liga de campeones
Una paciente tarea de demolición en el Bernabéu
El Madrid pasa a cuartos de la Champions tras un partido en el que supo minar poco a poco la resistencia de un CSKA excesivamente tímido
josé m. cuéllar
Suele pasar al salir al Bernabéu. Te dice el técnico «un poquito atrás y a ver si les pillamos a la contra». Pero sales, ves aquello, las gradas cayendo sobre tu cabeza e, inconscientemente, das dos pasos atrás. Y cuando te acaba faltando el resuello ... por haber perdido el balón debido a esos dos pasos atrás, das cuatro, y luego seis, hasta que de pronto topas con un compañero. Te vuelves y es tu portero, que intenta sacarte de allí en vano. [Así lo hemos narrado]
Algo parecido le pasó al CSKA. Salió con un esquema bien diseñado. Presión arriba, muy ordenada, algo lejos de su portero, aunque menos de lo que dictaría la razón, pero suficiente para hacer daño a un Madrid que lleva semanas con la brújula dañada, tales son los marcajes a Xabi Alonso, sin el desahogo que tenía antes con Granero. Aquello sonaba a atasco, y a atasco de los buenos. Algo plano (más bien llano y seco) el Madrid, y animado el ejército moscovita porque aquello pintaba bien. Incluso se acercó a los dominios de Casillas con culebreos intermitentes del buen Musa o algún destello de lucidez, de esos que le destacan, de Dzagoev. [Estadísticas]
Entonces sucedió. No se sabe si por designios del jefe Mou o porque se hartó, pero Ozil decidió que ya estaba harto de quedarse anclado en la banda. Así que debió pensar aquello de «ahí se va a quedar tu prima la coja», y se fue al centro con todo su armamento de rayos X. Fue instantáneo. Como si le hubiese tocado una maldita varita mágica, el CSKA se desenchufó del partido. El turco alemán aparecía por todos lados, tocaba, se iba y aparecía por el lado contrario, como si la transición fuese algo natural, tocaba otra vez y ya la zaga rusa tenía un quilombo del diez. [Las mejores imágenes del partido]
Los rusos tuvieron que multiplicar sus esfuerzos defensivos y morder tanto la bala que se quedaron sin pulmones para salir. De durarles el balón segundos pasó a durarle décimas, y entonces dieron dos pasos atrás. Suficiente. Ozil vio un pase imposible a Khedira, de esos que solo ven sus ojos soñadores y el Bernabéu adivina un segundo después. Es justo decir que luego Khedira se movió con maestría para acabar dando otro servicio maestro a Kaká. De ahí a Higuaín que entró con la decisión de un 9 nato.
El gol, a qué decirlo, derrumbó los cimientos del CSKA, que ya apenas volvió a salir más que por el lado de Musa, siempre incansable y sacando réditos de los desvaríos defensivos de Marcelo. Pero los blancos no se apresuraron. Con la misma paciencia que habían tenido al principio, siguieron su lenta tarea de demolición, entrando por aquí uno, dos por el otro, tres por el medio, dinamitando poco a poco el físico moscovita, pensando que en la segunda mitad vendría el derrumbamiento definitivo.
Una pedrada seca y dura
Ese impasse a ver si el otro se caía se cargó el partido. También el aguante de ambos, que no están para tirar cohetes. El caso es que el ritmo decayó y, en esa languidez el que sacó tajada también fue el Madrid. Le ayudó Chepchugov, al que no le enseñaron que en los balones botados hay que poner el cuerpo en línea con el cuero y que si viene abajo hay que meter rodilla al suelo para que no se te cuele por debajo. No hizo lo primero y se tragó el cañonazo que le envió Cristiano a ver si sonaba la flauta. Sonó porque el balón llegó como una piedra, seca y ruda, tocó en la hierba y de pronto salió como una bala. El ruso se lo comió entero, y con él se comió también la eliminatoria porque estaba claro que solo un milagro podía ya salvar a los moscovitas.
A partir de ahí, todo fue rodado para el Real. Salió Benzema y, como está en estado de gracia, tocó el primer balón y gol. Fin de la historia
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