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Ignacio Ruiz Quintano - El Bar de Mou

La Grande Peur

Ignacio Ruiz-Quintano

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Por mucho «furor teutonicus» que logre desatar el Bayern de Múnich, nunca producirá en el madridismo «La Grande Peur» que provocó a testarazos de Mandzukic la Juventus en el Bernabéu, con aquellos graderíos que parecían estanterías de cabezas cortadas (¡piperos bailando con el diablo a la luz de la luna!) para alimentar el fuego del infierno del Bosco.

La capilla del Bernabéu debe de estar atestada de exvotos piperos con la escena de Michael Oliver pitando el penalti y una leyenda así: «Habiendo sufrido una fuerte enfermedad nerviosa por atropellamiento y no encontrando alivio pedí a Nuestra Señora de Guadalupe me aliviara y en acción de gracias dedico este retablo ahorita».

Por mucho menos que lo de Michael Oliver, San Pedro Regalado es el patrón de los toreros: dice la tradición que un día, junto al convento El Abrojo, caminaba Pedro, fraile francisco, con otro fraile, cuando les sorprendió un toro escapado de una corrida; Pedro se acercó al encastado bicorne y le ordenó, con éxito, postrarse y regresar sin hacer daño a nadie, y no se puede resumir en menos frases el pánico de la eliminatoria con los italianos.

El pánico, nos dice un filósofo alemán contemporáneo, no brota del alarmismo, sino que es el alarmismo el que brota del pánico.

El alarmismo ante el Bayern viene, pues, del pánico ante la Juve.

-Llegará un día en el que nuestra historia, todo lo que somos y tenemos, no habrá existido para nadie. Por eso surge el pánico, pues no podemos dar por descontado que llegue un futuro que nos recuerde. El pánico es la versión neopagana del apocalipsis.

Desgermanizado por Guardiola y regermanizado por Heynckes, el Bayern inspira en Madrid un temor metafísico. Si en algún sitio los filósofos han indagado el pánico es en Alemania. Sloterdijk cita a Hermann Broch y su «Teoría del delirio de masas», para quien «pánico total» significa éxtasis negativo:

-En él se vive una desesperación metafísica, es decir, la incorporación del yo a la ruina del mundo.

A Zidane no le gusta que se hable de su flor: la Flor. Zidane haría bien en leer «La Grande Peur de 1789», de Georges Lefebvre, un historiador marxista que acabó con las imperantes tesis marxistas de la Revolución al descubrir que el Gran Miedo del 89 (según la versión oficial, en el campo los campesinos incendian los palacios de los aristócratas por temor a la reacción de la aristocracia a los sucesos de la Bastilla) nada tuvo que ver con los sucesos revolucionarios. En resumidas cuentas, que la historia nunca es lo que parece. Ni siquiera la de Zidane.

Con el Bayern hay alarma, pero no pánico. El pánico, como el sarampión, sólo se pasa una vez. Para que Zidane se quedara descolgado en esta eliminatoria con Heynckes, haría falta que Cristiano, Ramos y Kaká (hoy, Bale) volvieran a tirar su penaltito al helipuerto de las Torres de Europa. Como eso no volverá a ocurrir, en el Estadio Olímpico de Kiev esperará, con el permiso de la Roma capitolina de Monchi, que lleva una vida repitiendo cada día la multiplicación de los panes y los peces, Jürgen Klopp, el devorador de raones ibicencos y cuyo equipo ideal sería ese Barcelona que va a ganar la Liga convertido en una oficina de Correos por Valverde.

Cristiano contra Salah, dos máquinas de la caridad, dicho sea con el ánimo de ayudar a la Uefa a propagar los valores del fútbol. Del egipcio se cuenta que no se mueve un pobre en Egipto que no merezca la inmediata atención del goleador del Liverpool. Del portugués se ha sabido que regaló unas zapatillas de su marca, edición limitada a Marcus Rashford, joven promesa atacante del muy romo United de Mourinho.

Si no cae la Decimotercera, tampoco pasará nada: llega el Mundial de Rusia, y aquí paz, y después, gloria.

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