Rayo 1-1 Barcelona
Vallecas, un paisaje infernal para el Barcelona
Tiene telarañas y la pintura desgastada, pero el estadio del Rayo es sinónimo de vida
El Barça empata pero exhibe su miseria
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Vallecas
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Iniciar sesiónEstá viejo, las telarañas pueblan sus rincones, y de la pintura que un día adornó su estructura hormigonada hoy solo quedan algunos trazados al borde de desconcharse; sin embargo, el Estadio de Vallecas sigue siendo un sinónimo de vida. Para los partidos grandes, como ... este ante el Barcelona, el pequeño campo se adapta como puede a la demanda. Por ejemplo, son demasiados los periodistas acreditados y el club tiene que montar unos pupitres circenses para agolparlos en la tribuna principal. No hay, por supuesto, butacas libres en un mediodía magno y, pese a que a los no habituales les asedia la agonía al no encontrar su asiento (quién podría culparles de no hallar la salida del laberinto), ese poblado conglomerado rojo y blanco de 14.000 almas bajo el sol de invierno es, de veras, precioso.
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Lewandowski, un feo retrato de arrogancia
Sergi Font
No obstante, esta imagen pictórica es para el Barcelona un paisaje infernal. En Liga, los de la Ciudad Condal no ganan en el barrio desde 2019: aquí mismo fue puesto el último clavo en el ataúd de Koeman, aquí perdió el año pasado ante aquel excelente Rayo de Iraola. Pita la hinchada la salida al calentamiento de los azulgranas con vehemencia, llueven los insultos, comienza a anticiparse la tempestad. Entretanto, antes del primer golpe a la mejilla del Barça, el estadio canta en comunión (en especial en el minuto 25, cuando el ‘Rayo oé’ pone en pie a todo el personal), salpica improperios a su polémico presidente Raúl Martín Presa y se desespera con las caídas sin fundamento de Robert Lewandowski.
El Rayo domina, aprovecha la fragilidad con balón de Oriol Romeu en espacios reducidos y piensa que el 1-0, de existir, no sería para nada descabellado. La inquieta afición local, incapaz de mantenerse demasiado tiempo sentada, es feliz en la superioridad y, cuando el misil de Unai López casi agujerea la red defendida por Iñaki Peña, estalla en una mezcla de ilusión y euforia. Vibran las chapas del mencionado pupitre, se funde en un abrazo la hinchada bajo un ruido terrible… incluso olvidan que Isi Palazón, tras ser pateado en la cabeza por Íñigo Martínez, continúa aturdido al margen de la algarabía.
Pasa inevitablemente el tiempo y la ambición de la afición rayista deja paso al temor. Es normal, tiene un potosí en su poder que puede perder en cualquier instante. Paga entonces sus miedos con el árbitro, Munuera Montero, al que culpa hasta de su belleza. Tal es la tensión, que solo la cariñosa ovación a su excapitán Óscar Trejo al ser sustituido interrumpe el febril estado de nervios. El Barcelona aprieta más si cabe y Lewandowski confirma los presagios del viejo estadio cuando al partido apenas le queda un cuarto de hora.
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El 1-1 silencia momentáneamente a los allí presentes, no obstante, lejos de caer en la pena, como si un psicólogo fuera, el gentío da una palmada en la espalda a su equipo, le lleva en brazos hacía la lejana orilla del empate con un sinfín de muestras de orgullo. Solo el tiempo añadido rompe el idilio, porque los siete minutos que muestra el cartelón son respondidos con ira. Hasta una señora, estoica, responde a la minutada con un: «Hasta que marquen los otros». No es así, respira Vallecas una vez confirmada la igualada; celebra alegre otro tirón de orejas al gigante Barcelona, un equipo al que al fin, el resultado fue fiel a su fútbol temeroso. Tan rácana es la imagen del Barça que hasta Xavi Hernández hace autocrítica: «Tenemos que espabilar y mejorar», dice, contrariado.
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