Los jugadores celebraron el título brevemente, antes de la invasión de campo en Cornellá AFP

El Barça podía ganar la Liga y el Espanyol podía precipitarse a Segunda. Pero la sensación de crisis, desgobierno y falta de proyecto claro es parecida en los dos clubes aunque por motivos distintos. Hasta la supervivencia de ambos, por lo ... menos en la forma que hasta ahora los hemos conocido, está igualmente amenazada. Pero el Barça se encargó en el minuto 10 de demostrar que por lo menos las urgencias de los dos equipos son distintas y Lewandowski marcó la diferencia. Que la Liga esté devaluada porque su presidente no entiende el negocio, y que Laporta haya empujado al club al abismo, no significa que efectivamente el Espanyol no sea hoy mucho más un equipo de Segunda que de Primera.

Espanyol 2-4 Barcelona

Jornada 34 de la Liga Santander

  • Espanyol: Pacheco; Óscar Gil, Montes, Sergi Gómez (Puado, descanso), Cabrera, Oliván (Koleosho, min,84); Melamed (Edu Expósito, min.87), Darder, Denis (Calero, descanso); Joselu y Braithwaite (Pedrosa, min.55).
  • Barcelona: Ter Stegen; Koundé, Araujo (Alba, min.63), Christensen (Marcos Alonso, min,.74), Balde; Busquets, Pedri (Kessié, min.89), De Jong; Raphinha (Dembélé, min.62), Lewandowski y Gavi (Ansu Fati, min.75).
  • Goles: 0-1, min.11, Lewandowski. 0-2, min.20, Balde. 0-3, min.40, Lewandowski. 0-4, min.53, Koundé. 1-4, min.73, Puado. 2-4, min.92, Joselu.
  • Árbitros: De Burgos Bengoetxea (C. Vasco). Amonestó a Darder (min.39) por parte del Espanyol. Y a Koundé (min.2), Gavi (min.39) y Alba (min.82) en el Barça.

El Barça funcionaba a medio gas y los locales se esforzaban mucho sin conseguir nada, o casi nada. Xavi se enfadaba por la falta de precisión de los suyos; el Espanyol, entregado a su agonía, hacía lo que podía para defenderse y correr un poco en contras imposibles, pero la verdad es que no daba para más. Voluntariosos los jugadores, ningún reproche se les podía hacer más allá de los límites de su calidad. En el minuto 21 el Barça marcó el segundo. Buen centro de Pedri, mejor remate de Balde, pero con cualquier cosa bastaba para dañar a un rival muy débil.

El Barcelona jugaba contra nadie pero Xavi continuaba tenso en su área técnica, excesivamente protegido contra un tiempo no tan frío. Eso sí, llovía. Tras el fin del mundo tantas veces proclamado en los últimos días, estuvo lloviendo toda la tarde y a buen ritmo. Raphinha no marcó el tercero porque Dios no quiso, y poco a poco se fue instalando la rutina de un ataque visitante de más dominio que puntería, y con la impresión de que si el tercero no llegaba era más por el desacierto del Barça que porque el Espanyol diera alguna señal de poder darle la vuelta al partido.

Era un poco cruel constatar la cierta indiferencia de uno contra el sufrimiento de otros, lo poco que a unos les bastaba para crear peligro y lo mucho que los otros intentaban hacer sin conseguir nada más que morir cada vez en la orilla. Una orilla, por cierto, mucho más cercana a su área que a cualquier indicio de amenaza para Ter Stegen. El Barça insistía pero sin acabar de insistir, y el Espanyol trataba de disimular con orgullo que en el fondo tiene más que asumido su destino: un simple córner parecía una gran oportunidad, coreada por la grada, que como era de prever no tuvo ninguna consecuencia.

