FÚTBOL
Andrei Ratiu: «Mi madre es camarera, ha sufrido tres cánceres y no me deja retirarla»
Es el lateral de moda en Europa. Sus padres emigraron a España cuando él tenía 4 años y las ha visto de todos los colores. Hoy, el fútbol se lo devuelve
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Madrid
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Iniciar sesiónSe hace de rogar. Bastante. Tras terminar el entrenamiento, pasa una hora con los fisios. Sabe que su explosión ha sido más tardía de lo habitual y no piensa volver a la casilla de salida. Por eso cuida su cuerpo con mucho mimo. Aparece con ... un pantaloncito negro con más aspecto deportivo que vaquero, y una sudadera con capucha del mismo color. Las zapatillas, y los calcetines, también son negros: «Yo paso de la moda. Solo quiero ir cómodo y por eso voy todo el día en chándal». Es el rumano Andrei Ratiu (Aiud, 20 de junio de 1998), un lateral que apenas concede entrevistas, por el que se pelea media Europa y que este domingo (16.15 horas, Movistar) visita el Bernabéu con su Rayo Vallecano.
—¿Recuerda algo de Aiud?
—Yo nací allí, pero realmente soy de un pueblo de al lado, de Unirea, que apenas tiene 4.000 habitantes. Recuerdo muy poco porque solo viví en Rumanía hasta los 6 años. Tengo algún amigo, pero con poca relación y prácticamente por redes.
—¿Por qué se va a España con 6 años?
—Mis padres se fueron cuando yo tenía 4 años, y nos quedamos en Unirea mi hermano pequeño y yo con nuestros abuelos. Ellos fueron a Aguaviva, un pueblo de Teruel de solo 500 habitantes, a buscar trabajo. Cuando mi padre ya tuvo los papeles nos fuimos mi hermano y yo con ellos.
—¿A qué se dedican sus padres?
—Mi padre es albañil y mi madre camarera. Profesiones duras y humildes.
—Usted ahora podría retirarlos. ¿No quieren?
—Siempre han querido ser independientes y siempre han querido trabajar para nuestro futuro. Por eso, en mi cabeza siempre ha estado devolverle ese esfuerzo. Mire, mi madre ha sufrido tres cánceres y unas cuantas operaciones, la última hace dos meses, y no solo no me ha dejado que la retire, sino que ahora, que sigue de baja, está como loca por trabajar porque se le cae la casa encima. Ella jamás se ha rendido a pesar de sufrir tres cánceres y ese es el ejemplo que nos han transmitido y que yo sigo.
—Cuando eres niño, que no entiendes muchas cosas, ¿cómo se ayuda a una madre que pasa tres veces por una enfermedad tan grave?
—Es difícil. Nosotros éramos pequeños, pero lo poco que sabíamos es que teníamos que estar a su lado apoyándola y que tenía que hacer caso a los doctores. Ahora, también es verdad que para ella ha sido difícil porque somos una familia de tres chicos, mi hermano, mi padre y yo, y a veces costaba entenderla. Quizás, le faltaba a su lado algo de empatía femenina.
—Los rumanos sois muy familiares.
—Sí. Desde niño incluso. Yo de pequeño era tranquilo y tímido, bueno como ahora, y solo quería estar con la pelota y pasármelo bien con mis amigos y mi familia. Un círculo de confianza muy cerrado, por eso me cuesta relacionarme con la gente que no conozco mucho.
—¿Qué hace cuando no está jugando al fútbol?
—Antes jugaba mucho a la Play, pero desde que he sido padre, hace quince meses, casi todo mi tiempo es para mi hija. Y en unos meses llegará un segundo hijo, que va a ser niño.
—En estos tiempos, con 25 años no es normal ser padre.
—Yo estoy con mi chica desde los 16, así que cuando ya tuve algo estable en el fútbol, decidimos que era el momento. Tampoco me ha cambiado mucho la vida. Por suerte, ella es buena y duerme y come bien. Y la vida de un futbolista es muy aburrida.
—¿Por qué dice eso?
—Porque es una dedicación total y repetitiva. Tienes que cuidarte, dormir y comer bien. Y si sales a cenar fuera, como mucho una noche a la semana. Al final pasas mucho tiempo en casa intentando cuidarte. Así que mi vida es mi hija, alguna serie, la Play si puedo y poco más. Bueno, y fútbol. La verdad que a mi chica la tengo frita y, no le voy a mentir, ella acaba poniéndose una serie en el iPad.
—¿Tenía otro plan en la vida por si no salía lo del fútbol?
—Yo me lo jugué todo a una carta. No había plan B. De hecho, cuando ya empecé a entrenar con el juvenil del Villarreal, con 16 años, decidí dejar los estudios y apostarlo todo al fútbol. Me ha costado un poco más llegar a dónde estoy ahora, porque mi explosión ha sido con 24, pero siempre pensé que estaría preparado.
—Es lateral, pero de pequeño jugaba de delantero, extremo y mediocentro.
—Sí. Yo empecé a jugar con 6 años en el equipo de fútbol sala del Aguaviva FC. A esa edad, el equipo de fútbol más cercano, el Andorra de Teruel, estaba a 30 kilómetros y mis padres no podían llevarme por el tema de sus horarios en el trabajo. Luego, con 8 años, mi madre ya pudo salir a las 17.00 y el entrenamiento de alevines en el Andorra de Teruel comenzaba a las 18.00, así que ya pudo llevarme. Con 10 años es cuando me llama el Villarreal y allí nos vamos toda la familia.
