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Tour de Francia

El Aspin y los Pirineos a la vista

Comienza el duelo entre los grandes. Valverde avisa sobre Contador: «Sabe reponerse y es candidato a todo»

Contador conversa con Froome AFP

J. GÓMEZ PEÑA

Montauban forma parte de la Francia mejor conservada, la rural, la callada. Ladrillos rojos en las fachadas y ovillos de paja en las cunetas. Y sol, como está mandado en julio. Un sol abrumador, de plomo . En este paisaje manso, de vacaciones, hubo fuga (Arashiro y Barta) y hubo sprint, el tercero en seis etapas que gana Mark Cavendish . Dice la clasificación del día que fue más veloz que Kittel, McLay y Kristoff. La historia dice más: con la de Montauban, Cavendish suma 29 victorias, una más que Bernard Hinault y sólo cinco menos que el único que aún se le resiste, Eddy Merckx.

Treintañero con rostro de niño malo, Cavendish se ha entrelazado con las leyendas de este deporte. Es Usain Bolt sobre ruedas . El más rápido de este deporte centenario. Ahora que llegan los Pirineos, no sabe si irse ya a casa con los suyos. Ha cumplido. Ha ganado una de cada dos etapas disputadas. Superar a Hinault le carga de flores. Ya es un monumento. Se vaya o no, su recuerdo se conservará siempre. Como la impecable Francia campestre.

Es curioso el Tour: ni una nube y, sin embargo, todos temen que lluevan piedras. Nada más cruzar la meta, los favoritos preguntaron por el parte meteorológico para el día siguiente, el que sube el Aspin y baja al Lac de Payole . La puerta que abre los Pirineos. No se fiaban del sol de Montauban. También lucía hace justo un año en La Piedra de San Martín. Y allí, Froome lapidó a todos. A pedradas. Enterró en cemento a sus rivales en el primer puerto. K.O. en un pispás.

«Vienen días felices», anuncia ahora el británico, siempre disponible para las cámaras. «Seguro que Froome hace como el año pasado y nos ataca a la primera» , sospecha el huidizo Quintana, alérgico a los medios de comunicación. El británico de Kenia y el colombiano del Movistar llegan en tablas al Aspin.

Exigente examen

Contador no. Sigue con la pierna zurda triturada por las caídas. Abultada. Mala pinta. «A ver hasta dónde puedo llegar», comenta, dolido por eso y por la traición de su mejor gregario, Kreuziger , en la llegada del miércoles. El Aspin examina a Contador demasiado pronto, demasido alejado de los primeros y le pilla demasiado solo, abandonado a su suerte por su equipo. Mucho peso para una espalda tan resquebrajada. Tirará de su muleta: el carácter . Indomable. Orgulloso. La etiqueta personal de un vencedor de esta carrera.

La lluvia de piedras del Aspin le amenaza. Es una montaña con buena memoria. En 1950 el duro italiano Gino Bartali se rindió . No por falta de energía, sino por miedo. Aquel público francés de posguerra le amenazaba. Un exaltado le tiró. Bartali reclamó auxilio a un motorista de la organización. Le dejó solo. Y en el descenso, un coche de la carrera le arrimó al abismo de un barranco. «Ahí dije basta». La selección italiana se retiró. Cuidado con el mal genio del Aspin.

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