María Pérez logra otra proeza y ya es tetracampeona del mundo

Su triunfo llegó acompañado por el bronce de Paul McGrath en la prueba masculina de esa misma distancia. Una medalla agónica después de una carrera bastante más competida e imprevisible que la femenina. El barcelonés, 23 años aún, estuvo muy cerca de llevarse el oro. También de quedarse sin nada. La penalización del favorito, el japonés Toshikazu Yamanishi, le colocó líder a falta de solo tres kilómetros. Durante un buen rato se vio en lo más alto del podio, pero a falta de poco más de un kilómetro las fuerzas y el miedo le dejaron tercro, superado por el brasileño Caio Bonfim y por el chino ZhaoZhao Wang. Dolorido, exhausto y con dos tarjetas rojas que hacían peligrar el podio, resistió de forma admirable ante la amenaza del francés Aurelien Quinion, que prácticamente se le pegó a la espalda en la entrada al Estadio, a falta de solo 250 metros.

McGrath acabaría quedándose a solo diez segundos del oro, pero salvando el bronce por un margen de apenas cuatro. Una carrera para enmarcar para quien ya fue subcampeón de Europa el año pasado, y que lo confirma como el sucesor de Álvaro Martín.

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Pero hay que volver al principio. A ese relámpago llamado María Pérez. El kilometraje acumulado en los 35 kilómetros no pasó factura a la granadina, con fuerzas para romper la carrera a falta de cinco kilómetros y marcharse de nuevo en solitario hacia otra entrada triunfal en el Estadio Nacional de Tokio. Solo la mexicana Alegna González amagó con seguirla. Para ella fue el premio de la plata. El bronce se lo llevó la japonesa Nanako Fujii. Ninguna de ellas había participado en los 35 kilómetros.

La de María fue una victoria tan contundente como la de hace una semana, aunque fraguada de manera distinta. Si entonces la selección se resolvió en el primer tercio de carrera, esta vez hubo que esperar un poco más. Antes se formó un primer grupo de catorce mujeres con todas las favoritas. Al mando, la peruana Kimberly García, doble campeona mundial en 2022. Tras ella, la campeona olímpica, la china Jiayu Yang. Y a rueda, María. Mostrándose, pero sin asumir el mando.

«Pase lo que pase ya tenemos una medalla, así que hay que disfrutar», decía la española camino del estadio, tras el madrugón. Sonaba a justificación, pero era más bien un modo de quitarse presión. Pese a su descomunal estado de forma, no quería lanzar las campanas al vuelo antes de ver cuánto apretaban sus rivales.

Lo comprobó pronto. En el kilómetro 6 amagó con irse hacia adelante. La temperatura y la humedad habían bajado respecto a la prueba de hace una semana, y ese aumento de ritmo, ligero pero sostenido, empezó a hacer estragos en las más débiles.

A mitad de carrera el grupo cabecero se había reducido a la mitad. Ya no estaba Antonella Palmisano, plata en los 35. La italiana pagó caro el esfuerzo y acabó abandonando. María, en cambio, se mantenía entera, y percibía cómo cualquier variación en el ritmo hacía sufrir al resto. Más tarde revelaría que lleva toda la semana con dolor en la pelvis y con una pubalgia aguda provocada por la deshidratación. Pero si llegó a afectarle, lo disimuló a la perfección.

Después de una hora marchando, rozando el kilómetro 14, llegó el primer gran ataque de la campeona. Un latigazo que eliminó de la ecuación a la oro olímpico Yang y a la ecuatoriana Paula Torres, bronce en los 35. Al arreón respondió Alegna González, que no solo aguantó, sino que devolvió el envite para dejarlo todo en un mano a mano entre las dos.

Pero María no estaba dispuesta a jugarse el oro al esprint. Subió un punto más la marcha y a falta de cuatro kilómetros soltó también a la mexicana, a la que aventajó en 12 segundos en la meta. El instante fue tan repetido como especial: el salto al romper la cinta, el grito de rabia, las lágrimas. Y de nuevo, su mensaje a la cámara: «¡Os quiero, España!».

Allí la esperaba Palmisano, devolviendo el gesto que la española tuvo con ella una semana antes. Se fundieron en un abrazo antes de que María saliera corriendo a dar la vuelta de honor. Sonrisa enorme en el rostro, sin pararse aún a pensar en lo logrado. Para eso habrá tiempo. Antes, como recompensa, otro festín de sushi -ya sin remordimientos-, probablemente alguna hamburguesa y hasta una copa de champán antes de celebrarlo con su gente en algún karaoke de Shibuya. Bien merecido lo tiene una tetracampeona cuya vitrina empieza a asustar: cuatro títulos mundiales, dos medallas olímpicas (oro en el relevo mixto junto a Álvaro Martín y plata individual en 20 km), y un cetro europeo en Berlín 2018. Una colección que la coloca en la cima de la marcha internacional. Es María Pérez, martillo y relámpago.

Mucha más tensión se respiró en la carrera masculina, en la que pudo pasar cualquier cosa hasta el último metro, con todos los aspirantes obligador a apretar el paso y al borde de la eliminación. En esa lucha estuvo McGrath, siempre en el grupo de favoritos, al principio junto a Diego García y después como único represenante español.

Fue una carrera a tirones, provocados en su mayoría por Yamanishi, el héroe local. El nipón llegaba con la mejor marca mundial del año y quiso que fuera una prueba rápida. Pasado el kilómetro 15 quiso hacer el cambio definitivo, pero arriesgó más de la cuenta y acabó en el pasillo de penalización.

Ahí emergió McGrath, que de repente se vio en el liderato y con un ligero margen sobre el chino Wang. Por detrás, Caio Bonfim hacía su propia carrera. En los diez primeros kilómetros pareció descolgado, luego se unió a la cabeza. Cuanto atacó Yamanishi pareció que tiraba la toalla de nuevo... Pero el brasileño, plata en los 35 kilómetros y también en los 20 de París, es perro viejo. Cuando de verdad había que acelerar, ahí estaba el primero. Aprovechó que no tenía tarjetas rojas para bordear el reglamento y adelantar tanto a Wang como a McGrath y dirigirse hacia la victoria.

El español, acalambrado y también en riesgo de exclusión, empezó a mirar más hacia atrás que hacia delante. El francés Quinion se convirtió en una amenaza real, aunque supo solventarla con una maestría impropia.