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El bar de mou

Carnear a Vinicius

«El fútbol español es un caos de personajes de bingo escapados de alguna comedia de Ozores que dedican sus intrascendentes vidas a afearle al entrenador del Real Madrid su modo de hacer los cambios»

Resignificar la cruz 

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Vinicius, durante un partido con el Real Madrid Ignacio Gil
Ignacio Ruiz-Quintano

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La Copa es el trofeo que le falta a Jude Bellingham, jugador extraordinario, aunque no sabemos si tanto como para comprometer la temporada por obsequiársela con otro clásico caído en el calendario como moscón en la sopa. El Real Madrid se quedó sin De Gea ( ... no hay mal que por bien no venga) porque el fax de la inscripción llegó cinco minutos tarde, mientras que para Olmo, inscrito dos semanas después del cierre, el Gobierno de Madrid, dependiente de un extravagante culé residente en Waterloo, paró el reloj de la ventanilla. Frente al flagrante caso de Olmo, el ruso (con perdón) Cheryshev jugó con el Real Madrid cuarenta y cinco minutos de un partido de Copa en Cádiz, que reclamó alineación indebida por un mamoneo burocrático, y el Real Madrid quedó eliminado. La situación en las competiciones nacionales es tan chusca que al Real Madrid le convendría no distraerse con ellas, que en términos de gloria nada le aportan, para volcarse en Champions y Mundial de Clubes. El fútbol español es un caos de personajes de bingo escapados de alguna comedia de Ozores que dedican sus intrascendentes vidas a afearle al entrenador del Real Madrid su modo de hacer los cambios de futbolistas, con la Oficina convertida en una caricatura de la inmortal página de Ibáñez 13, Rue del Percebe, con sus vares, sus palancas, sus inscripciones fuera de plazo, sus árbitros-civilones, sus revistosos del puchero y sus rebuscadores de 'jugadas residuales', 'frames' transformados en residuos sólidos urbanos, la basura por la que, según Alfonso Reyes, se deshace el mundo y se vuelve a hacer: «El mundo se muerde la cola y empieza donde acaba». Valore, pues, el propio Bellingham el desgaste que el equipo va a asumir sólo para darle el gusto de poder completar su colección de trofeos. Es una Copa que lleva en la cara el 'uppercut' que el portero de la Real, Remiro, le mete en el rostro cuando acude a rematar un balón ante las narices del árbitro (Alberola, un Popeye de la calistenia), que no da penalti porque se trata de una 'jugada residual': el balón ya ha pasado, reza la doctrina cantaleja, con lo que la acción de Remiro sobre Bellingham vendría a ser el socorrido 'gag' del 'tartazo' en el cómico fútbol español. En Qatar, con la doctrina fifera, la misma escena supuso penalti para Messi y amarilla para el portero. La cumbre del Popeye arbitral vendría luego, con el 'aizkora jokoa' contra Vinicius, Houdini enjaulado contra la raya de cal zafándose de dos defensores realistas (más su entrenador, 'encimándolo'), reducido finalmente por el hachazo ('aizkolaritza') de Olasagasti que no cogió tronco, pues estaríamos hablando, no de la de Paulista al propio Vinicius, que fue menos agresiva, sino de la de Goicoechea a Maradona.

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