El Barça cae sin fútbol ni dignidad

Hacía mucho tiempo que el Barça no perdía la Champions en diciembre. Xavi, el entrenador que Laporta no quería y que aceptó a regañadientes cuando el naufragio de Koeman le dejó sin opciones, fue manifiestamente superado, derrotado, desnudado por Julian Nagelsmann , uno de los técnicos preferidos de Laporta. No hubo milagro pero puede que asistiéramos a una profecía.

La nieve y el frío anticipaban la dura noche alemana. Y lo primero que pasó se pareció a la meteorología, con un monumental fallo de Ter Stegen que le regaló un balón a Lewandowski y obligó a Busquets a hacer una falta al borde del área y a ver una amarilla que pudo ser roja. El Barça intentaba cosas, pero ‘sin gol’. Esto de ‘sin gol’ también me hace mucha gracia. ‘Sin gol’ es lo mismo que decir sin fútbol, porque el gran y único propósito del fútbol es el gol. Sin gol es como sin artículo: no sirve para nada, por muy buenas ideas que tengas. El Bayern iba lento, pero iba, y poco a poco se iba haciendo con el partido. Incluso lentamente. Como el mar, que siempre vuelve. Y como la nieve, que no paraba de caer en la gélida noche bávara. Araujo le hizo una falta a Davies que estuvo cerca del penalti. Vio la amarilla, pero sobre todo la impotencia de poder parar sólo con falta la temible potencia local. El Benfica se adelantaba contra el Dinamo. El Barça estaba fuera de la Champions.

El Barça hacía cosas –como el presidente Rajoy diría de los catalanes–, pero siempre inofensivas y era incapaz de concretarlas porque ‘no tiene gol’, ni estaba cerca de tenerlo. El Benfica marcaba el segundo y precisamente con goles se aseguraba el segundo puesto en disputa. Xavi ponía cara de asco, no se sabe si porque empezaba a pensar que sólo de milagro podía levantar aquello o bien porque asumía que ni el milagro llegaría. El Bayern no era como muy superior al Barça, pero de fondo se cocía el drama y era cuestión de tiempo de que empezara a representarse. Ter Stegen corrigió su error inicial con una mano providencial que desbarató un centro de Müller que Lewandowski habría rematado a gol. Alba, que jugó sabiendo que estaba tocado, se rompió; y le sustituyó Mingueza. Si ya íbamos mal, pasamos a ir peor. Cada vez más largas las posesiones alemanas, y lo que tuvo que ser fue en el 33, y Müller de cabeza pudo rematar de cabeza el primero de la noche gracias en parte a todas las facilidades que le puso el recién salido Mingueza, de una pasividad tan exagerada que fue hasta extraña. Araujo pareció que la salvaba pero la pelota ya había entrado.

Quedaba mucha noche por delante, y mucha nieve, y mucho frío, y mucha Alemania, pero lo que teníamos que saber ya lo sabíamos, el suceso ya se había desencadenado y Sané marcó el segundo de un disparo desde su casa, que entró gracias a otro terrible fallo de Ter Stegen. La humillación caía lenta como la nieve y con la creciente sensación de que acabaríamos francamente mal. Partido de niños contra hombres. O lo que es lo mismo, de catalanes contra alemanes. Tener cualquier esperanza de una posible remontada no era creer en milagros, eran simples y absurdas ganas de engañarse. Al regreso del descanso, la cara de Xavi en el banquillo era un poema, y un poema trágico. No le faltaba razón, porque en el 47 Sané perdonó el tercero en lo que más que un fallo pareció una obra de caridad de Sané. Nico entró por un otra vez decepcionante Dest. El Barça no sólo era inferior sino mentalmente débil ante un Bayern que había tomado posesión no sólo del partido sino del alma de su rival, y quedaba por ver si también de su dignidad. Los fantasmas culés danzaban al ritmo de los vertiginosos ataques del Bayern, y las sensaciones eran tan tristes, y tan desesperadas, que hasta la Europa League que nos esperaba parecía un reto inalcanzable. Por el juego, por supuesto, pero también por una mentalidad de vencidos impropia de lo que es este club –o de lo que este club cree ser– y que proyectaban una desoladora imagen.

En el 62, Davies volvió a superar a Araujo y Musiala marcó el tercero. Como en el partido de la ida, daba la sensación de que si los alemanes nos querían meter seis, nos los meterían, pero tampoco parecían con una ganas excesivas de hacer sangre. No es que renunciaran a marcar más goles, pero tampoco les iba la vida en ello. Con el gol de Musiala , el Barcelona llevaba encajados más goles (26) de los que en los 21 partidos de esta temporada ha marcado (25). Es lo que hay. Esto es el Barça. El de Koeman y el de Xavi. El de los socios propietarios, aunque no creo que esto tarde en cambiar, porque si Laporta quiere hacer algo que no sea el ridículo la próxima temporada tendrá que ser fichando a lo grande con el dinero que va a prestarle Goldman Sachs a cambio de hacerse con el control Barça. Para que la noche acabara de resultar grotesca entraron Riqui Puig y Coutinho, como si Xavi quisiera explicitarle todavía más al mundo, para que no quedara absolutamente ninguna duda, lo bajo que ha caído su equipo.

Pese a la vergüenza de quedar en diciembre fuera de la Champions , no fue una noche especialmente triste porque veníamos ya de mucha tristeza acumulada. De una tristeza profunda, impotente, resignada. De una tristeza para la que no tenemos antídoto ni sabemos cómo se sale, como cuando la nieve y el frío y la derrota te tumban al suelo y piensas si tiene algún sentido levantarse, perdida ya toda esperanza. El Barça renacerá, como algún día Cataluña –supongo–, pero todo lo que hay tiene que borrarse.