DESPUÉS DEL F.C.BARCELONA...
Emmanuel Amunike, nadie grita ya lo del padre de Luis Enrique
El futbolista nigeriano, protagonista sobre el césped y en la grada durante los noventa, sigue reclamando oportunidades desde Cantabria para ejercer de técnico: «Muchos equipos me dicen que no saben que estoy entrenando, ¿qué puedo hacer?»
Joan Balcellas / Se pierde el pelo, no la raqueta
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Iniciar sesiónCuando Emmanuel Amunike llegó al Barcelona su carrera había sido un continuo ascenso, pero su rodilla le detuvo en seco. «Las lesiones son una pesadilla, los jugadores tenemos alegría por entrenar y competir, cuando te lesionas y la lesión se complica es todo muy ... frustrante», afirma ahora, con 52 años y mucha tristeza, desde Santander, donde reside.
Mucho antes de aquello, en su infancia en Nigeria, el fútbol profesional era más una idea que una realidad. «Yo vivía con mi abuela en el pueblo, veía a los mayores con la radio en la oreja, escuchando los partidos. Un día fui al estadio y a partir de ahí quise ser futbolista».
El vuelo de Amunike hasta la élite tuvo varias escalas. «Cuando acabé el colegio podía ir a la universidad, pero me quiso fichar un equipo. Opté por jugar porque económicamente me beneficiaba y podía ayudar a mi familia», explica. En solo unos meses le llamó el Zamalek, uno de los grandes clubes egipcios: «Era más profesional. Estuve tres años con ellos y lo ganamos todo».
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1994 es el año de su vida. En abril, campeón de la Copa de África con doblete en la final y, en verano, viaje a Estados Unidos. Por primera vez el país más poblado del continente acudía a un Mundial. «Nuestro último partido de la clasificación fue en Argelia. Fue un partido muy duro, recuerdo un balón que me dio en los ojos y se me hincharon, pero yo no quería que me cambiaran». Aquella selección pasó la primera fase y, si España casi elimina en cuartos a Italia, todavía más cerca estuvo Nigeria en octavos. En el minuto 88 de su partido ganaba 1-0 con gol, precisamente, de Amunike. «Confiábamos en nosotros, sabíamos que teníamos buenos jugadores», recuerda. A final de año, fue elegido el mejor jugador del continente, ya había llegado a Lisboa para jugar con el Sporting. «No me costó adaptarme. Jugaba con Figo, Balakov, Sa Pinto… A mí me gusta trabajar, me implicaba«.
El siguiente paso, tras el oro olímpico en Atlanta marcando el gol decisivo, era triunfar en Barcelona, pero no se dio. Su carrera fue menguando: Albacete, Corea, Jordania y una retirada con una idea clara, su futuro estaba en el banquillo. «Hay muchos compañeros que no quieren saber nada del fútbol cuando lo dejan, pero no era mi caso».
El cántico
Amunike hizo los tres niveles del curso de entrenador en Cantabria, donde reside porque de allí es su mujer. «Yo podría haber ido a Nigeria y entrenar algún equipo por ser exfutbolista, pero yo quería prepararme». Tras la parte teórica, José Morais, antiguo asistente de Mourinho, le llamó para que le acompañase a Arabia. «Fui con él y era otro fútbol, todo eso formó parte de mi aprendizaje. El fútbol tiene mucho trabajo que como futbolista no ves».
Una vez independizado como entrenador, Amunike fue campeón del Mundo sub17, dirigió a Tanzania y pasó por varios equipos africanos, pero aún no ha llegado la llamada que espera. «Si a Guardiola o a Luis Enrique no les hubiesen dado oportunidades no se podría saber si son buenos entrenadores«. Con ambos coincidió en el Barça y con el segundo le une un famoso cántico: «No me gusta, pero tampoco me persigue».
«A los entrenadores que van a África nadie les dice 'como vienen de Europa no pueden entrenar'»
¿Por qué no llega esa oportunidad? «Tampoco quiero meterme ahí, pero tengo las ideas muy claras. Yo vivo en España, aquí saqué mi título, pero no puedo entrenar. A los entrenadores que van a África nadie les dice 'como vienen de Europa no pueden entrenar'. Muchos equipos me dicen que no saben que estoy entrenando ¿qué puedo hacer?». La frustración no esconde rencor: «Yo me alegro por ellos, porque no es fácil, puedes saber, pero a veces las cosas no te salen».
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Así que ahí sigue Amunike, en Cantabria, esperando la siguiente llamada para hacer las maletas. Su última experiencia fue en Zambia; espera más. «Tengo 52 años, no me he cansado, no soy un abuelo y gracias a que tengo una mujer que me entiende y unos críos que me entienden, puedo hacer lo que me gusta, que es entrenar».
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