ciclismo
Van der Poel honra la París-Roubaix
El fenómeno holandés consigue su segunda clásica del adoquín después de imponerse en el Tour de Flandes. Merckx nunca pudo hacerlo
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Van der Poel, en el adoquín de la Roubaix
No hay adoquín, muro, camino de arena o pelotón organizado que frene al ciclista más excitante del momento. Mathieu van der Poel conquista su segunda París-Roubaix una semana después de levantar su figura en el Tour de Flandes, la esencia del ciclismo que ... lo tiene todo. Roubaix es la épica, el monumento de 120 años por los caminos de labranza, el polvo o la lluvia, el miedo, la fiebre, el honor y la gloria. Van der Poel honra el ciclismo y la París-Roubaix.
En el 'Infierno del Norte' los canales de asfalto que lindan con los sembrados agrícolas son escapatorias de los ciclistas para esquivar los 55 kilómetros de adoquines, el temblor de brazos, el dolor de muñecas, las cadenas sueltas, la sangre de las caídas...
Los organizadores tratan de evitar la charcutería de bicis al suelo y huesos rotos frenando la velocidad (casi 48 por hora, una exageración al final de las seis horas) con una chicane a la entrada del Bosque de Arenberg, el túnel de pavé en el que se rompe cada año la carrera.
La limitación logra su propósito, los ciclistas no llegan como locos a Arenberg, enfilados y furiosos, sino pausados y al trote. Hasta allí se ha presentado el Alpecin, el equipo del champú de café, como una locomotora al gobierno de la jornada, una hilera de soldados al servicio del portento Van der Poel.
El neerlandés acelera como corresponde, selecciona con su habilidad en la bici, tritura al personal con su fuerza bruta, su determinación para actuar. El pelotón, que ya viaja muy fracturado a 94 kilómetros, se tensa al impulso del jefe. Es la llamada a la oración.
El Alpecin ejecuta una carrera modélica, siempre en la punta, sin recambio en los relevos, tragando polvo y viento por los 29 sectores adoquinados. El danés Mads Pedersen muestra su candidatura, con sus compañeros al galope, él mismo saliendo a los acelerones de Van der Poel.
Nieto de Poulidor
Pero el talento de este holandés, nieto de Poulidor, hijo de Adri van der Poel (que ganó la Roubaix en los ochenta), es tal que le da lo mismo los muros empedrados de Flandes, los senderos blancos de la Strade Bianche, el descenso del Poggio en la Milán-San Remo o los adoquines que llevan hasta el velódromo de Roubaix.
Es el mejor clasicómano que recuerdan las décadas, al nivel o por encima de un prodigio como Peter Sagan, triple campeón mundial en ediciones consecutivas, vencedor de todo. Parece más completo Van der Poel, autor de una marca insuperable: ha disputado 16 'monumentos' (las cinco mejores clásicas del mundo) y ha terminado 15 entre los diez primeros.
Son tres Tour de Flandes, dos París-Roubaix, un Mundial, una Milán-San Remo, una Strade Bianche, líder del Tour de Francia 2021 con sus etapas... Una auténtica locura con 29 años.
A 58 kilómetros de la meta, en el tramo cinco estrellas de Orchies, Van der Poel salta por la izquierda, acelera como un animal y se marcha en el adoquín de máxima dificultad como los escaladores escapan en los puertos. Su cuerpo de 1,84 y 75 kilos se agarra al piso, no bota como los pesos ligeros, y empieza el baile.
Diez segundos, veinte, cuarenta, un minuto y hasta luego, porque los intentos de Pedersen los anulan los 'Alpecin' Vermeersch y Philipsen, imponentes en el trabajo. Nada que hacer, salvo accidente del fenómeno. «Lo he soñado desde niño», dice en la meta, embutido en el maillot arco iris de campeón del mundo y con el adoquín entre las manos.
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