Todo irá bien
Estadio Pasqual Maragall
«No es serio que el Estadi Olímpic se llame Lluís Companys, que fue un criminal y un asesino, un frívolo, un presidente golpista que ordenó cientos de ejecuciones sumarias»
Un nuevo nuevo Messi
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Iniciar sesiónNo es serio que el Estadi Olímpic se llame Lluís Companys, que fue un criminal y un asesino, un frívolo, un presidente golpista que ordenó cientos de ejecuciones sumarias. Entre tantas otras, la del general Goded, y armó las milicias para que fueran ... a matar a sus vecinos curas, menestrales o burgueses. Que lo detuviera la Gestapo y lo ajusticiara Franco no tendría que hacerle merecedor de ningún respeto ni de ninguna consideración de héroe por parte del pueblo catalán, que debería aprender a elegir mejor a sus ídolos para superar su catetismo cantonal, su fanatismo y su pulsión por la muerte.
Lo que fue y representa Companys es exactamente lo contrario de lo que Cataluña necesita para volver a ser razonable y digna. Incluso para los independentistas algo leídos, Lluís Companys es una figura pésima, un modelo de derrota, un delincuente de baja estofa que siempre prefirió la impotencia sanguinaria de la izquierda a la construcción nacional más o menos aseada.
Para ser justos y razonables, para darle al estadio y a la ciudad la dignidad que merecen, debería llamarse Estadio Pasqual Maragall, que es quien de verdad abrió a Barcelona al mar y al mundo. Fue Maragall quien rescató la montaña de Montjuïc de las putas, los drogadictos y el olvido, convirtiéndola en el centro de la maravilla con que durante los 15 días que duraron los Juegos Olímpicos de 1992 atrajimos las miradas y la fascinación de todos. A Barcelona, al Barça, y a Cataluña les conviene mucho poder presumir del nombre de Pasqual Maragall, un político imaginativo y valiente. Un socialista moderno que creyó siempre en la iniciativa privada y en la compasión pública; en las grandes inversiones que daban luz y proyección a Barcelona y en las políticas sociales –con la ayuda de Eulàlia Vintró, de Iniciativa per Catalunya– para que nadie quedara atrás. Como presidente de la Generalitat no acabó de funcionar pero como alcalde fue el resumen de las virtudes que esperamos de un servidor público. Pasqual Maragall i Mira (Barcelona, 1941) encarna el mejor sueño que han tenido Barcelona y Cataluña durante el siglo XX y sería muy agradable para todos los barceloneses poder mirarnos en este estadio, que es ahora el hogar provisional del Barça, para reconocernos como los hijos de aquel sueño y tomar de él impulso para volverlo a realizar. Todo lo que Companys humilla, Maragall lo eleva.
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Sin permiso de obras para el Camp Nou
Salvador Sostres
Una de las muchas taras del catalanismo es que elige de forma acomplejada y servil a sus referentes y héroes. Pone los espejos cóncavos, como Valle en el Callejón del Gato. No elige a los héroes por sus virtudes sino por las calamidades que sufrieron. Si convertimos a Companys en héroe sólo porque Franco lo mató, a quien en realidad estamos convirtiendo en héroe es a Franco. Es lo que siempre ocurre con los acomplejados, con los victimistas, con el pensamiento débil. Es tal el furor por culpar a los demás de lo que te pasa, y tan escaso el afán por tomar las riendas de la propia historia, que al final todos los ídolos son de cartón y no se puede construir nada sólido sobre su ejemplo.
La vida de Companys fue una derrota para Cataluña, y el mito de su muerte una derrota incluso más grave por el vacío moral que implica la idolatría del «president màrtir». Mártir no es sólo que te maten. Eres mártir si te matan porque estabas haciendo algo notable. Lo que Companys estaba haciendo justo antes de huir hacia Francia es mucho peor que lo que hicieron los Nacionales cuando entraron en Barcelona.
Habiéndose por fin librado de Ada Colau, Barcelona necesita reconocerse en su orgullo y sus virtudes, y nada sirve tanto para entender las cosas como nombrarlas con precisión. Pasqual Maragall ha sido el gran alcalde de esta ciudad. Ha sido el alcalde de la mejor Barcelona. Y más concretamente, el alcalde de los barceloneses cuando fuimos los mejores barceloneses de todos los tiempos. No ha habido un reconocimiento suficiente a su figura. Nunca le hemos podido agradecer la autoestima que nos devolvió y de qué manera nos enseñó a ganar como una ciudad líder, y fuimos capaces de organizar los Juegos que hasta ese momento se consideraron los mejores de la Historia.
Los nombres cambian las cosas. Y cambian a las personas. Un estadio olímpico llamado Pascual Maragall borraría ignominia y añadiría buena voluntad en una ciudad tan herida como Barcelona.
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