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Riquelme habla con la pelota

El centrocampista del Villarreal se reafirma como uno de mejores de la Liga después de su negra etapa en el Barcelona. Introvertido y tímido, se refugia en su familia al más puro estilo monacal.

No concede entrevistas a la prensa porque entiende que su foro está en el campo de fútbol

MADRID. Para sus compañeros Juan Román Riquelme es el rey. «Es un jugador con muchísima calidad. Marca los tiempos como pocos y en el último pase es letal. Destaca cuando juega con el balón y siempre lo quiere. No da órdenes a sus compañeros. Le gusta hablar y dirigir con el balón. Es su mejor lenguaje», comenta Javi Calleja. Benito Floro, que fue su entrenador la temporada pasada, ve en el argentino «un canalizador y un finalizador. Está jugando así de bien desde el primer día. La protección que hace del balón es buena y dirige las operaciones con claridad y celeridad. Es ambicioso y se nota que le gusta jugar al fútbol. El equipo está hecho a su medida, aunque este tipo de jugadores, con esa calidad, no son numerosos».

Mantiene una vida monacal y hogareña junto a su numerosa familia. No es partidario de conceder entrevistas a la prensa y prefiere pasar inadvertido. Los que le conocen dice que es diferente, según los días, y detallista -algún aperitivo para el equipo-. Le gusta apostarse unas cervezas con los compañeros en los entrenamientos. Marcando goles en las faltas o en los partidillos. Y casi siempre gana. De momento, el 30 de junio tiene que regresar a Barcelona pese a que no le quieren. Acaba contrato en el 2007, aunque no le faltan novias.

Román llegó al Barcelona en el verano de 2002 con la etiqueta de mejor futbolista suramericano de los últimos años. Campeón continental y mundial sub 20, campeón del torneo Apertura (1998 y 2000), Clausura (1999), de la Copa Libertadores (2001 y 2002) y campeón Intercontinental (2000), derrotando al Madrid.

El Barça paga el 70 por ciento

Le fichó el entonces presidente azulgrana Joan Gaspart por 11 millones de dólares con la idea de contrarrestar las contrataciones con tintes mediáticos que estaba llevando a cabo Florentino Pérez en el conjunto blanco (Luis Figo y Zinedine Zidane). Pero la operación fue un fracaso rotundo porque Riquelme se encontró con Louis van Gaal en el banquillo del Barça. El técnico no aceptó el fichaje y le arrinconó en el lugar más frío del vestuario. Le dijo que no le necesitaba. La flama del holandés fue tal que le hizo firmar un documento por el cual podría ser cedido a cualquier equipo sin opción a elegir.

El argentino no entendía nada. Pasaba de codiciado a despreciado y se sintió ninguneado en un equipo que navegaba a la deriva y que buscaba con urgencia una referencia, un guía salvador.

En su temporada de azulgrana, el Camp Nou no vio al deslumbrante futbolista que asombró a medio mundo con la camiseta de Boca Juniors. Ni «caños», ni pases de cuarenta metros, ni goles, ni gaitas. Inadaptado y deprimido por su situación en un club convulso y en una ciudad extraña para él, se fue apagando paulatinamente sin encontrar un clavo ardiendo. La llegada al banquillo de Rijkaard y de Joan Laporta a la presidencia la temporada siguiente no modificaron su papel secundario. Es más, se acentuó con la contratación de Ronaldinho. Optó por huir buscando acomodo en otro lugar.

El Villarreal fue su destino en calidad de cedido durante dos años -el Barça paga el 70 por ciento de los 4 millones brutos de la ficha y el 30 restante el club castellonense-. En su nueva casa, el argentino ha recuperado el ánimo. De inmediato, se sintió otra vez futbolista al lado de Belletti, Coloccini, Roger, Arruabarrena, José Mari, Battaglia o Anderson, un bloque confeccionado en torno a su figura. Rescató la sonrisa adormecida y el toque encarcelado en la Ciudad Condal. Marcó siete goles en la Liga; 2 en la Copa de la UEFA y 1 en la Copa del Rey.

Esta temporada ha acentuado el protagonismo. Sus conceptos han alcanzado cotas idénticas a las de su etapa en el Boca Juniors. Crea juego con facilidad, lo distribuye con criterio y marca goles como antaño. Ya acumula ocho tantos (marca cada 196 minutos y tiene mejor promedio que Fernando Torres, un gol cada 236). y ha encontrado en el uruguayo Diego Forlán un excelente compañero de viaje en la delantera.

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