba con la potencia insuficiente como para superar al meta madridista. Navas se dolía tras un duro empujón de Mendy. «Vamos y vamos». Y merodeaba Kroos el balcón del área sevillista cazando una segunda jugada que transformaba en un raso chut que Nyland veía lejos de sus dominios, pero no por mucho tiempo. Porque volvía a hacer daño el Real Madrid por medio de Fede Valverde, que sirve un nuevo balón con mucha maldad al eje de la zaga sevillista, y es Rodrygo quien remata y el noruego quien, solvente caballero, para de nuevo, no sin desprender de ese aura de saber donde hay que estar. Nada ofrece más seguridad por parte de un cancerbero que cuando llegó a San Pablo muchos acuñaban como suplente de Dmitrovic y ahora despeja hasta los puntos de los interrogantes.
Diego Alonso introducía a Suso y el Sevilla no escapaba de la segunda jugada que tanto condenó en su día a Mendilibar. De ahí nacía un buen centro por la izquierda, nuevamente de Acuña, que encontraba destinatario pero no gol. Y contestaba el Real Madrid con un nuevo lanzamiento de Rodrygo que se marchaba alto. Antesala al mejor premio posible para un Sevilla que iba de barrio a barrio, de área a área, del flanco zurdo al corazón del área, para seguir creyendo que en Nervión algunos gigantes pueden no serlo siempre. Es Acuña quien vuelve a centrar, «vamos y vamos», y En-Nesyri quien fuerza la postura de Alaba, que tratando de despejar el balón, se lo cuela a un despistado Kepa y monta el lío en el estadio. 1-0 momentáneo, y la felicidad se evaporaría ipso facto a razón del cabezazo de Carvajal, falta lateral previa mediante, que volvía a meter en la cita a los de Chamartín. La locura se haría dueña de la cita en el tramo final con un testarazo de Ramos que pudo significar muchas cosas hasta que las palmas de Kepa disolvieron tantas ensoñaciones. Luego, una tangana que no convendría a nadie, ni a Vinicius, en todos los fregados, ni a un Nyland que se deja caer con demasiada facilidad cuando recibe el toque del brasileño, y espacio para un último cabezazo de Ramos, quien lamenta en arameo no ser el héroe del barrio en una noche en la que Aitor, el hijo de Antonio, sopló 16 velas, 16. Que en sevillista significa que ya es mayor de edad. Nervión volvió a demostrar que con raza podrá sacar esta situación adelante. Sin ella es directamente imposible.
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