amistoso
España borda el aburrimiento ante Italia
La selección, muy superior, vence en la última prueba antes de la lista definitiva. Debut sin brillo de Diego Costa y homenaje a Luis Aragonés

Aburridísimo encuentro entre España e Italia que sirvió de homenaje a Luis Aragonés. Quedémonos con eso. Si no hubiese sucedido lo de Luis, trágica noticia, este partido no hubiese habido manera humana de justificarlo que no fuera el último disco de Raffaella Carrá.
Se cantó un Ave María (ni el de Schubert ni el de Bisbal) para Zapatones. Uno se imaginaba entonces a Luis en las alturas meneando la cabeza protestón. No le gustaban los homenajes antes de los partidos. Ni el suyo. Antes habían sonado los himnos. Alguien dijo una vez que la duración del himno era inversamente proporcional a la importancia del país. En el de España desde luego no se demoraron. Con Putin coleando parece que los himnos se cantan con más brío. [Así narramos el partido]
La selección ha derivado en algo que no es solo, o no necesariamente, un lugar donde van los mejores; ya se supera esa acepción de grupo selecto, para convertirse además en otra cosa, un lugar de consenso donde los futbolistas se llaman y se piden perdón, donde se curan las heridas de los derbis y donde Ramos es el primero en «integrar» al nuevo, Diego Costa, del que se predica timidez, buenos modales. Yo hasta le he visto un remilgo. Es más, se le está poniendo la cara de Cesc. Es decir, la selección como equipo del buen rollo, del limar asperezas, con su puntito de cardenalismo. En eso, Del Bosque es un maestro. Un maestro de la bisectriz y de no pisar callos salvo a Florentino. Cómo no será la cosa que en el autobús de España no pone España sino «La Roja». Los futbolistas salían de allí entre algodones. Pero literalmente, los futbolistas andan, están rodeados, flotan en algodones como las pastillas en los frascos.
El público de la selección somos todos. Sí, pero no. Hay también un público determinado, ingenuo, crédulo, animoso, lleno de la mejor llaneza española. Ese español estadístico que tan bien, mejor que nadie, personificó con su boina de rabo inconfundible Manolo el del Bombo, Sin embargo, el campo no se llenó. España, de fosforito y negro (no era bastante el crespón). De luto completo, como una vieja. España salió con la novedad de Costa, y Thiago y Cesc haciendo de Alonso y Xavi. Probatura quizás, justificación técnica del bodrio balompédico. Por detrás, Martínez y Ramos, sin demasiados problemas. El juego de España fue inicialmente ligero, muy rotatorio, con dos movilidades: la de Pedrito (personal) y la de Iniesta, gravitatoria, acompañada de futbolistas que le rondaban. La diagonal de Iniesta, que a veces parece, cuando se aborta, un intento de fútbol chiquitistaní (pequeño, genialoide) acabó derivando en un trasiego de pases de un narcisismo vergonzoso. A veces, Iniesta cogía la pelota y simplemente rodaba alrededor de sí mismo.
Muy pronto, el fútbol de Italia, pobrísimo, parecía más real que el de España. Tuvo dos ataques con Cerci y uno de ellos acabó en el poste. Casillas para con los palos, que parece que son los palos de su cruz (cantado martirio el suyo) que desmonta para hacer su portería. Diego Costa no parecía el mismo. Se fue perdiendo en el juego de España. Miraba la máquina opiácea de pases y solo tuvo un par de potentes rupturas y algún buen primer toque, pero fútbol de espaldas, de evacuación. Le iban quitando los espacios quitándole las posibilidades de ser Diego Costa. Esta España parece que considera indigno el espacio y el chut. Se chuta solo si no hay posibilidad de pasar a un compañero. Mientras haya posibilidad se sigue pasando.
En el minuto 42, una arrancada de Pedro en banda, individual, solitaria, que no acabó en nada arrancó aplausos y hasta ovación. Se coreaba su nombre como el de un héroe. Era un intento puramente personal que en el sopor sistemático resultaba hasta emocionante. España sigue un procedimiento taurino y el público suena igual. Un silencio absoluto que se rompe con el olé del pase ligado y con un ay de miedo si por una de aquellas ataca el rival. Este fútbol no es el de Cruyff. Este fútbol es morboso, absurdo, de un extremismo y de un abuso del rival que llega a parecer molesto a una sensibilidad desarrollada. Los periodistas lo adornan de una jerga incomprensible de pivotes, toques, profundidades, dándole a todo un aire de cosa sublime. Es más, es un fútbol que en el campo resulta más aburrido aun que en la tele, cosa anormal.
En la segunda parte entraron Alonso y Silva, que le quisieron dar algo más de ritmo al juego. En una entrada del canario llegó el gol: taconazo de Iniesta en el área, balón suelto y llegada de Pedrito, que es el que más se mueve, el de fútbol más vivo. Se hizo justicia. Eso sí, así el Mundial no se gana y Brasil no es sitio para ir a bostezar.
Noticias relacionadas
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete