El legado de Del Bosque

De sopetón, Del Bosque se encontró con un equipo campeón de Europa. Un “marrón”. Lindo reto. La herencia era muy buena y no admitía el derroche. Todos los focos estarían pendientes de sus movimientos, sus decisiones, sus listas, sus alineaciones, sus descartes, sus resultados... Un órdago en toda regla. El nuevo seleccionador contaba con el respaldo del director deportivo de la Federación, Fernando Hierro. Viejos compañeros. Viejos amigos.

Un colchón para afrontar un reto complejo por el perfil cainita de la sociedad española, y en concreto el mundo de los medios de comunicación. Examen permanente para Del Bosque. Prohibido dilapidar la herencia de Luis Aragonés. No fueron sencillos los inicios. Pese a su perfil afable, bonachón y conciliador su presencia en el cargo llegó a incomodar a los más escépticos. En su primer partido, en el mes de agosto contra Dinamarca en Copenhague, ganó la iniciativa en el proceso del cambio. Un tres cero rotundo. Fue listo. Calcó la última actuación de la Eurocopa. Sabia decisión y dejó su primera carta de presentación. Hizo debutar a Iraola y a Capel.

Ganar el primer asalto representaba mucho. Sin dar bandazos y metiendo baza fue respetando las señas de identidad del pasado para adaptarlo a las exigencias del presente. Había poco que tocar. Simplemente ser cuidadoso. Y lo hizo como un cirujano. Partido a partido. Noventa minutos a noventa minutos. Hizo debutar a Fernando Llorente, a Piqué, a Mata, a Busquets... Las ideas claras. Primero un jugador de la selección sub 21 antes que un veterano para jugar dos o tres partidos y luego desaparecer. Apoyo total a la cantera.

Con ese librillo fue acumulando buenos resultados y adeptos. Cerró su primer año en el cargo con la clasificación para el Mundial encarrilada, sin perder un encuentro, y con la Copa Confederaciones. En esta competición se deshinchó algo su burbuja. Llegó con diez partidos ganados de manera consecutiva y la selección se estrelló contra Estados Unidos en las semifinales cuando todo el mundo esperaba una final contra Brasil. Hubo bajón generalizado. Y algunos rescataron fantasmas del pasado.

La factura de la Eurocopa era demasiado abultada como para un despiste de ese calibre y ante un rival que se presumía inferior. No hubo tiempo para las fisuras. En las siguientes apariciones, la selección recobró el pulso y cerró de manera brillante la fase de clasificación para el Mundial sin perder un partido. Un trabajo, que se vio reforzado por las victorias ante selecciones potentes como Argentina o Francia.

El Mundial sería el mejor termómetro para calibrar el trabajo del seleccionador. Comenzó con la lista de 23. Se atrevió a meter a Víctor Valdés, Pedro, Javi Martínez y Llorente en detrimento de los “míticos” Diego López, Cazorla, Marcos Senna y Güiza. Hubo unanimidad absoluta, pero se levantaron algunos debates. Luego llegó la competición. Y tuvo mano firme. El patinazo ante Suiza le ubicó en un escenario incómodo. Fiel a sus principios no cometió el error del bandazo. Confianza y naturalidad. Siempre apoyado en su segundo, Toni Grande, y con el respaldo de Ferando Hierro. Movió el equipo sin traicionar sus pensamientos y fue inflexible con las críticas que pedían cambios drásticos. Y tocó teclas que no entraban en los planes de los analistas, como fueron Jesús Navas, Fernando Llorente o Pedrito, cada uno dando un resultado óptimo que sirvió para que el equipo pasase rondas.