Lewandowski no perdona

Parecía como si el partido se jugara con dos balones: el que Pedri acariciaba con esmero, con mimo, y el otro para los demás, como una piedra con la que en los barrios pobres hacen las porterías los chavales que juegan en la calle. La impotencia del Espanyol se traducía en acciones duras, feas, como la de Montes. Gavi la protestó demasiado y vio la amarilla. Xavi se enfadó con él porque no hacía ninguna falta, como al cabo de un par de minutos demostró Lewandowski marcando el tercero y matando cualquier misterio que pudiera tener el partido y la Liga, tanto por debajo como por arriba. La retransmisión televisiva mostraba a una chica del Espanyol llorando por lo que veía y a Laporta mirando el móvil. Se hacía difícil determinar si el Barça no quería hacer más sangre y disimulaba la pasividad con desidia o era sólo desidia, y no le importaba nada más.

Cornellà no estuvo ni lleno -casi 28.000 sobre una aforo de 40.000-, y tras el descanso muchos se fueron a su casa. El equipo no respondió a la ilusión que en los días previos habían demostrado los aficionados. La defensa local fue un colador, cualquier esperanza quedó a la práctica infundada, y la segunda parte para el Español parecía mucho más una penitencia que una oportunidad.

Puado y Calero sustituyeron a Sergi García y Denis y el Español volvió del descanso presionando arriba y el Barcelona tenía más dificultades para salir con el balón jugado. Algo era algo, pero continuaba siendo poco. Tan poco qur en el 52 Koundé marcó el cuarto rematando de cabeza un centro de De Jong. Los primeros petardos se empezaron a escuchar en la zona alta de Barcelona y cada vez menos aficionados aguantaban el suplicio en las gradas de Cornellá. Dembélé y Jordi Alba entraron por Raphinha y Araujo.

El Espanyol sólo intentaba acabar el partido con dignidad, lo que no era tarea fácil. Fue insólitamente duro el golpe a su autoestima que tuvo que encajar, y aunque con la derrota no quedaba materialmente descendido, era complicado tratar de imaginar de dónde podrá sacar el orgullo para resurgir un equipo tan profundamente herido.

Lo poquísimo que creaba -por así decirlo- el Espanyol era en fuera de juego de dos metros y además lo resolvía, por si acaso, con gran solvencia Ter Stegen. Él y Pedri llevaban al Barça más allá de la inercia, que igualmente habría bastado para resolver el partido.

Maquillaje inútil e invasión de campo

En el 71 el Espanyol tuvo el premio que los aficionados que resistieron -más que el equipo- merecían, y Puado picó por encima de Ter Stegen el primero de su equipo. El partido se rompió en un intercambio de golpes sin demasiado sentido y el portero alemán del Barcelona tuvo más ocasiones para lucirse. En el último segundo, el Espanyol marcó el segundo.

El Barça salió campeón de Cornellá de la Liga más pobre y devaluada de todos los tiempos, tras una temporada de fútbol muy mediocre, de victorias por la mínima y en que el Madrid decidió hace unos meses tirar el campeonato a la basura. También es cierto por poco meritorio que sea el título, a Laporta le sirve para disimular que el club va a la deriva.

El final del partido fue tan triste para el Espanyol como lo fueron los 90 minutos. Unos cuantos aficionados asaltaron el terreno de juego con la clara intención de ir a por los jugadores del Barcelona, que habían celebrado la victoria y el título liguero sin demostraciones provocativas ni ninguna otra particularidad que el corro de la patata, algo cursi, que puso de moda Guardiola cuando empezó a ganarlo todo. Es impresentable que un club como el Espanyol no supiera gestionar la previsible situación, cuando además hubo claros indicios de que se iba a producir.

La otra cara de la moneda, mucho más alegre y festiva, fue la celebración de los aficionados del Barça haciendo sonar los cláxones de sus coches por toda la ciudad. Varios centenares se reunieron como es tradicional en la fuente de Canaletas. Hacía cuatro años que el Barcelona no ganaba la Liga. La última fue con Valverde de entrenador y cuando aún estaba Messi.

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