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David Gistau

Goles son amores

David Gistau

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En las películas ochenteras de Superman, las de Christopher Reeves, hay un momento en que el héroe renuncia a sus superpoderes por amor. Se alivia, por añadidura, del voto de soledad que es tan inherente al paladín desde los tiempos de los «desfacedores» de la ... caballería galante que los escritores de novela negra se lo impusieron también a sus detectives. La renuncia a sus poderes por amor se nos antojó siempre una gran pelotudez de Superman. Vamos, para llevarse las manos a la cabeza. Un tipo más o menos alienígena, de naturaleza providencialista y mesiánica, tiene la capacidad de volar, de retorcer inmensos puentes de acero, de librar peleas con seres prodigiosos y de salvar a la humanidad varias veces al mes. Vive solo, está en forma, el peinado con fijador le hace un rizo monísimo y tiene también un picadero en un maravilloso paraje congelado donde las novias le ronronean durante el finde, extenuadas. Y el muy memo va y renuncia a todo eso para contraer matrimonio como usted y yo y sacar la basura por las noches en un adosado cualquiera de una zona residencial mientras fuma tres caladas a hurtadillas, no sea que lo vea Lois. Superman fue un gran botarate. Lo bueno es que recibió castigo cuando en un bar fue golpeado por un hombre corriente, de camisa leñadora, y por primera vez sangró. Se ve que aquello no le hizo gracia porque se restauró en cuanto pudo los superpoderes y lo primero que hizo fue regresar al bar para vengarse, abusando como superhéroe del hombre que lo había derrotado como igual. Eso no le gustó a mi padre en el cine y me lo hizo notar. Lo dicho: Superman es un gran pelotudo.

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