Cómo invierten su dinero (o lo dilapidan) los deportistas
Los expertos explican las claves de por qué, pese a sus millonarios ingresos, un numeroso grupo de deportistas fracasan en las finanzas por falta de educación, planificación, asesoramiento y control emocional
Serena Williams, en un torneo de tenis
En la cima, pocos deportistas piensan en el día de mañana. El talento rinde dividendos, los contratos crecen cada temporada y las marcas pagan cifras obscenas por una fotografía. Sobre la pista, el césped o el parqué, el deportista se siente blindado. Pero el momento ... de la retirada siempre llega. Y con él, en muchos casos, un precipicio financiero. Los datos son tan toscos como repetidos: el 78% de los jugadores de la NFL está en bancarrota o con graves apuros económicos a los dos años de colgar el casco. En la NBA, el 60%. Lo mismo que en la Premier League. En el fútbol español no hay cifras oficiales, pero la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE), reconoce que los casos existen. Cada poco tiempo, en cualquier disciplina, surge algún caso que adquiere relevancia social y mediática. El precipicio, aunque anunciado, llega sin aviso para quienes nunca aprendieron a mirarlo.
¿Por qué se derrumba tan deprisa un patrimonio construido sobre salarios que multiplican por cien la media de la población? Pedro Escudero, extenista, licenciado en la Universidad de Duke y hoy al frente del fondo Doma Perpetual, lo encadena en cuatro piezas: ingresos tempranos, formación insuficiente, malas decisiones y entorno tóxico. «Normalmente un atleta no entra en la universidad, y muchos de ellos no acaban ni el bachillerato o la enseñanza secundaria», describe. Ese vacío educativo coincide con la llegada de sumas que obligarían a cualquier adulto a asesorarse. El joven deportista, en cambio, confía en el círculo que lo acompañó desde niño y delega sin filtro. La confianza, añade Escudero, se convierte en el primer talón de Aquiles: «Muchas veces el padre empieza a tomar decisiones y él tampoco tiene la capacidad para hacerlo correctamente». El problema se duplica cuando los familiares ven en la irrupción del dinero una oportunidad para emprender negocios cuya rentabilidad solo existe sobre el papel. De ahí la advertencia frontal: «No puedes invertir en lo que te dice tu primo, tu tío, o el amigo con el que jugabas al fútbol de pequeño».
El segundo bloque de causas se relaciona con la psicología del gasto. Durante la etapa profesional el flujo de caja es tan abultado que cualquier compra parece irrelevante. Casas en la costa, relojes de cinco cifras, coches deportivos. El ajuste, cuando llegan las lesiones o el declive físico, resulta traumático. «El atleta piensa que va a durar eternamente», admite Escudero. Y cuando los ingresos desaparecen, la inercia del consumo continúa. «Es muy difícil pasarte de un Ferrari a un Seat Toledo». La capacidad de recorte queda además lastrada por compromisos familiares y sociales asumidos en los años de bonanza. Ayudar es comprensible, pero, subraya Escudero, «si tú ayudas y después te arruinas, tampoco les estás ayudando». La generosidad sin límite termina por vaciar la cuenta.
Carencias formativas y gasto desbocado encuentran un aliado peligroso en el ruido mediático que rodea a cualquier estrella. Carlos González Graña, socio de BHI Capital y consultor habitual de medallistas y futbolistas, define el ambiente con una imagen: el vestuario convertido en feria de vendedores. «Entre entrenamientos, fisioterapia y competiciones, es complicado leer un informe financiero», concede. En ese hueco se cuelan los prescriptores de moda, los supuestos expertos y las promesas de pelotazos inmediatos. «Hay mil gurús ofreciendo la receta infalible», resume. Unos empujan hacia criptomonedas milagrosas, otros hacia ladrillos «sin riesgo» y otros hacia fondos exóticos con rentabilidades que desmienten las matemáticas. El deportista, agotado y confiado, firma lo que no entiende. Solo descubre el agujero cuando el asesor desaparece o cuando la primera cuota de Hacienda confirma la dimensión real del despropósito.
Mike Tyson
El resultado de esa mezcla se aprecia en biografías que saltan de vez en cuando a los titulares. Mike Tyson generó más de trescientos millones de dólares y se declaró en quiebra en 2003 tras años de gastos estratosféricos y demandas judiciales. Arantxa Sánchez Vicario acumuló cerca de treinta millones entre premios y patrocinios; la gestión familiar de su fortuna acabó en embargos, deudas fiscales y un proceso penal todavía vivo. Juan Martín del Potro vio cómo gran parte de su patrimonio se evaporaba tras inversiones decididas por su padre. Scottie Pippen confió en un asesor que lo condujo a proyectos inmobiliarios ruinosos. Las diferencias geográficas o deportivas no alteran el esqueleto del desastre: delegación ciega, falta de control y ausencia de estrategia.
