FÚTBOL / MUNDIAL FEMENINO
La elegancia de pies y cabeza de Irene Paredes
La central es guía sin brazalete tras un año lleno de críticas, títulos, malos días y pérdidas
Suecia amenaza desde el aire
Auckland
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Iniciar sesiónRecorrió el planeta fútbol el abrazo entre Jenni y Alexia, emocionadas tras conseguir el pase a la semifinal del Mundial. Y también esas lágrimas de Irene Paredes (Legazpi, 1991) en el túnel de vestuarios, entre la alegría, la impotencia y el alivio, mientras ... la intentaba consolar Lucía Ybarra, su mujer. Paredes, que es un muro como central, se resquebrajaba porque esta Copa del Mundo reúne muchas vivencias. Y ella las lleva con la elegancia con la que juega al fútbol y la entereza de una capitana a la que el brazalete no le aporta más rango.
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En Nueva Zelanda le falta una pieza fundamental de quién es; su padre falleció poco antes de la concentración. Pero en Nueva Zelanda está Mateo, la pieza que ha creado con su mujer. Y entre los dos aportan el equilibrio y la energía para que su rendimiento en el campo esté siendo de diez. Quizá un 9'5 se pondría ella, siempre exigente.
En una posición de la que mejor que se hable poco, ingrata como pocas porque te señalan por los goles, pero no por los marcados, sino por los que no sabes frenar, se desenvuelve Paredes con maestría. Con un 1'78 de altura, la más alta del grupo, intimida a las rivales en las distancias cortas y aporta seguridad a las compañeras. También a Jorge Vilda, pues no ha fallado en ningún once hasta ahora.
Si Aitana es la directora de orquesta en la vanguardia, Paredes lo es en la retaguardia. De los casi 600 pases que ejecutó la selección ante Suiza, por ejemplo, la más precisa fue ella, con 111. Tiene en su derecha un pincel cuando tiene que ofrecerle el balón a las compañeras, y un hacha si lo tiene que quitar a las rivales.
No solo dirige con el pie, hay liderazgo en la forma de moverse y en las directrices a sus compañeras. Reparte juego, inicia el ataque, dirige el pase, señala dónde debería ir el de la compañera, corta jugadas, alecciona a las suyas, frena a las rivales, protege a la portera. Incluso, y en esto Paredes es singular, hay lecciones que no se practican en los entrenamientos. Ante Suiza, en ese autogol que marcó Laia Codina por un error de conexión con Cata Coll, fue Paredes quien se acercó a la defensa para transmitirle calma y ánimos. «Si no le hablo en ese momento, sé que en cuanto volviera a tener el balón en los pies empezarían los nervios», explicó después.
Es líder sin brazalete. Lo que hace es ejemplo siempre para las demás, respetada por compañeras y por el equipo técnico porque es la primera en respetar el trabajo ajeno, que sabe lo que cuesta llegar hasta aquí. Ella, que ha vivido el desarrollo del fútbol femenino desde un 2015 vacío hasta un 2023 con aforos completos. Se alaba en el vestuario y también la prensa su profesionalidad, con esa franqueza en todas las batallas.
Es la primera en aplaudir y la primera en rectificar, afectada como la que más con un partido ante Japón en el que no le salió nada a nadie. Y directa como es en el juego, lo es también de palabra, primera en hablar y felicitar o asumir culpas: «Igual que nos gusta que haya tanta cobertura, sabemos que estamos expuestas a que nos den caña cuando las cosas no van bien. Es normal que se nos critique y se nos exija más. Lo asumimos», exponía tras el batacazo japonés. Como también asume que hay que dar la cara en esos momentos: «Cuando las cosas van mal cuesta más hablar, pero hay que hacerlo, hay que aparecer».
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No lleva el brazalete de capitana porque todavía hay rescoldos de aquel levantamiento que los resultados en Nueva Zelanda están intentando hacer olvidar. Pero fue Paredes, como capitana, quien puso cara y voz cuando sus compañeras firmaron aquella carta. Ella no lo hizo, pero se la señaló como guía de la revuelta y se apartó de la selección unos meses porque le afectó, como a todas. Recibió críticas por decir el sentir de sus compañeras, por alejarse, por volver. Pero Paredes aguanta.
Más de puzles que de cartas, debutó con la Real con 17 años y aprendió que no todo era fútbol cuando pasó del Athletic al PSG, demasiada exigencia, propia y ajena, que la aturdió y de la que salió más fuerte con la ayuda de su pareja. Ya en el Barcelona, momentos de ilusión y triunfos, ligas y una Champions. Y en la selección, 95 partidos ya, a dos pasos de coronarse en un Mundial. «Por ti, aita», escribía antes de llegar a Nueva Zelanda. Está cumpliendo lo dicho.
El miércoles se juega la segunda semifinal: Australia-Inglaterra (12.00h).
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