Todo irá bien
Guardiola y sus derrotas cojonudas
«Ha ganado mucho, pero con todo lo que es y ha tenido, lo sorprendente no es lo que ha conseguido sino lo que se ha dejado por el camino por no querer evolucionar»
F.C. Barcelona, acto final
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Iniciar sesiónEs un partido que habíamos visto mil veces, muchas de ellas sufriendo desde la impotencia del barcelonismo. Es el límite en que la genialidad de Pep topa con su arrogancia y los motivos por los que cayó en el Etihad son los mismos ... por los que con el Barça de Xavi, Iniesta y Messi sólo supo ganar dos Champions.
Todo el mundo habla de las estadísticas, de la superioridad del City y de la resistencia heroica del Madrid. Pero la única explicación válida la dio Guardiola en la rueda de prensa: «Qué manera tan cojonuda de perder». Manchester 2024. Camp Nou 2010 contra el Inter de Mourinho. También en Barcelona contra el Chelsea en 2012, por no hablar de la final que, como entrenador del City, tiró a la basura igualmente contra el Chelsea.
Pep prefiere perder que revisar su dogmatismo y ha sido incapaz de encontrar soluciones a los mismos problemas que tiene desde que empezó a entrenar. Es un entrenador fantástico pero tan persuadido de tener razón y tan impostado en la puesta en escena de sus disquisiciones, que su retórica se derrumba en clave de farsa si el rival se concentra en un antídoto que siempre es el mismo y casi siempre funciona si se aplica con fuerza y sin dudas.
Aunque se escape un poco del análisis deportivo, el gran problema de Pep es que es catalán, con esa tendencia tan molesta que tenemos de dar lecciones y la necesidad enfermiza de que nos admiren. Los buenos jugadores que se ha encontrado, los buenos jugadores que ha comprado y lo buen entrenador que es se pierde y se encuentra en un interminable juego de los espejos en que Narciso se ahoga entre sus inseguridades y su afán por deslumbrar.
No hay maneras cojonudas de perder. Eso sólo piensa un catalán. De 1714 al Etihad, pasando por el lacito amarillo y la camiseta de Open Arms. Los que pierden no tienen razón, ni mucho menos «razón moral», ese sintagma que se inventó el fracaso para poder perpetuarse. Guardiola ha ganado mucho, pero con todo lo que es y ha tenido, lo sorprendente no es lo que ha conseguido sino lo que se ha dejado por el camino por no querer evolucionar. Una legión de admiradores que en el fondo están como enamorados le permite continuar viviendo en su circuito cerrado de aplauso asegurado sin importar el resultado. Ha desarrollado hasta tal punto su tejido argumental para justificar derrotas, y elevarlas a una suerte de ejercicio de estilo, que ganar se ha quedado prácticamente sin incentivos. Es imposible no ver en este extraño y poderoso mecanismo mental colectivo la explicación del destino de una cierta Cataluña.
Siempre con un dinero que no es suyo, siempre haciéndose el modesto cuando es descomunal su patrimonio personal y es el entrenador al que más caprichos y más caros le son sistemáticamente concedidos; y siempre haciéndose el amigo de las causas justas cuando cobra de un club cuyos propietarios predican la destrucción del mundo libre, Guardiola vive tan pendiente de la proyección pública de su imagen que no le suele quedar tiempo para mezclarse con la mundana, incómoda, marrullera realidad.
Por mucho que en la rueda de prensa dijera que, como Cruyff, no cree en la mala suerte, la mala suerte fue su única excusa de fondo. «Nos faltó el gol», dijo, y retóricamente se preguntó qué más se puede hacer para pasar una eliminatoria. El día que en lugar de retóricamente y en público se lo pregunte en serio y en su oficina encontrará la respuesta. Y entonces sabrá lo que es cojonudo de verdad.
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