EL BAÚL DE LOS DEPORTES

España 82, un Mundial de campeonato: Naranjito, el pirulí, Pertini…

Memoria de un país que hace 41 años, en plena transición política y social, fue capaz de organizar un gran evento deportivo

Hoteles, aeropuertos y párkings decidirán las sedes españolas del Mundial 2030

La selección italiana celebra su victoria en el Mundial de España 1982 sobre el césped del Santiago Bernabéu ABC

España, país complejo –incluso pelín acomplejado– y de memoria tan frágil como selectiva, no suele valorar como se merece el Mundial de fútbol que organizó en 1982. Es cierto que en su momento el fracaso deportivo de la selección nacional ensombreció casi todo lo sucedido ... aquel verano y que hubo demasiada opacidad en el apartado económico, pero la perspectiva que da el paso del tiempo invita a honrar lo mucho y bueno que supuso la celebración de un evento universal de tal magnitud en un momento crucial y dificilísimo de la historia española.

Es imposible encerrar en una sola idea lo que significó aquel campeonato del mundo, pero se aproxima bastante si se describe como el aldabonazo que certificó la transición y proyectó hacia el mundo la imagen de una España decidida dar el definitivo paso hacia la democracia y la modernidad.

La idea de organizar un Mundial de fútbol fue un proyecto que buscaba blanquear el régimen franquista a los ojos del mundo. El Gobierno del dictador presentó la propuesta en el Congreso de FIFA celebrado en Tokio en octubre de 1964. Entonces, el máximo organismo balompédico designaba con más antelación que ahora las sedes de los campeonatos. Alemania Occidental y España pugnaban por albergar la edición de 1974, prevista en Europa.

Ambas delegaciones decidieron mirar más allá y llegaron a un acuerdo: España apoyó a los alemanes en sus aspiraciones de 1974, y los germanos le devolvieron el favor para pujar por el Mundial de 1982 (el de 1978, por aquello de la rotación de continentes, lo organizó Argentina). En octubre de 1966, la FIFA dio el visto bueno a las dos propuestas europeas.

La fecha inaugural se iba acercando, pero España no estaba para ponerse a pensar en fútbol. Los años pasaban raudos mientras Francisco Franco y su régimen agonizaban. Tras la muerte del dictador (1975), la prioridad era recomponer y reformar política y socialmente el país. Hasta que en septiembre de 1978, por fin, se aprobó la creación del Real Comité Organizador del Mundial 82 (RCOM).

Raimundo Saporta, antiguo vicepresidente del Real Madrid, fue nombrado presidente de dicho Comité, en el que también figuraron los presidentes de la Federación Española de Fútbol, Pablo Porta, y del Comité Olímpico Internacional (COI), Juan Antonio Samaranch. Tenían menos de cuatro años para poner en marcha un Mundial. Poco tiempo, poquísimo teniendo en cuenta las delicadas circunstancias que vivía el país.

Crisis económica y paro

En su libro 'El Mundial de fútbol de 1982: escaparate de la nueva democracia española', Juan Antonio Simón reseña que «entre 1975 y 1980 la verdadera imagen de la crisis económica española que desde principios de los años setenta estaba sufriendo el país se reflejará en la aparición del desempleo masivo... Los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) del Instituto Nacional de Estadística (INE), mencionan que de las 470.000 personas desempleadas en 1975 se pasará al 1.625.090 en diciembre de 1980, lo que suponía el 12,44 por ciento de la población activa. Desde esta fecha el desempleo no parará de aumentar hasta 1985».

Era necesario, y básico, afrontar desde el primer minuto el capítulo económico. El RCOM cimentó la financiación del Mundial sobre tres pilares: la venta de entradas, los derechos de televisión y la explotación comercial de todos los productos relacionados con el torneo.

En primer lugar, decidieron conceder el monopolio de la venta de entradas y los paquetes de viajes a Mundiespaña, un consorcio de empresas creado expresamente para la ocasión y compuesto por cuatro grandes agencias de viajes y otras cuatro importantes cadenas hoteleras. Los derechos de televisión fueron vendidos por 39 millones de francos suizos (40,5 millones de euros); y la publicidad estática en los estadios, por 37 millones de euros a una empresa británica, West Nally, que también adquirió los derechos de emisión para Estados Unidos y Canadá.

La gran novedad deportiva del Mundial de 1982 fue la presencia, por vez primera, de 24 selecciones. Nunca tantos países habían participado, nunca tantas naciones esperaban recibir la señal televisiva de los partidos disputados por sus futbolistas. Un reto comunicativo y tecnológico del que nació uno de los edificios emblemáticos de Madrid: el pirulí, oficialmente denominado Torrespaña.

«El Grupo Operativo RTVE Mundial-82 está a un paso de concluir sus trabajos, cuyo objetivo principal es la asistencia técnica necesaria para que los 3.000 enviados especiales de las diferentes cadenas de radio y de los canales de televisión de todo el mundo puedan informar de lo que suceda en los diecisiete campos en que tendrán lugar los partidos del máximo acontecimiento futbolístico, que se iniciará el día 13 de junio en Barcelona», informó ABC el 28 de mayo de 1982.

«El Ente Público de RTVE ha realizado unas inversiones, que se aproximan a los 17.500 millones de pesetas (105 millones de euros) —añade la noticia—... Por ejemplo, la Torrespaña, que, con sus 220 metros, es la novena del mundo y se ha convertido en el nuevo techo de Madrid… Junto a la torre se ha levantado un edificio con dos sótanos y siete plantas, dotado de los más modernos elementos que, en un próximo futuro —tras el Mundial— será sede de los servicios informativos de TVE».

