Una España deslumbrante y concreta

Pasan dos vagones de metro por la estación de Siemensdamm en el oeste de Berlín y es imposible. Ni soñar con entrar ahí. Es una marabunta de croatas, camisetas ajedrezadas y gorros de waterpolo que van enlatados detrás de la ilusión de un país. El mismo entusiasmo que late en el corazón del gaditano propietario de la zamarra de Isco que se abre paso entre esa multitud y una minoría de españoles. Van por delante los croatas antes de que el imponente estadio olímpico donde Jesse Owens humilló a Hitler decrete el inicio de la Eurocopa para la selección. Solo es la grada. El fútbol dicta otra ley.

El juego determina el fin de la abundancia para los croatas. La selección se maneja con una armonía superlativa y desconcertante para el adversario, domina la pelota, presiona muy arriba, hila con cierta suavidad, sin estridencias, sin tibias rodantes. Fútbol melodioso, cadencioso que como una mantis religiosa espera su momento para saltar sobre la presa.

El fútbol de la selección es un coro sin desafinar. Lenta progresión desde los centrales con el balón en los pies, trasvase sin prisas a los laterales o el centro del campo y aceleración en la zona de influencia. Y siempre, obligatorio, acabar las jugadas como sea.

Croacia es la pasarela conocida, un centro del campo de nivel superior con Brozovic, Kovacic y Modric, pero con la dificultad de acción en su defensa. Los cuatro de atrás no saben cómo sacar la pelota, superar esa tela de araña que tejió De la Fuente es un triunfo. España se impone por energía y convencimiento en esa presión, global, incesante, que no permite respiro.

El camino se abre cuando un robo de balón se convierte en una autopista hacia el cielo para Morata y sus fantasmas. El pase de Fabián es delicioso y la carrera del controvertido delantero puede acabar en cualquier paraje. Morata afloja, levanta la vista, piensa y alivia su cabeza: el tiro de zurda es limpio y decisivo. Gol en la primera, la selección arranca a través de su personaje menos unánime.

Desprovista de alucinaciones, España muestra una actitud y un juego superlativos hasta el descanso. Fabián quiere acabar la jugada, siempre, después de un par de regates con cierta fortuna tras el eslalon de Lamine y el pase de Pedri. Croacia se desangra. El tiro también acaba en la cazuela.

Por encima de su juego surge la voluntad y el orgullo de los croatas, que se abren en canal, arriesgan en la salida del balón, asumen que ya no queda otra y provocan un par de situaciones incómodas en el área española. Unai resuelve con solvencia un complejo zurdazo que iba a ras de césped y Gvardiol impone su físico y su llegada en un golpeo cruzado que no encuentra una pierna amiga.

España está encendida aunque no es fuego lo que sale de su fútbol, sino una suave melodía que fascina y destruye a su rival. Lamine Yamal la pone con intención al área, sin violencia, y Carvajal, que está en todas, suelta la pierna para sellar un marcador impensable al descanso. 3-0, todo el mundo frotándose los ojos, los propios y los ajenos, mientras suenan pitos de desaprobación de la masa croata a sus héroes derrumbados.

Ha empezado la segunda mitad y el estadio ha perdido su ebullición. Las gargantas croatas han enmudecido porque el partido se acabó hace unos minutos. No hay ánimo para emprender una remontada improbable y tampoco España ofrece fisuras desde la defensa, el dolor de cabeza de muchos aficionados antes de la Euro.

Carvajal es el mejor sobre el campo, Le Normand defiende con brío y aligera la salida del balón, Nacho es garantía de seguridad y por el carril izquierdo despunta Cucurella, el último invitado, primer partido oficial con España y rozando el sobresaliente en su espíritu defensivo y decisiones lógicas.

Lamine Yamal la tiene dos veces y el portero croata la saca de fábula. España está a punto de merendarse a Croacia, café y pastas al atardecer berlinés, pero los balcánicos se salvan por la falta de contundencia ibérica en esa fase del partido.

Con el riesgo de una debacle en los contragolpes, Croacia se lanza de nuevo a su aspiración de hacer en el partido. Gobierno momentáneo, a la desesperada, pases más afinados, otro talante menos contemplativo provocan alguna zozobra en la retaguardia española, que se maneja con sangre fría y mucho aplomo.

La presión española no es tan feroz con el primer acto y Croacia llega hasta Unai Simón, que había blindado su portería con agilidad y personalidad, pero que la pifia a última hora. En el juego con los pies no es un hacha y el rebote termina en penalti y follón.

El árbitro perdona la roja a Rodri, quien no tiene posibilidad de disputar el balón cuando Petkovic va a rematar a puerta vacía. Solo amarilla. El desenlace predice que los astros se han aliado con España en esta Eurocopa. El delantero croata chuta, Unai para y el rechace acaba en gol del croata. Pero el VAR revisa y decide que dos balcánicos han entrado en el área antes de tiempo, el penalti no se repite y España libra el momento con ese gramo de suerte tan necesaria en la alta competición. Un guiño que suena a futuro mejor.