Sevilla FC
Cierra Pichardo, gana el pichardismo
Ante la falta de calidad y la mediocridad imperantes, Caparrós consiguió imponer su sufrida impronta
Sevilla FC - Las Palmas: El mayor de los sufrimientos a veces tiene premio (1-0)
Los días posteriores a la Feria son complicados para la cosa intestinal. No hay quien vaya de vientre con cierta normalidad, después de los excesos con el rebujito, las malas comidas y el trasnocheo. Pero para los sevillistas, el arranque de la semana ha sido ... especialmente difícil. Ayer no hubo un solo aficionado del Sevilla que tuviera una digestión amable. La jiñadera ante la perspectiva de una derrota casi fatal frente a Las Palmas era de proporciones cósmicas.
Los jugadores del Sevilla compartieron en redes sociales la imagen de un lienzo rojizo, con el que pretendían movilizar a la afición para que llenara de rojo el estadio, como ya hiciera contra la Juve en la fase final de la última Europa League que acabó en las vitrinas de Nervión. Y la afición se sumó a la causa, con más o menos entusiasmo, aunque si hubieran propuesto el color amarronado, ese que producen en la ropa intima las ventosidades mal calculadas, hubieran dado en la diana. Porque todo el sevillismo contenía las nalgas. Había que evitar a toda costa irse de vareta.
Este Sevilla es infame. No se puede decir de otro modo. Le falta calidad y talento. Está construido con jugadores de una absoluta mediocridad, incapaces de competir, muchos de ellos impropios de una primera división. Y uno no puede sino alegrarse de que García Pascual viera por fin la portería con un gol tan valioso y necesario, pero que el de Benalmádena, traído al club para jugar en el Sevilla C desde la Liga universitaria estadounidense, acabe siendo el MVP del partido lo dice todo sobre la medianía de este Sevilla. A Carmona no se le conoce aún un pase ofensivo decente desde la banda. Antonetti tiene menos peligro que el pollo hervido. Ver a Lokonga tirar a puerta es como imaginar a un peluche jugando al fútbol. Saúl, la supuesta encarnación de la madurez futbolística, logró ayer todo un hito: ser el jugador más rápido de LaLiga en ganarse una tarjeta amarilla. El partido de anoche, no nos engañemos, fue absolutamente desastroso: desaseado, feo, a trompicones, sin ningún tipo de criterio de juego, sin jugar a nada. Pero, sin duda, de clara impronta caparrosista.
Una vez que se pitó el final del partido, Caparrós comenzó a correr de un lado a otro. Se le vio hasta abrazando a Martínez Munuera. Se encaró con algún jugador de Las Palmas. Y corrió hasta el gol norte para sumarse a los Biris. Era su noche. Y fue, también, su juego.
Caparrós es nuestro Raphael. Y como Raphael, estoy convencido de que no le importaría morir sobre las tablas. Incombustible, superviviente, ama, como Raphael, el teatro. Lo mejor de ver a Raphael actuando no es desde luego la calidad de su voz, sino su facilidad para la pantomima. Ayer, precisamente, se anunció el cierre de Pichardo, tienda de disfraces de referencia en Sevilla durante más de 60 años. Caparrós sobrevivirá a Pichardo, y su espíritu es puro pichardismo. El pichardismo se parece bastante al bilardismo, pero es más zafio y marrullero. En los últimos veinte minutos del partido de ayer, Caparrós hizo lo que mejor sabe hacer: pérdidas de tiempo, balones duplicados sobre el terreno de juego, sobreactuación en las faltas, bronca en las bandas, proliferación de tarjetas… Puro teatro, tienda de disfraces. El momento estelar de anoche fue cuando Carmona cayó al suelo y un jugador rival intentó arrastrarlo fuera del campo. Ahí se desató la tangana, el macarreo, el pichardismo teatral que es marca de la casa de Caparrós, y que constituye sin duda su principal impronta como entrenador.
La afición no es idiota. Por eso, aun agradeciendo la entrega de Caparrós y los jugadores, no dudó, al finalizar el partido, en ensordecer el Sánchez-Pizjuán con los cánticos contra la directiva. Parece que esta no será la temporada del descenso. Pero muchas cosas tienen que cambiar para que esto no ocurra en la que viene. Porque este Sevilla es más malo que pegarle a un padre.
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