Maradona ya es eterno: el futbolista que hizo lo que nadie hará

El futbolista era incuestionable, el hombre fue criticable y por encima de ambas cosas está el mito

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Maradona besa la Copa del Mundo conquistada en México 1986/ VÍDEO: Maradona, de la cancha al olimpo del fútbol D. del Río

Diego Armando Maradona murió ayer de paro cardíaco en su residencia de San Andrés, en la provincia de Buenos Aires. El astro argentino había sido operado a principios de noviembre por un problema cerebrovascular, y fue visto en público por última vez ... unos días antes, con motivo de su sesenta cumpleaños. Su último desempeño deportivo fue como entrenador de Gimnasia y Esgrima La Plata, cargo al que esperaba retornar.

Nacido en Villa Fiorito , humilde lugar de Buenos Aires, el quinto de ocho hermanos, triunfó en Argentinos Juniors, Boca, Barcelona y Nápoles, llegando a la cumbre deportiva con la selección argentina en el Mundial de México de 1986. Allí lideró a su país, ganó el campeonato y, sobre todo, ofreció una exhibición de habilidad, técnica en su zurda, potencia y liderazgo que culminó con su famoso gol contra Inglaterra. «La jugada de todos los tiempos», la «recorrida memorable». Una jugada que quedó como cima del deporte más popular y practicado del mundo, una especie de récord, una gesta insuperable. Como explicó el locutor que la cantó, Víctor Hugo Morales, «más de treinta años después, el hombre no consigue empobrecer aquella marca. Salta más, corre más rápido, es más resistente, el universo mismo se expande hacia más infinito. Pero con Maradona, no se puede. El asunto es bien complejo: hay que tomar la pelota en el campo propio, esquivar a cuanto rival se le oponga, enfrentar al arquero y dejarla atrapada en la red. Tiene que ser en un Mundial». Planteado el problema en términos tan simples, nadie lo ha conseguido igualar. Esto abre el enigma Maradona , que será objeto de infinitos debates: ¿por qué es irrepetible?

No fue el único gol que marcó contra Inglaterra. Hubo otro que le gustaba tanto o más: la «Mano de Dios», el gol tramposo. Ahí estaba, en un mismo partido, el fenómeno en su complejidad. Su divinidad cargó con toda su rica humanidad, no fue un fenómeno unidimensional de deportista santificable como los de ahora. Para llegar tan alto, Maradona estuvo muy abajo. Sus errores y debilidades no menoscaban su hazaña, quizás ayudan a entenderla. A entender, al menos, el carácter que la hizo posible.

Iglesia Maradoniana

No es ninguna exageración hablar de la divinización de Maradona . La admiración por él trascendió el forofismo del fútbol y el carisma del populismo; llegó hasta una forma de idolatría. Fue un futbolista que llegó a tener su propio credo, la iglesia Maradoniana, que celebraba la Navidad a finales de octubre. Como rezaba una pintada frente a su casa en Villa Devoto: «El 30 de octubre de 1960 nació Dios». Efectivamente, Diego Maradona llegó a cumplir 60 años, pisó la tercera edad, aunque su decadencia estaba ya cumplida mucho antes.

Maradona, con la UEFA

La Iglesia Maradoniana no fue la única experiencia de deificación de Diego. En Nápoles le cambiaron la letra al padrenuestro para rezarle, y en alguna procesión sacaron su imagen nimbada. Cuando en 1987 ganó el Scudetto, una pancarta apareció en el muro del cementerio: «No saben lo que se perdieron».

Maradona fue una estrella del fútbol, del rock y del siglo XX. Lo mejor de él se quedó allí, como uno de sus protagonistas. El fútbol actual se divide en quienes vieron a Maradona y quienes se atreven a compararlo con Messi. La lista de los más grandes de la historia hace con él una excepción: Pelé o Di Stéfano aún responden a criterios cuantitativos, Mundiales o Copas de Europa; cuando se coloca a Maradona como el mejor de todos se atiende al talento puro. Una fascinación por encima del análisis.

Si se mira fríamente, como sostiene el desmitificador escritor argentino Juan José Sebreli , Maradona no tenía remate de cabeza ni pierna derecha y en su carrera marcó solo 266 goles. Con Boca ganó una Liga, con el Barça ni eso, su Nápoles empezó a deteriorarse en 1988 y su Mundial no es del todo indiscutible porque se ganó con la Mano de Dios, ese gol, «imposibilidad lógica» según Valdano, con el que Diego vengó Las Malvinas.

Sus tatuajes

La nacionalista fue solo una de las manifestaciones de Maradona. Mucho antes fue imagen de la dictadura militar, cuando distrajo a la Argentina de Videla con su Mundial juvenil , y en Nápoles un símbolo territorial relacionado con la Camorra. No se quedó ahí Maradona, que se fue convirtiendo en un amigo de dictadores y mascota antiimperialista. Se tatuó al Che Guevara y a Fidel Castro , por el que, llegó a decir «daría la vida»; también apoyó a Hugo Chávez, Evo Morales e incluso a Mahmud Ahmadineyad.

Esa rebeldía de Maradona amplificaba a nivel planetario su eterna guerra contra los estamentos del fútbol y los poderosos como Grondona, jefe del fútbol nacional, o Joao Havelange, presidente de la FIFA, «la mano negra» que le perseguía cómicamente y contra la que llegó a intentar acaudillar a todos los futbolistas del mundo. Su lucha contra la FIFA tenía un importante fundamento deportivo: se sentía desprotegido por los árbitros, porque a ningún jugador le pegaron más que a Maradona. Entre los poderosos estaba Pelé, del que un día dijo que «debutó con pibe». A José Luis Núñez, presidente del Barça , le destrozó muy cerca un trofeo Teresa Herrera; disparó a periodistas e incluso atropelló a un cámara al que luego recriminó: «Boludo, ¿Cómo vas a poner un pie debajo de la rueda?».

