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Ancelotti, mejor entrenador: ni un corazón sin conquistar

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Ancelotti recibe el premio de mejor entrenador efe

Es curioso cómo un hombre tan del Milan, de aquel Milan de Sacchi, el de las pesadillas madridistas, se ha acabado convirtiendo en madridismo puro.

Se olvida a veces el gran bagaje de Ancelotti, que fue mediocampista en la mejor Roma, la del sueco Liedholm, ... y luego formó parte del invencible Milan de Berlusconi, de donde pasó al banquillo como ayudante de Sacchi. Liedholm, el bello fútbol clásico, y Sacchi, la máquina moderna, los maestros de Ancelotti cuando empezó.

Lo de después es conocido: ligas en Francia, Alemania, Italia, España e Inglaterra y más Champions que nadie; evolución de sistemas, del 4-4-2 al 'árbol de navidad' y al 4-3-3, creación de ambientes para el mejor centrocampismo, de Pirlo a Modric.

Ancelotti está en la cima solitaria del fútbol, pero su humildad ha seguido creciendo, haciéndose honda. Tiene la sencillez de 'descomplicador' del juego, ausencia de retórica, el ego disuelto de senséi campero y la naturalidad de quien lo vivió todo. La 14ª, La Inexplicable, nos lo reveló en varios instantes: el abrazo que le dio Marcelo, su abrazo al presidente, el abrazo del hijo o el de despedida a Casemiro… en el mundo del fútbol se acuñó la expresión abrazafarolas, pero esto es lo contrario: cada uno de esos abrazos ha sido distinto, humanísimo, proporcionado y sincero. Es difícil abrazar con tanta propiedad.

En el rostro de Ancelotti, en su ceja de escepticismo, en sus mofletes de cavilación, en su lividez acongojada o en su sonrisa de alivio vivimos las fases asombrosas de esos partidos locos. En ese rostro cinematográfico sentimos el fútbol y su sincera emoción nos contagió. Se dio el clic simpático. Se ha sufrido con Carletto y se ha llorado con Carletto. Ha alcanzado el dificilísimo plano emocional. Le dieron una oportunidad que no esperaba y el Madrid jugó así, con otro arrojo, de vuelta, con una apreciación mayor de las cosas.

Hubo momentos en la temporada en que despertó dudas y hasta ira, y las remontadas pueden verse como un corregirse, no fueron su 'creación' en el sentido en el que crean ahora los entrenadores su fútbol manufacturado y de firma, pero sí podemos decir que Ancelotti las propició. Quizás no diseñó la magia, pero no la impidió. La hizo posible. Su estilo adaptativo (extrema inteligencia espacial de mediocampista-persona) le permitió entender al presidente y a la plantilla, articulación perfecta, y extender al grupo un aire familiar, de empresa familiar, que ya no despierta recelo sino admiración. Al haber hecho posible lo imposible se le mira de otra forma, como a quien le tocó la lotería. Sombra que se quiere cerca.

Ancelotti ha conquistado al madridismo por su bonhomía sin teatrillo, su 'auctoritas' muda, su compostura y humor, todo seco, sin untuosidad; y se identifica con él plenamente, como nunca antes. Nadie querría que se fuera, aunque si pasara, y asumido está, podemos imaginar la gratitud, el reconocimiento y la emoción contenidos en el personal esquema de su rostro. Su estilo ya es el del Madrid.

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