LIGA BBVA
El Atlético sigue en caída libre
Dos goles de Toquero hunden al equipo de Quique, herido por la improcedente expulsión de Perea
JOSÉ CARLOS J. CARABIAS
La energía que insufló Quique Flores al Atlético, aquel torrente de vitalidad que trasladó dos títulos a las vitrinas del Calderón, se ha desvanecido. El equipo rojiblanco navega a la deriva, transportado por una espiral negativa tan frecuente en los usos y costumbres de la ... entidad.
El Athletic taladró a su enemigo sin aportar muchas credenciales para la victoria. Se hizo fuerte a partir de la improcedente expulsión de Perea, otra excusa en el manual de insatisfacciones del Atlético para justificar su propensión al cero patatero. Dos goles de Toquero calcinaron a un grupo que sigue en caída libre.
Venía la tarde adscrita a un halo de normalidad preocupante para el Atlético. La alineación movía a la unanimidad, el horario a las cinco de la tarde rescataba sabores y olores añejos en la ribera del Manzanares antes de que la tele gobernase nuestras vidas, y el partido arrancó como mandan los cánones. Progresiva aceleración rojiblanca, ocasiones sin pausa que anunciaban el gol y un equipo entregado a las ocurrencias de sus virtuosos: Reyes, Kun Agüero y Forlán.
El tarde traía un aire de otro tiempo. El Athletic, con su comandante Llorente a la cabeza, peleaba con cierta furia, pero no tanta como gasta en San Mamés, donde su genética se transforma al calor de su gente. Eran los bilbaínos un equipo reconocible. Ronchas de piel por el césped, ardor guerrero en cada fricción por el esférico y peligro latente en cada balón quieto, sobre todo en la especialidad de Caparrós: las faltas frontales al área, peine de Llorente y un voluntario al rechace.
Buen comienzo
Puso el Atlético los andamios para levantar la victoria. Se expresó con cierta lentitud, sin el vigor y la alegría de la que hacía gala en septiembre y octubre, pero ese tranco fue suficiente para ir haciendo mella en el Athletic. Un equipo siempre al bordo del zarpazo aunque, históricamente, sin la sutileza de la técnica a su lado. Tocó cuatro veces el Atlético con mucha propiedad y un punto de velocidad y decantó el partido hacia su cazuela.
Pudo marcar Kun Agüero en un cabezazo que despachó fuera por exceso de confianza. Tuvo el gol Reyes y lo perdió por otra sobredosis de emoción en su pierna izquierda. Chutó Forlán al larguero y trece minutos más tarde el Calderón se levantó a coro para cantar el tanto que no llegó después de una galopada del uruguayo con tiempo para pensar en que parte de la red de Iraizoz la depositaba.
Tenía el partido agarrado por la solapa el Atlético cuando, de repente, como siempre, surgió su proverbial fatalidad para encontrar los problemas. Fue un balón que Llorente bajó del cielo y Perea se ofuscó al atosigarlo. Tocó ligeramente su pie de apoyo y el riojano cayó como un fardo. Puede entenderse como penalti, penalti light en todo caso, pero nunca roja como decidió el árbitro. El Atlético se quedó con diez y Llorente falló el penalti. Pero de la anormalidad no sacó esta vez petróleo el conjunto de Quique. Toquero remató suave un centro desde la derecha y no hubo milagro De Gea esta vez: 0-1 y a remar.
Lo que vino a continuación fue un ejercicio de impotencia, el fútbol con las manos en los bolsillos. El Atlético mostró su inapetencia, una cara lánguida cuando lo que se exigía en ese instante era una demostración de carácter, el tipo de respuesta que no negocia con la resignación. Morir o ganar.
Nada de eso se vio. El Atlético no se empleó a fondo en una evidente debilidad de carácter y cuando Toquero rascó el segundo en una metódica triangulación de Javi Martínez, todo el Calderón sabía que no había remontada posible. Faltó fe, emoción y convecimiento. Demasiadas lagunas.
El Atlético bajó los brazos en una inaceptable renuncia colectiva. El equipo no contagia un gramo de entusiasmo a su gente y el Calderón dimitió una vez más, el público en fuga harto de pupas y heridas que nunca cicatrizan.
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