LIGA DE CAMPEONES
Wenger y Pellegrini, más prestigio que victorias
La jornada europea deja en entredicho a dos técnicos del «jogo bonito»
hugues
Lo dijo el inglés Howard Wilkinson: «Hay dos tipos de entrenador, el que han despedido y el que será despedido». Wenger parece inmune al resultado y lleva tantos años en el Arsenal que el nombre suena a derivación de Arsène. Al ser fichado, un diario ... británico le recibió con esta portada: «Arsène who?». 18 años después, ha moldeado el club a su imagen hasta desbritanizarlo.Esto, con el tiempo, se antoja un éxito dudoso. Se echa de menos la rudeza aborigen de sus defensas alcohólicos.
Wenger ha llevado la figura inglesa del mánager a sus últimas consecuencias, practica un fútbol apaisado y tocón de origen holandés y tiene un gusto por el descubrimiento y la formación de promesas muy francés, muy de Clairefontaine, que es como la École Normale del balón. Al aunar dos parafilias ibéricas, el tikitaka y la cantera, se ha convertido en ídolo de un sector de aficionados dignos de capítulo en un moderno «Libro de los snobs» de Thackeray (no confundir con la ginebra). Son gente que va al fútbol como a ARCO, a estirar el meñique (¡Pellegrini y Wenger, los Gilbert y George de la posesión!). Es el «hesteticismo» de Romero Peche que conocimos por Quintano. Wenger, el «Freud de los banquillos», aclaró una vez el objetivo de su fútbol: «Si lees un gran escritor, te toca profundamente y te ayuda a descubrir algo nuevo sobre la vida. El día a día de la vida es importante si lo transformas en algo que se asemeje al arte. Y el fútbol es así». Otra vez reconoció: «Más allá de los títulos, estoy orgulloso de nuestro estilo». Estilo proviene de «stilus», instrumento del artesano. Del artesano pasamos al artista, que tiene estilo, maniera, y así al fútbol le nace el manierismo.
El estilo de Wenger, antibritish de origen, ha acabado por dar lugar al «boring Arsenal», un fútbol tan civilizado y tolerable que parece una forma más de aburrimiento inglés. Mourinho, Góngora del banquillo que no rehúye pendencia alguna, ha sentenciado: «Es un especialista en fracasar». Y aunque no se le pueda culpar de la derrota contra el Bayern, lo cierto es que lleva ocho años sin levantar un trofeo. Wenger parece creer que haciendo las cosas bien se gana, pero el gol y la victoria tienen un componente azaroso y dionisíaco que no admite control. Hay algo divino en el fútbol que le da la espalda. Por su parte, Pellegrini, otro poseso de la posesión, con la misma apostura de galán maduro, de dependiente del Corte Inglés con muchos trienios, tras haber levantado títulos en Sudamérica solo ha conseguido una Intertoto en Europa. Es un especialista en organizar maravillosamente equipos pequeños a los que deja en óptimas condiciones de perder. En el Madrid logró un récord histórico sin títulos (virtuosismo de la derrota memorable). Sus equipos realizan un fútbol agradable, distraído, que a nadie quita el sueño y tiene algo triste, un abatimiento gris y azul que alcanza a sus jugadores. En el Madrid fue utilizado por los detractores de Mourinho y convertido en emblema del señorío amable. Claro, Pellegrini era el rival perfecto. El martes decepcionó con su acomplejado planteamiento ante el Barça (estos entrenadores no aspiran a ganar a su modelo) y luego desmintió su reputación culpando al árbitro. El señorío, desmoronado. La Premier será la pugna entre Mourinho, ganador en discusión, y estos entrenadores prestigiosísimos con escasa costumbre de ganar.
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