¿Había tanto que celebrar?

La Nations League es una competición menor frente a aquellas palabras mayores. Y no está mal ganarla, claro, y abrazarse por ello. Pero de ahí a convocar a las masas en el WiZink Center como si España no hubiera ganado nunca nada o repitiera su corona mundial va un trecho enorme. La calle no estaba ahí. La gente se fue a la cama el domingo como un día cualquiera, feliz si se quiere, pero no con esas ganas descontroladas de agarrar la bandera y tirarse a Colón que dejaron otras gestas.

Ya en Rotterdam, algunas escenas sonaron exageradas e histriónicas. No digo que lo normal fuera ese aire desganado y funcionarial con el que Carvajal festejó su Panenka definitivo, pero mucho menos lo pareció el afán compulsivo de Rubiales por sumar fotos, con una emoción que pintaba excesiva e impostada. Está bien compartir las alegrías con la gente, pero el grito en el fútbol sale natural, no dirigido. Y esta ceremonia sonó artificial y sobreactuada. Excesiva incluso para estos tiempos en los que el deporte lo sabotean el negocio y mercadotecnia. No había tanto que celebrar. Humo. Fue una fiesta a la fuerza.