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2-1: El Valencia se estrella frente a Toldo y a un Inter espantoso

VALENCIA. De una forma desgarradora, sin merecerlo y después de sobreponerse a las adversidades y a un rival horroroso, el Valencia deja la Liga de Campeones. Encajó el gol de Vieri y puso todo para ganar. Si no lo consiguió fue por un extraordinario portero, Toldo, y la tradicional suerte italiana.

El encanto del fútbol reside casi siempre en su pronóstico imprevisible. Sucedió ayer. Un partido entre el Valencia y el Inter parecía más abocado a un resultado cercano al 0-0, al frontón defensivo, a la especulación en busca de tiempo y desgaste del rival. Pasó todo lo contrario. El duelo nació bravo por el fallo de un defensa implacable, Fabián Ayala. El argentino se tragó un pase blando, inofensivo, de Crespo hacia adelante. La dio tan mal Ayala que Vieri se quedó solo ante Cañizares. Al segundo intento, tras una buena mano al aire del portero, Vieri enchufó el balón a la red.

La bronca de Benítez a sus jugadores o el estado de necesidad del equipo espoleó al Valencia, que convirtió el partido en un suplicio para el Inter. Dos minutos después del gol de Vieri, en el 7, Aimar dio forma a la remontada con un gol de orfebre, regate y tiro raso, tras una buena maniobra de Carew amparado en su corpachón.

El Valencia necesitaba dos goles más y se expresó sin dobleces en su afán ofensivo. Bombardeó a Toldo por arriba, por abajo, en paredes potables, a balón parado y de cualquier otra forma posible. Pero se encontró con un portero soberbio que maquilló la insolvencia de su equipo.

El Inter no fue en el primer tiempo la máquina defensiva que se supone a todo italiano al que además entrena Cúper. Concedió terreno, especuló con el teatro a la menor caída, perdió tiempo con descaro, pero no fue capaz de orquestar una resistencia razonable. No fabricó un solo contragolpe antes del descanso, excepto el gol de Vieri, y sólo apuró un par de fallos de Cañizares, excesivamente nervioso.

Vieri se fue al banquillo, desarmada su robusta musculatura en un choque tras un córner. Nada cambió en el Inter y tampoco en el Valencia, que tenía la voz en el partido, pero encontraba múltiples dificultades para derribar al último obstáculo, Toldo, después de franquear las otras barreras.

La segunda parte arrancó con la misma traza. El Valencia frente a Toldo. El portero hizo la parada de la noche, de la Champions, un prodigio de reflejos y agilidad ante un derechazo cercano de Baraja. Fue el preludio del gol de la esperanza. Aimar sacó el córner y Baraja descubrió una autopista para conectar un cabezazo, este sí, imposible para el magnífico portero italiano.

Penalti a Juan Sánchez

A partir de ese instante, el Inter tuvo una actitud penosa. Dejó solo a Crespo en la punta, y a Recoba a su aire y los ocho restantes se dedicaron a tapar las vías de agua hacia Toldo. Una muralla que ni siquiera era una garantía, porque el Inter defendió muy atrás, concedió metros, permitió que el Valencia llegase con el balón hasta su área. La vieja escuela del «catenaccio» era un horror ante el empuje del Valencia.

El árbitro le sustrajo al equipo de Benítez un penalti cristalino, una patada de Córdoba a Juan Sánchez. Ayudó a mantener el mito italiano, que se diluía en cada embestida del Valencia. Al conjunto español le falló el físico a quince minutos del final, la intensidad de su juego no se tradujo en gol, el Inter perdió todo el tiempo del mundo y el sueño se acabó.

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