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Mundial Rusia 2018

Griezmann, el artista que creció con el pico y la pala

El máximo goleadores de la última Eurocopa devino en estrella mundial una vez que acopló sus virtudes al ecosistema del Atlético

Antoine Griezmann
Alejandro Díaz-Agero

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Antoine Griezmann (Mâcon, 1991) vino al mundo desnudo, como todos, pero consagrado ya como artista, algo al alcance de unos pocos. Un nombre con semejante sonoridad no podía desperdiciarse en mundanidades. Esa melena rubia, a ratos plateada, que tan pronto se tornaba cresta como ardía en un rapado con cortes sinuosos, no era sino el reflejo del momento de inspiración que atravesaba un virtuoso al que sólo le faltaba concretar su arte. Por suerte para los habituales en las páginas de Deportes, eligió el fútbol.

«El Principito» creció como un extremo dotado para el escapismo a orillas del Cantábrico, en la escuela de Zubieta. Hasta allí se lo había llevado Eric Olhats, empleado de la Real Sociedad que lo descubrió en un torneo de chavales en Montpellier. Por aquel entonces, con 13 años, Griezmann sopesaba dejar el fútbol. Su estatura, en uno de los países donde mayor valor se le da al poderío físico de sus futbolistas, amenazaba con devorar su talento. Hasta cinco equipos habían rehusado incorporarlo a sus categorías inferiores (Metz, Olympique de Lyon, Sochaux, Saint Etienne y Auxerre).

La finura de aquella zurda imberbe encandiló a Olhats. Tan convencido estaba de la apuesta que estaba haciendo al llevarse a Griezmann a España que lo metió en su propia casa. Su exigencia con el francés fue acorde: llegó a sacarlo de la cama en mitad de la noche para practicar, en una plaza de Bayona, todo aquello que durante el entrenamiento no había hecho como debía.

En San Sebastián fraguó el joven Antoine una de sus relaciones más prolíficas, en lo personal y en lo deportivo. Mexicano y galo acapararon las bandas de la Real entre 2011 y 2014, en una sociedad temible que fue capaz de elevar el listón de la entidad guipuzcoana hasta la disputa de la Champions League. Aún hoy utiliza unas espinilleras en las que aparecen fotografías de excompañeros de la Real, amigos de su círculo más íntimo. De aquel tiempo junto a Vela dijo recientemente Griezmann que había sido su momento más feliz en el fútbol.

No sabemos si de ello tendrá alguna culpa Simeone. En sus días en Anoeta, el hoy referente de Francia nunca había insinuado una evolución hacia el jugador que hoy es, delantero de a los que hoy se caricaturiza como mentirosos, tan primoroso en el juego entre líneas como letal cuando asoma al área. En 202 partidos con la Real, anotó 52 goles; 112 en 209 apariciones lleva con el Atlético. Cuando fichó por el cuadro rojiblanco (2014) el Cholo lo sometió a un proceso de adaptación a una filosofía que a Griezmann le sonaba a chino. En la fase de grupos de la Champions, sólo jugó como titular el partido en el Calderón ante el Malmö. La evolución se puede explicar a partir de sus calzoncillos: hasta que se fue a Madrid, el francés jugaba cada partido con unos bóxer de Bob Esponja. Hoy, con su futuro haciendo funambulismo entre el Camp Nou y el Metropolitano, es uno de los máximos exponentes del «cholismo», máximo goleador en la última Eurocopa y aspirante al trono que desde el 14 de junio Rusia pone en liza.

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