Ion Izagirre prolonga el éxito español en el Tour de Francia

El primero de ellos es Pello Bilbao, quien el martes, en una demostración paciente de fuerza e inteligencia, consiguió su primer triunfo en el Tour de Francia a los 33 años. El segundo es Ion Izagirre, cuya exhibición técnica, exquisita, suicida, en el descenso del Croix Rosier le permite abrir una herida incurable con el resto de fugados. Un océano le separa de Jorgenson y Burgaudeau, tiene todo el tiempo del mundo el guipuzcoano del Cofidis para saborear el momento que embellece una carrera prolífica, entra en la pequeña Belleville-en-Beaujolais y saluda con efusividad al gentío amontonado sobre las aceras. Siete años después de ganar en Morzine con la licra del Movistar, el pequeño de los Izagirre, con el más expresivo rostro de felicidad posible, cruza la meta en primera posición en Francia por segunda vez en su vida. «Sabía que a este Tour llegaba en buena forma. Sentía rabia al no haber tenido oportunidades en los Pirineos y esta vez salió todo perfecto. La gente de casa llevábamos demasiados años sin ganar aquí, pero ahora que siga la fiesta», dice, radiante, el de Ormáiztegui tras beber una cantidad ingente de agua, recuperar el aliento y subir al escalón más alto del podio.

Lejos quedan aquellos días donde la ronda gala solo evitaba la siesta en los altos picos alpinos o pirenaicos; este Tour es despiadado cualquier día distinto a la planicie. Además, la media montaña que dibuja el recorrido de la duodécima etapa toca el ego de esa clase de ciclista de quilates que no opta a la general. Los intentos de fuga se multiplican desde la misma salida en Roanne, donde monstruos como Wout vanAert o Julian Alaphilippe buscan con obsesión su primer triunfo en esta edición. Pero esos mil intentos de huir del pelotón mueren poco después de nacer; la escapada es inevitable, pero aún son demasiados hombres con un mismo objetivo.

El azar y el empeño acaban conformando al grupo elegido. Hay demasiada calidad en él –personificada en ilustres como Van der Poel, Pinot o el mismo Alaphilippe, cuyo afán no corresponde a la poca energía que demuestra tener en este Tour y acaba siendo devorado por el pelotón–. Es el prodigio Van der Poel quien ataca en la bajada al Croix Montmain, reclama el neerlandés un papel protagonista en una carrera donde se ha dedicado a lanzar al veloz Philipsen, pero las pletóricas piernas del vasco le dan caza en el Croix Rosier. Contraataca Izagirre, como si un búfalo fuera, en el tramo final del puerto, revienta a Van der Poel y desespera a Matteo Jorgenson, que ve como cada intento de atrapar al fugado es arruinado por Guillaume Martin, compañero del español en el Cofidis. La victoria es plácida, abrumadora; el campeón de España y ganador de una etapa del Giro, con 34 años, brilla de nuevo en el Olimpo de este viejo deporte.