La rebeldía la dirigió contra lo más alto. «El Papa no existe», declaró una vez, «la Iglesia es un negocio, el Papa un político, pero Dios es otra cosa (…) Creo en Dios, solo en Dios. Línea directa con el Barbas».

La leyenda de la leyenda es su infancia en Villa Fiorito. Era «villero», «cabecita negra», hijo de indígena e italiana, y pobre de solemnidad. Antes de ser futbolista profesional ya aparecía en televisión como prodigio infantil y cuando le regalaron la primera pelota durmió abrazado a ella. Persiguiéndola un día, cayó en un pozo séptico, donde luchó por no hundirse en los excrementos. Esta historia se ha utilizado como símbolo o presagio de su caída en la droga. «Fui drogadicto, soy drogadicto y seré drogadicto». Es parte de la leyenda que en un Boca-Estudiantes , se acercó a la grada y un hincha le dejó una bolsita con cocaína para el descanso. Sus problemas fueron una sacudida mundial, pero llegó a hacerse la vista gorda. En 1994 fue convocado para el campeonato del mundo, cuando se sabía que consumía, los positivos no eran razón suficiente para tumbar la fe en Diego. Algunos periodistas defendieron que la cocaína fuera retirada de la lista de sustancias prohibidas, y cuando Japón le prohibió la entrada , una bomba estalló en el edificio de la embajada en Buenos Aires. Con una nota: «Maradona sí, Japón no». Incluso las sanciones se discutían. En 1997 fue suspendido por un positivo y uno de los jueces dejó sin efecto el castigo. Un político llegó a decir que los seres excepcionales merecían soluciones excepcionales . Frente a la AFA, alguien pintó: «Amnistía a Dios». Maradona era una fe dentro del populismo.

En los últimos años, de decadencia no solo física, dirigió en Arabia, al Sinaloa de México y, de vuelta a Argentina, a Gimnasia de La Plata. Sus intervenciones, geniales tantas veces en que acuñó frases como «La Pelota no se mancha», ya eran ininteligibles, pero verle era como ver al último Elvis, al Elvis del fútbol. El futbolista era incuestionable, el hombre fue criticable, y por encima de ambas cosas está el mito. El renqueante Maradona final cargaba con todo, como una larga y pesada estela astral que apenas le dejaba caminar.

El Diego de la gente

Puede parecer un tópico, palabrería, pero la experiencia del culto popular existe. En el último Mundial , Argentina debutaba en Moscú contra Islandia. El estadio estaba lleno, el mediodía era perfecto para el fútbol. Los equipos formaban en el campo, iban a sonar los himnos y las cámaras miraban a Messi , la estrella del torneo. Todo estaba preparado y, de repente, algo pasó. Un rumor se levantó, el inicio de una ola, una fiebre agitó el estadio e hizo que todos se giraran hacia un punto concreto de la grada donde -qué otra cosa podía ser- estaba Diego Armando Maradona . Decenas de miles de personas dejaron lo que estaban haciendo, su cántico, su crónica, su bocadillo. Los dos equipos, Messi y el árbitro esperaban, olvidados. Nadie se interesaba ya por ellos. Costó trabajo salir de la fascinación y dar comienzo al partido.

Porque para entender la diferencia entre Maradona y Messi , que es la diferencia entre Maradona y el mejor futbolista humanamente posible, no había que recurrir al fútbol, bastaba con hacerles coincidir en un mismo espacio. En su inmenso talento, Messi es el producto lógico de las cosas, un fenómeno delimitado por fronteras personales que le venían dadas. No llegaba a las alturas ni a las desmesuras de Diego Maradona. No tenía su capacidad para el heroísmo, el martirio y la desfachatez, para caer y levantarse, para vengar a Argentina, para pensar lo imposible. Porque para decir «Yo soy el Diego de la gente» hay que valer. Maradona fue también la manera de forzar todos sus límites, de elevarse sobre su condición. Sus humanidades y sus sobrehumanidades. Esa complejidad la resumió bien el periodista argentino Cherquis Bialo : «Hay muchos Maradonas. Hay ocho, nueve Maradonas. Hay un Maradona que jugó al fútbol, un Maradona que alcanzó la celebridad, hay un Maradona hijo que murió cuando murieron sus padres, hay un Maradona padre que se reinventa cada día, hay un Maradona amigo que va recambiando amistad, hay un Maradona efectivo y un Maradona sublime, un Maradona abyecto y un Maradona fenomenal, hay un Maradona de frases inolvidables y hay un Maradona cuyas frases mejor no recordar. Es la suma de todo eso en un solo hombre. Un genio, una maravilla. Fiorito y Dubái. Barro y 7 estrellas. Canillas de oro y letrina. Maradona es el producto de todo eso y además, por las dudas de que me haya olvidado de decírselo, el mejor jugador de fútbol argentino y el mejor de todas las épocas».

El fútbol ha gastado todas las palabras que ahora debería dedicarle a Diego Maradona . La famosa narración de Víctor Hugo Morales pareció inspirada, en su conmoción, por el mismo genio autor de la jugada. Movido por esa ráfaga de segundos eternos, formando parte de ella, gritó «quiero llorar» y preguntó de dónde podía venir ese hombre para hacer lo que sus ojos no podían creer. El fútbol ahora querrá llorar, estará haciéndolo. Ha muerto el que atrajo todas las miradas del planeta para llevarlas, enredadas en sus gambetas, hasta lo que no había hecho nadie, y nadie hará. «El Diez» cumplió su destino de genio.

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