Fútbol
Las leyendas de los torneos de verano: del abucheo a Cruyff en Riazor al berrinche del Bayern en Huelva
Eclipsados por las giras de pretemporada, históricos trofeos ya han desaparecido mientras otros como el Teresa Herrera, que hoy celebra su 75 edición, se ven desplazados al invierno
Pablo Lodeiro
El Teresa Herrera, el trofeo de pretemporada más longevo e ininterrumpido de la historia del fútbol –desde 1946–, se ha salvado de la cancelación definitiva. Tras varios meses de incertidumbre, el Deportivo de La Coruña se enfrenta hoy (12.00) a ... una selección de jugadores amateur de la ciudad en el estadio de Riazor. Una escena no demasiado atractiva, casi más por perpetuar que por revitalizar, pero que involuntariamente desentierra un acontecimiento que antaño fue toda una leyenda y que hoy se desvanece. Porque hubo un tiempo en el que el gran momento de la temporada tenía lugar antes de que esta comenzara, en el que las ciudades se paralizaban, los mejores equipos del planeta se reunían bajo un mismo techo y se entrelazaban en «triangulares» y «cuadrangulares». Unos escenarios terriblemente futboleros y sociales en definitiva, que dieron lugar a historias inverosímiles.
Para evidenciar el nivel de los torneos de pretemporada, al Deportivo, y a tantos otros «anfitriones», no le dejaban jugar el de su propia ciudad, porque el equipo circulaba por las segundas y en el césped de Riazor se paseaban equipos de la talla del Real Madrid, Barcelona o Ajax, como explica Lois Novo, del departamento de historia del club gallego. Por ejemplo, en agosto de 1973 se dejó ver por la ciudad Johan Cruyff y su Ajax, campeones de Europa. También andaba el Barcelona por el noroeste y como cuenta la leyenda, directivos catalanes se reunieron con el holandés en el cruce de caminos universal, Santiago de Compostela, para firmar al mejor del momento. Lo cierto es que al año siguiente, Cruyff y Barcelona volvieron de la mano, aunque el «14» fue expulsado tras darle una patada en la cara a un defensa del Peñarol de Montevideo, algo que Riazor le reprochó, quién sabe si porque históricamente la capital uruguaya ha sido la quinta provincia gallega, como Buenos Aires o Río. Maradona, también con el Barça, fingió una amigdalitis para debutar como azulgrana en el Camp Nou y no en aquella extraña tierra.
Pero seguramente la historia más extravagante la protagonizó el Real Madrid el día que consiguió la mayor goleada en la vida del Teresa Herrera. Jugaba contra el Toulouse en 1953 y los galos, que tenían partido de liga, no podían presentarse, algo que debían hacer por contrato. Fue entonces cuando, casi por orgullo patriótico, mandaron un contingente con los mejores suplentes de la Ligue 1 a La Coruña, que, como era de esperar, se llevó un 8-1 en contra. Pero hay un misterio que aún no han resuelto los historiadores. Al portero de ese Toulouse frankensteiniano no se le consiguió identificar y, otra vez la leyenda, casi negra, dice que era el conductor del autobús que los llevó al estadio, que ante la falta de jugadores se puso los guantes.
«Paradinhas» en Cádiz
Jesús María «Chico» Linares se acuerda de ir a los hoteles cuando era un crío, en pleno verano gaditano, para conseguir los autógrafos de los astros del Santos y del Palmeiras. En la actualidad, es el jugador que más trofeos Carranza ha disputado en la historia, el emblemático torneo de Cádiz y su gente. «Era como el colofón. Lo era todo para nosotros», explica a este periódico el excentral del club andaluz. De los brasileños, además de la tinta, se llevó alguno de sus trucos. «Al Botafogo le metí un gol de penalti, con ‘paradinha’ y todo. Fue muy celebrado porque nos jugábamos el pase a la final», explica entre risotadas. Pero su momento preferido del Carranza, y el de seguramente mucha gente de Cádiz, fue cuando le ganaron la final al Sevilla en 1981. «Como si hubiesen adelantado el Carnaval», explica Linares.
