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Nápoles-Real Madrid

«Maradona logró que se dejara de mirar a Nápoles con desprecio»

El argentino enorgulleció a una ciudad y a un equipo históricamente humillados por la mayor parte de su propio país, y desató una pasión que durará siempre

Un aficionado fotografía un muro con el rostro de Maradona EFE
Rubén Cañizares

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En la «Via San Biagio dei Librai», en pleno centro de la ciudad, a escasos seiscientos metros de la maravillosa catedral gótico-barroca de Nápoles, emerge el Bar Nilo , el «mayor centro de culto del mundo» en honor a Diego Armando Maradona. Eso dice con orgullo Bruno, el dueño del local. En el interior del mismo, a la derecha, se encuentra un santuario que preside una gran foto de Diego, rodeado de un buen número de santos protectores. El altar se completa con varios billetes de pesos argentinos, un trozo de pelo del propio astro, y un bote relleno con líquido blanco: «Son lágrimas de algunos aficionados del día que Maradona tuvo que irse de aquí», dice Lorenzo, uno de los habituales clientes. El Bar Nilo es el espejo de una ciudad orgullosa de un futbolista que hace treinta años hizo real el sueño imposible de todo napolitano. El oprobiado sur de Italia dándole en todos los morros al norte, tan rico como soberbio y altanero.

Santuario de Maradona en el Bar Nilo, en el centro de Nápoles Rubén Cañizares

En las 112 Ligas italianas disputadas hasta esta temporada, solo dos equipos situados geográficamente por debajo de Roma, el Cagliari, en 1970 y el Nápoles en 1987 y 1990, han logrado vencer el Scudetto. Los otros 109 campeonatos los han ganado clubes del centro y, sobre todo, del norte de Italia: «A los napolitanos, este país nos considera la última mierda. Basura del sur que vive en una ciudad sucia, llena de ‘terrones’ (así se llama despectivamente en Italia a los ignorantes y trabajadores del campo) mafiosos y paletos. Por eso nos da igual lo que Maradona haya hecho con su vida en los últimos 26 años. Lo único que nos importa es que consiguió que el mundo supiera dónde estaba Nápoles y que los políticos y los ricos italianos del norte nos dejaran de mirar durante unos años con ese desprecio histórico con el que lo hacen», cuenta el taxista que nos conduce hasta San Paolo, el mítico estadio que disfrutó las hazañas del, para muchos, mejor «10» de siempre.

Portada de 'Il Mattino' de 1987 R.C.

Cuando Maradona aterrizó en Nápoles , en 1984, solo habían pasado cuatro años del brutal terremoto que sacudió el sur de Italia y provocó más de 3.000 muertos y 300.000 desplazados. La ciudad sufría una grave epidemia de cólera sin recibir ayuda alguna de las instituciones del país, y la Camorra cometía unos 200 asesinatos al año. En Scampia, uno de los barrios más marginales de la ciudad, Juan Pablo II dijo en voz alta en 1990 lo que todo napolitano piensa: «Nunca ha sido fácil vivir aquí». Hoy en día, la tasa de paro en Nápoles es del 27 por ciento, y del 62 entre los jóvenes, muy por encima de la media de Italia: 13 y 45 por ciento, respectivamente. «La pelea con el norte es una historia de maltrato y discriminación que indignaba a Maradona. Recuerdo cuando fue por primera vez a jugar a Verona. Los ultras de allí son de extrema derecha y recibieron a Diego con una pancarta gigante con el lema ‘Bienvenidos a Italia’. Querían hacerle saber que su equipo y la ciudad donde vivía era de tercera clase», detalla Angelo Forgione, un reputado periodista y escritor italiano, natal de Nápoles.

En todos lados

La ciudad de los mil colores y los mil miedos, como la bautizó Pino Daniele, uno de lo cantautores más reconocidos del país italiano, fallecido en 2015 a causa de un infarto, es una oda eterna a Maradona. Cuando paseas por Nápoles es imposible ser ajeno a que allí jugó uno de los mejores futbolistas de la historia. Grupos de niños hablando de él, taxistas presumiendo de su juego, jóvenes y adultos grabándose con tinta negra el «10» (número retirado en su honor), bufandas, camisetas azules, figuritas de Belén y todo tipo de merchandising con su nombre y su imagen. Sí, Diergo Armando Maradona es Dios en Nápoles. Literal.

Figuritas de Maradona R.C.

Fuera de las zonas más turísticas, en los barrios de Sanità y Santa Lucia, no hay mural sin fresco o graffiti que haga referencia a Diego. Hasta 1984, cuando el mito argentino abandonó Barcelona y se marchó a las faldas del Vesubio, Nápoles idolatraba a Avori y Altafini , con quienes se lograron un subcampeonato de Liga (1968) y una Copa (1962), y a Luis Vinicius , que repitió el camino de argentino y brasileño, con otro segundo lugar en la Serie A (1975) y un título en el torneo del K.O. (1976). Con Maradona (1984-1991), el Nápoles ganó las dos únicas Ligas de su historia (1987 y 1990) una UEFA (1989) una Copa (1987) y una Supercopa (1990). 259 partidos y 115 goles durante esas mágicas siete temporadas que escribieron una de las páginas más emotivas de la historia del deporte rey. La ciudad y la hinchada con uno de los mayores grados de identificación con su equipo de fútbol por fin encontraba recompensa: «Nápoles es pura pasión por su equipo. Cuando se marca un gol en San Paolo , los sismógrafos registran los movimientos de la tierra», recuerda Paolo Cannavaro, hermano del Fabio, natal de Nápoles y jugador del conjunto «azzurri» durante nueve temporadas.

El paso de Maradona dejó huella en todo napolitano, le gustara o no el fútbol, fuera niño o abuelo, hombre o mujer, pobre o rico, abogado o albañil. Su adicción a las drogas, sus supuestas amistades con la capos de la mafia, su positivo en 1991 por el que se tuvo que ir del club de mala manera, y sus insultos a los hinchas por los pitos al himno nacional de su país en la semifinal Italia-Argentina del Mundial de 1990 jugada en San Paolo. Nada de eso existe para Nápoles. Paolo Sorrentino, napolitano, y ganador del Oscar a la mejor película extranjera en 2014 gracias a «La Gran Belleza», resumió como nadie al recoger la estatuilla este binomio único: «Gracias a mis fuentes de inspiración, Federico Fellini, Talking Heads, Martin Scorsese y, por supuesto, Diego Armando Maradona».

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