«Está previsto, y estas instalaciones lo van a posibilitar, la realización de más de mil programas unilaterales desde estos estudios o desde los instalados en los estadios sede del Mundial… En estos momentos todas estas instalaciones están prácticamente acabadas. La impresión es que se va a conseguir un éxito sin precedentes en este campo y que la cobertura informativa por radio y televisión del Mundial está perfectamente garantizada, al mismo tiempo que se ha logrado una necesaria modernización de gran parte de los medios técnicos con que contaba el Ente Público RTVE».

Despliegue televisivo

Los españoles pudieron ver en directo por TVE (no existían más canales) 25 de los 36 partidos de la primera fase, todos los de la segunda fase, las semifinales, el partido de consolación por el tercer puesto y la final. De esos 41 encuentros, 23 se emitieron por la Primera cadena y 18 por la Segunda. Según un estudio realizado por el Gabinete de Investigación de Audiencias de RTVE, un 87 por ciento de los mayores de diez años presenció uno o más partidos por la tele. Es decir, un total de 26.670.000 personas (la población total, niños incluidos, era de 38 millones). La final la vieron 21 millones de personas.

Las cifras, siempre frías, tienen esta vez el cálido poso de un país que se volcó con el Mundial. Desde casa y en la calle. Quienes lo vivieron recuerdan un ambiente excepcional en las gradas de los 17 estadios y en las 14 ciudades elegidas como sedes del campeonato: Madrid, Barcelona, Sevilla —dos campos en cada una de estas tres—, Alicante, Bilbao, Elche, Gijón, La Coruña, Málaga, Oviedo, Valencia, Valladolid, Vigo y Zaragoza.

El país se contagió de la alegría natural que transmitía una fruta con simpático nombre: Naranjito. Fue la mascota del Mundial. Su elección no gustó a todos y hubo bastantes críticas. Por esas cosas de España, con el transcurrir del tiempo esa redonda y sonriente figura es cada vez más apreciada y querida. Hasta el punto de haberse convertido en una especie de icono pop, al que no pocos sitúan entre las ilustraciones más acertadas y míticas de la historia de los campeonatos deportivos universales.

La ya citada empresa West Nally pujó también por la explotación comercial de Naranjito y los demás productos de mercadotecnia del Mundial. Pagó 15 millones de euros más un cincuenta por ciento de los beneficios posteriores.

En el capítulo de gastos hubo que afrontar las reformas de los estadios. Los créditos para los clubes propietarios de los terrenos fueron financiados por el Banco de Crédito de la Construcción, mientras que el Banco de Crédito Local hizo lo propio con aquellos campos de propiedad municipal. «La inversión total entre propietarios y RCOM superaría los 7.000 millones de pesetas (42 millones de euros). El 25 de enero de 1980, el Gobierno aprobó en Consejo de Ministros, la concesión de una línea de crédito de 5.100 millones de pesetas (30,5 millones de euros)», detalla en su libro Juan Antonio Simón.

El balance final de esas inversiones y el coste total general del campeonato conforman el punto más oscuro del Mundial España 82. Muchos de esos clubes y Ayuntamientos arrastraron durante años la deuda de un despilfarro sin control. Y el baile de cifras entre el RCOM y la FIFA sobre gastos e ingresos hizo imposible concretar el cómputo económico exacto y verdadero del torneo.

Amenaza terrorista

Ajeno al deporte y a la organización, pero acechando a toda la sociedad, «desde la última etapa del franquismo hasta principios de los años ochenta, España vivió el periodo más duro del terrorismo de ETA, los sangrientos años de plomo –escribe Simón–. El gran temor de todos los miembros del RCOM era que ETA decidiese aprovechar el Mundial para realizar alguno de los atentados a los que desgraciadamente había acostumbrado a la sociedad española».

Ni la amenaza terrorista, ni el caótico esperpento con bolas equivocadas y rotas durante el sorteo de los seis grupos de la fase inicial, ni el fiasco de la selección española. Nada ni nadie aguó la fiesta. Y eso que la España entrenada por José Emilio Santamaría solo ganó a Yugoslavia (2-1). Pasó a duras penas y como segundo en un fácil grupo 5 que completaban Irlanda del Norte (0-1) y Honduras (1-1). Luego, en la novedosa segunda fase —estrenada en el 82 y nunca más vista en posteriores Mundiales—, perdió con Alemania (1-2) y empató con Inglaterra (0-0).

El otro gran desencanto deportivo lo protagonizó Diego Armando Maradona. Recién fichado por el Barcelona, la gran estrella del fútbol mundial no pudo brillar. Fundamentalmente porque su selección, Argentina, no logró abstraerse de la trágica situación que se vivía en su país, recién derrotado por Gran Bretaña en la guerra de las Malvinas.

Pese a ello, fue un excelente torneo desde el punto de vista futbolístico. Potentes selecciones, grandes jugadores —Rossi, Maradona, Sócrates, Platini , Zico, Zoff, Boniek, Rummenigge, Sitelike, Keegan, Dasaev, Blokhin, Nkono…—, partidos inolvidables como Brasil-Italia o Alemania-Francia, el legendario balón Tango y, como colofón, la emocionante final.

Video.

Italia ganó a Alemania (3-1) en un espectacular encuentro. Y aquel 11 de julio de 1982, Sandro Pertini, presidente de la República italiana, quebró el protocolo en el palco del estadio Santiago Bernabéu cada vez que su equipo marcaba un gol. El simpático y anciano (tenía 84 años) mandatario transalpino saltaba, consolaba al canciller germano, Helmut Schmidt, y festejaba con el rey Juan Carlos I.

Más allá de errores, polémicas, dispendios y lagunas varias en la apurada organización de un evento mundial de tal magnitud, hace 41 años la alegría bonachona de Pertini escenificó el salto —nunca mejor dicho— de España hacia el futuro.

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