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Michael Schumacher: la leyenda del tiburón insaciable

Aficionado a la cerveza y los amigos, forofo del fútbol, seguidor de Phil Collins, practicante del esquí y apasionado de su Harley Davidson

Michael Schumacher: la leyenda del tiburón insaciable ap

j. carlos carabias

El sueño de todos los campeones es el recuerdo de Michael Jordan . Aquella finta, con cambio de ritmo hacia atrás, aireando el campo, en la que se hizo hueco para lanzar un tiro desde la personal en el campo de los Utah Jazz, último partido de la final de la NBA, y el mejor jugador de todos los tiempos anticipando con el índice su condición de número uno mientras la bola surcaba y entraba en el momento decisivo, último segundo y título para los Bulls. Así se quieren despedir todos. Y en esas se encuentra Michael Schumacher. [ Texto publicado el 11 de septiembre de 2006 en ABC, día en el que Schumacher anunció por primera vez su retirada] .

Se va. El logotipo del automovilismo moderno, icono de la Fórmula 1 en todo el mundo, ha decidido echar pie a tierra . Lo anunció circunspecto y solemne desde la atalaya de su palmarés, del pasado más reluciente en las pistas. Se marcha el hombre de los récords , aunque lo hace con el regusto aún amargo del grano que le ha salido en el epicentro del orgullo. Su heredero Fernando Alonso . No puede, de momento, sentirse como aquel Jordan, como ese Lance Armstrong de los siete Tours ininterrumpidos sin derrota, incluso del Alain Prost que cerró el kiosko como campeón mundial.

Sólo el título de 2006 dejaría colmada la insaciable ambición de Michael Schumacher, un estigma de su carácter que ya se adivinó desde niño. Desde aquel lejano 1973 , cuando su padre, gerente del circuito de karts de Kerpen (Alemania), le subió al diminuto monoplaza e ideó un futuro para él. Desde entonces, Schumacher no se ha bajado del vagón de los éxitos.

Piloto brillante en las categorías inferiores , aunque no el crack que luego resultó ser, el alemán debutó en la Fórmula 1 gracias a un iracundo taxista inglés . Bertrand Gachot, piloto de la escudería Jordan, agredió con un aerosol al conductor del taxi por un quítame allá unas libras. Gachot fue encarcelado y Eddie Jordan tuvo que adelantar el salto de Schumacher a la F1 en el Gran Premio de Bélgica, en Spa.

Maniobras sucias en pista

Tres años después de aparecer de esa manera tan abrupta, el teutón ya era campeón del mundo. Entonces comenzó a labrar su fama de piloto adicto a la polémica , a los enganchones en pista, maniobras sucias, como aquel sospechoso accidente con Damon Hill que le dio el título en Australia. Su matrimonio con Corina , ex novia de su compañero Frentzen, vino con un pan debajo del brazo para él.

En 1996 fichó por Ferrari y ahí comenzó la auténtica leyenda de Schumacher. La conexión roja que enlazó Kerpen con Maranello, Alemania con Italia, y a Ferrari con las emociones de medio mundo. También arrancó la historia de una pleitesía. El segundo piloto del cavallino rampante debía ser obligatoriamente un felpudo a su servicio.

En 2000, el ahora heptacampeón reclamó que se cambiase al irlandés Eddie Irvine por alguien con temperamento más suave. Llegó Barrichello, otro símbolo . El de la docilidad. La secuencia que le impulsó a los altares (títulos mundiales de 2000, 2001, 2002, 2003 y 2004) coincidió con la etapa más plomiza de la Fórmula 1.

El gobierno por avasallamiento termina por cansar a todo aquel no ferrarista o alemán. Ahí labró el germano su palmarés inigualable , ahí llenó su cuenta corriente hasta el desborde (se calcula que su patrimonio ronda los 500 millones y su sueldo anual, los 80).

Casado con Corina, padre de dos hijos, Gina Maria y Mick , aficionado a la cerveza y los amigos, forofo del fútbol, seguidor de Phil Collins, admirador de Harald Schumacher (el portero de la selección germana en el Mundial 82), practicante del esquí y apasionado de su Harley Davidson (con la que gusta pasear de incógnito), Michael Schumacher también se ha agenciado una fama de arrogante y egocéntrico. De competidor compulsivo con mal perder.

Detesta las aglomeraciones, el peaje de los autógrafos, la fama incontrolada . Ha cambiado varias veces de casa . Se fue de Mónaco por el bullicio del Principado, de Ginebra por el tráfico . Compró una casa en Gerona y vive en una mansión en Suiza. Acostumbrado el ojo del espectador a sus saltos desde el podio, la imagen más humana del campeón aconteció en 2003.

Michael Schumacher conoció la repentina muerte de su madre horas antes de la carrera y aún así congeló sus emociones para ganar en Ímola. Luego subió al cajón en silencio y llorando. En su adiós no derramó una lágrima . Su rocoso cerebro lo tenía programado desde hace tiempo.

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