Casos de éxito
Por supuesto, también existen las trayectorias opuestas. Serena Williams fundó Serena Ventures y colocó más de ciento diez millones de dólares en sesenta 'startups' vinculadas a tecnología y diversidad. Gerard Piqué creó Kosmos Holdings mientras seguía en activo y diversificó sus inversiones en numerosos sectores. Algunos no salieron como pensaba, pero los expertos sí advierten ahí un criterio claro. Cada línea de negocio gestionaba sus riesgos mediante sociedades específicas y técnicos especialistas. Descontrol cero. Cristiano Ronaldo, aún sobre el césped, ha construido una red de hoteles, clínicas estéticas y franquicias que generan caja sin depender de sus goles. O Mathieu Flamini, exjugador discreto del Getafe que fundó una empresa de biotecnología que busca sustituir productos derivados del petróleo. Hoy se le considera el exfutbolista más rico del planeta. Ninguno improvisó: todos levantaron equipos con abogados, fiscalistas y gestores que revisan cada paso antes de ejecutar.
Detrás de esas diferencias late una primera regla que Escudero repite como un mantra: «El objetivo primero es proteger el capital. Después, una vez protegido, lo inviertes bien». La prioridad es blindar lo ganado, no duplicarlo en doce meses. ¿Cómo se blinda? Con estructuras jurídicas que separen patrimonio personal y negocio, con seguros que cubran contingencias y con contratos que limiten responsabilidades. Después llega la fase de crecimiento. El cálculo que propone Escudero ilustra el potencial: cinco millones ahorrados a los treinta, invertidos tres décadas al quince por ciento anual, superan los trescientos millones. Pero ese escenario exige constancia y, sobre todo, evitar «los mayores errores», que aparecen «cuando invierten en temas que no controlan… caen sin pedir asesoramiento».
Decálogo inversor del buen deportista
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Ahorra desde el primer contrato: el futuro llega mucho antes de lo previsto.
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No inviertas en nada que no comprendas a fondo, aunque suene muy rentable.
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Rodéate de asesores expertos; evita consejos de conocidos sin formación específica.
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Nunca mezcles negocios con familia o amigos, por mucha confianza que te inspiren.
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Vive siempre por debajo de tus posibilidades, incluso si ganas cifras astronómicas.
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No firmes nada sin entenderlo: lee, pregunta y exige explicaciones claras.
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Reserva cada día un espacio para aprender finanzas: podcast, libros, formaciones...
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Protege tu capital con estructuras legales: sociedades, seguros, contratos blindados.
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Elimina los gastos innecesarios: éxito no equivale a ostentación continua.
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Piensa como gestor, no como estrella: invierte a treinta años, no a tres días.
González Graña traslada el mismo concepto al lenguaje del gimnasio. El asesor financiero, dice, debe actuar «como un preparador físico. Te guía, corrige tu técnica y te ayuda a evitar lesiones (o pérdidas)». De la misma manera que nadie compite sin calentar, nadie debería firmar sin entender. La formación no tiene por qué ser un máster; basta con quince minutos diarios. «La inversión en conocimiento siempre paga dividendo». Ese tiempo alcanza para comprender cómo funciona la volatilidad, qué es un horizonte temporal o por qué los retornos garantizados son una alarma y no una ventaja.
El control del gasto completa la defensa. Escudero lo llama posponer la gratificación. No se trata de abrazar la austeridad, sino de rebajar el ritmo del consumo a un nivel sostenible. No invitar siempre, no cambiar de coche con cada renovación de contrato, no comprar la cuarta casa en la misma urbanización. El músculo que sostiene el futuro no es físico; «este es el músculo más importante que el ser humano tiene… es el único que puedes utilizar hasta que prácticamente te mueres».
La lista de precauciones se resume en cinco puntos. Diversificar las inversiones para no depender de un solo activo. Separar el patrimonio personal del empresarial mediante sociedades y seguros. Rodearse de asesores independientes y regulados, no de amigos con buenas intenciones. Mantener un presupuesto por debajo de las posibilidades reales, de modo que la transición al retiro no exija cirugía drástica. Y jamás comprometer la mayoría del capital en una apuesta sin auditoría externa.
Ni Escudero ni González Graña ofrecen productos concretos; la regulación se lo impide y la ética profesional también. Sirva esto como el habitual 'disclaimer'. Sus conclusiones no son un prospecto, son un recordatorio. Opiniones basadas en años de experiencia en la gestión de fondos y comprobar cómo, uno tras otro, numerosos deportistas iban cayendo al pozo de la bancarrota.
Los datos siguen ahí. La mayoría de los deportistas fracasa porque confunde ingresos con riqueza infinita. No hace falta multiplicar por dos lo ya ganado; basta con impedir que se evapore antes de que termine la vida que costó construir.