Curiosamente, en un Carranza se abolió la regla de la moneda para decidir una prórroga, en el partido que enfrentaba a Barcelona y Zaragoza, y serían los penaltis los que se disfrazarían de diosa fortuna desde ese momento, todo gracias a Marcos Revuelta, un empleado del Cádiz, quien tuvo la idea. Narra Rodrigo Mateos, veterano periodista gaditano, que en un Athletic Club-Racing de París, los espectadores vieron la primera parte «perfecta» , porque el balón no salió de los límites del campo ni una sola vez, toda una proeza. También fueron testigos de los encontronazos entre Di Stéfano y el central Campanal en un Real Madrid-Sevilla. Los de la capital se negaron a salir en la segunda parte a no ser que el asturiano fuese expulsado. El Madrid, cómo no, ganó ese partido. El Carranza, desde sus inicios, estaba presidido por la banda de la infantería de marina. Haciendo gala de la «picaresca gaditana», como explica a ABC Mateos, algunos, vestidos de militares y con bombines en sus manos, se infiltraban entre el grupo para ver el partido gratis.
El partido más «lamentable»
Un clásico gaditano es también el Trofeo Ciudad de la Línea, que, con Gibraltar de fondo, proporcionó uno de los encuentros más «lamentables» del momento, como rezan las crónicas de la época, el 7 de agosto de 1977, cuando se enfrentaron el Salamanca y el Nacional de Montevideo. De la garra uruguaya no se libra uno. El caso es que, pese a que los españoles ganaron 4-2, el árbitro De Sosa Martín mostr ó catorce amarillas y seis rojas , cinco de ellas para los charrúas, tres antes del descanso. «El mal juego y la dureza compartieron honores con el colegiado», se puede leer sobre el partido. En esa edición, los jugadores del Cádiz se negaron a jugar a no ser que les dieran un aumento de la prima por ganar el Lineal, iniciativa a la que se sumó sin dudarlo su entrenador, Enrique Mateos. El asunto acabó con la Federación española, Mateos y los propios jugadores denunciados todos por la directiva del Cádiz, porque lo que habían hecho «era muy grave».
El Colombino del Recreativo de Huelva, club más longevo de España, también tiene miga. En su primera edición, en 1965, se honró al primerizo en algo tan masificado como el fútbol, juntando a los tres equipos con más vida de Italia, España y Francia, es decir, Génova, Recreativo y Rácing de París. Nueve años después se dejaba ver por Huelva el Bayern Múnich , el terror de media Europa, un poco desvirtuado en el Colombino, porque llegó e intentaron renegociar sus ingresos por jugarlo, se supone que con el pragmatismo que caracteriza a los alemanes. El Recreativo, pues, dijo que no, y los bávaros perdieron todos los partidos, incluyendo el de consolación, 5-0 contra el Betis. El pataleo del Bayern los llevó a jugar no solo con los suplentes, sino que cambió a estos de posición , con el central de extremo o el delantero en el lugar del mediocentro.
A la gente de Huelva parece que le gusta innovar, lanzarse cuando todo el mundo espera a la sombra. En busca de contrincantes de nombre impronunciable para el español de los 70, miraron al Este, concretamente a Rusia, para condimentar su torneo. El historiador Alejandro López cuenta que el Spartak de Moscú llegó a Madrid en 1970 y claro, las hoces y martillos de sus pasaportes generaron cierta desconfianza en un país que aún vivía en una dictadura. Ya en el campo, el himno de la Unión Soviética sonó rápido y bajito. Por último, al Colombino no volvieron los equipos brasileños después del 83, por una batalla campal entre el Betis y el América de Río, donde algunos jugadores llegaron a utilizar los banderines como lanzas.
Kempes no daba una
Pelé, «Torpedo» Müller , Garrincha, Beckenbauer, Bebeto y Totti, además de ser grandísimos futbolistas, comparten el haber jugado el Naranja de Valencia. Kempes también debutó allí, y antes de convertirse en leyenda, fue un «desastre», como cuenta Alfonso Gil, periodista de la agencia Efe. «Llegó a Madrid el mismo día que se jugaba el torneo y fue hasta Valencia en coche. No dio una y encima falló un penalti», explica Gil, que recuerda también con gran cariño cuando vio a la Fiorentina y a un tal Roberto Baggio deslizarse por el césped de Mestalla. «Era una barbaridad».
Ahora parece imposible que imágenes tan rocambolescas como estas se vuelvan a dar, o que, por ejemplo, un jugador como Pelé pise el campo de una ciudad como Cádiz . Porque ahora el fútbol es de compromisos y de clicks, y el que no haya gente en los estadios le ha arrebatado la poca humanidad que le quedaba. Al menos queda la tradición oral y escrita, difícilmente extinguibles, para mantener vivos a los torneos de verano y sus gigantescos trofeos, tan futboleros como retratistas de las épocas que sin duda engrandecieron. Una ciudad y su trofeo de pretemporada. Pocas cosas hay más auténticas que eso.
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