—¿Me está diciendo que sus padres dejaron sus trabajos y se fueron todos a Castellón a comenzar de nuevo de cero?
—Sí. Ellos también apostaron todo a mi carta. Fue una decisión valiente, porque yo llegaba al infantil C del Villarreal y a saber lo que salía de ahí. Y también fue duro. Los dos primeros años en Castellón vivimos de nuestros ahorros porque ni mi madre ni mi padre lograron encontrar trabajo y no conocíamos a nadie que nos pudiera ayudar. De pagar 200 euros de alquiler en Aguaviva pasamos a pagar 600 en Castellón y, claro, el dinero se acabó en dos años. Así que mi padre, a través de un amigo suyo, se fue a Madrid a trabajar. Estaba allí de lunes a viernes y venía el fin de semana. Así estuvo dos años hasta que logró trabajo en Castellón. Luego también lo logró mi madre. Y cuando ya pasé a juveniles del Villarreal, también yo sumaba dinero.
—Estuvo once años allí, con una temporada de cesión al ADO de la La Haya, pero sin mucha suerte.
—Era la primera vez que salía de casa, no estaba con mi familia y aunque mi novia se vino a las tres semanas, ambos sufrimos mucho. La gente cenaba a las seis de la tarde y tú te ibas a las siete a un restaurante y ya estaba cerrado. Además, se hacía de noche muy temprano y yo estaba acostumbrado al sol de España. No me acabé de adaptar y apenas jugué 16 partidos. Luego, regresé al Villarreal, el año que se ganó la Europa League, pero no jugaba nada y no tenía ofertas. Pero me fui con Rumania a los Juegos de Tokio, lo hice bien y me sale la oportunidad del Huesca. Allí fueron dos temporadas buenas.
—Tampoco lo ha tenido sencillo en el Rayo Vallecano.
—Llegué en 2023 y los meses iniciales de esa primera temporada fueron duros. Apenas juego, solo los partidos de Copa, y yo tenía como objetivo ir a la Eurocopa con Rumanía. Pero sin jugar no iba a ser sencillo. Entonces llega la jornada 12, el partido contra el Real Madrid, me sale una defensa muy buena ante Vinicius y como los partidos del Madrid tienen mucha repercusión, la gente se da cuenta qué tipo de jugador soy. Ahí cambia todo.
—Aquel día hizo un pico de 35,6 km/h.
—En la selección, en un partido contra Kosovo, tengo un 36,2. Y hace un mes, frente al Barça, creo que alcancé un 35,7, pero hay futbolistas más rápidos que yo y hay muchos condicionantes en una carrera en el fútbol, como la orientación, la situación del campo en la que se da, el cuerpo a cuerpo... A ver, si me pongo a hacer una carrera de 100 metros sin balón, yo creo que Mbappé y Vinicius me ganarían. Soy rápido, pero no me considero el más rápido. Puede ser que logre un pico muy alto, pero lo que cuenta es sostener la velocidad durante toda la carrera.
—Tiene contrato hasta junio de 2028 y una cláusula de rescisión de 25 millones de euros (el 50% de una futura venta es del Villarreal). Lo digo porque media Europa se da tortas por usted. Barcelona, Atlético, Leverkusen, Roma, Tottenham, Atalanta…
—Sinceramente, estoy muy centrado en el Rayo y en la selección. Tenemos el objetivo de la permanencia que aún no está hecho. Mira lo que le pasó a Las Palmas el año pasado.
—No se vaya por las ramas. Su precio es una ganga y es el lateral de moda.
—Para mí 25 millones es mucho dinero… Primero habrá que ver si hay ofertas, pero a mí siempre me ha gustado la Liga y quiero seguir jugando aquí.
—¿Eso es un punto a favor para un posible interés de equipos españoles. ¿Habla de esto con su familia?
—No. Además, mi padre es del Steaua, mi madre solo ve mis partidos, le da igual el equipo, y mi hermano, aunque es un poco del Barça, no influye en mis decisiones.
—Hábleme de Rumanía. Me llama la atención su potente sentimiento con la selección, a pesar de que solo vivió allí seis años.
—Mi padre siempre quería que fuese con Rumanía y que hablase rumano. Es normal que él quisiera algo así para mí. Ahora lo hablo bien, pero es que desde los 6 hasta los 17 no pisé Rumanía. En casa lo hablaba a ratos con mi padre, pero con mi hermano y mi madre nos comunicábamos en castellano.
—Su amor por la selección se lo impregnó bien, como hasta para pintarse el pelo de azul eléctrico.
—(Risas) Es verdad que yo ya me hacía mechas y cosas raras en el pelo, pero eso fue una promesa. Como le dije antes, como no jugaba en el Rayo me veía fuera de la Eurocopa y le dije a mi hermano que, si finalmente iba, me pondría el pelo azul. Y una promesa siempre se cumple. Al principio me costó verme así. La gente de Rumanía me escribía y me decía que qué me había hecho, pero con el paso de los partidos acabó gustándome y hasta en la grada veías a algunos aficionados rumanos con el pelo azul también. De ahí me quedó ya el mote de Sonic.
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