El honor de los Bradley

Han obrado el milagro en Suráfrica, pero sus héroes no son portada de los diarios. No llevan el fútbol en la sangre. Son productos de escuela, académicamente correctos, con destreza y un físico poderoso, pero inmaduros. Están en semifinales pero les falta malicia, oficio. El otro fútbol del que siempre habló Camacho no sintoniza con su filosofía metódica, quizá cuadriculada.

En Suráfrica se han puesto de moda el padre y seleccionador, Bob Bradley, y su hijo Michael, centrocampista de gran porvenir. Un parentesco como banderín de enganche. El técnico tomó posesión de forma provisional, tras romperse las negociaciones con Klinsmann, pero construyó un equipo de futuro. Se ganó el puesto. Sus críticos le reprochan su falta de experiencia internacional, ya que su trabajó se redujo a la Major League Soccer y a la selección sub 23, pero ha demostrado que posee un vasto conocimiento de todos los estratos del fútbol estadounidenses.

Bob representa a una familia de deportistas. Su hermano Scott jugó al béisbol en el Seattle Mariners y luego entrenó a la Universidad de Princeton. Con sólo 21 años, su hijo Michael ya desempeña un papel decisivo en los norteamericanos. Es la correa de transmisión entre el banquillo y el césped. Criado en el Heerenven holandés, fichó por el Borussia de Moenchengladbach. Es el jugador estadounidense que más goles ha marcado en una temporada en Europa (16 en Holanda).

El talento lo pone Donovan, un interior con movilidad. Relevo del retirado Claudio Reyna y cedido desde enero por los Galaxy al Bayern de Múnich, es ya el máximo artillero en la historia de la selección (40).