Tras el rastro de las panteras fantasma

En pocos lugares del mundo pueden ser vistas en entornos urbanos. Uno de ellos es en India. En España es raro

Julio

Un imponente leopardo visita un abrevadero en un bosque urbano, en Jaipur, India

José Carlos de la Fuente

Vendrell

La oscuridad ha cubierto el patio con el hechizo feérico de la noche oriental. El silencio se rasga por el chillido estridente del mochuelo brahmán. La cámara de seguridad, instalada en un rincón del recinto, recoge las imágenes en blanco y negro que componen ... la escena. De repente, en el encuadre aparece un leopardo. Es como si una de las estatuas del Patio de los Leones de la Alhambra de Granada hubiera cobrado vida y vagase por los jardines nazaríes nocturnos. Su actitud es exploratoria, de intruso tímido que se ha colado en territorio ajeno. Es joven, seguramente un macho recién separado de su madre que deambula en busca de un territorio propio.

En ese momento, irrumpe una señora con un bastón trípode con el que se ayuda al caminar. La anciana se remanga el sari y se sienta pesadamente en el peldaño que salva dos niveles en el suelo del patio. El leopardo la ha estado observando, a menos de tres metros, justo a la espalda de la mujer. Se agazapa y de él sólo quedan dos luciérnagas brillando donde deberían estar sus ojos. En el mismo momento en que el cuerpo de la mujer toma contacto con el suelo y empequeñece ante la fiera, se desencadena el corto rececho. La torpeza del ataque desvela la inexperiencia de la pantera, que no acierta a morder la nuca de su presunta presa. La señora se defiende bravamente, como gato panza arriba, usando su bastón, mientas que el cazador intenta vulnerar la defensa manoteando sin mucho entusiasmo y menos acierto. Al final, el depredador pierde el duelo psicológico y huye del escenario de su frustrada carrera como 'man-eater'.

A la señora le faltan fuerzas para ponerse en pie, pero ha podido volver a sentarse. Grita por fin y consigue alertar a los demás habitantes de la casa. Rápidamente, el patio se llena de los familiares alarmados. La mujer ha sobrevivido por pura suerte al ataque de uno de nuestros arcaicos depredadores específicos.

Actualmente, esta escena ocurre en pocos lugares del mundo, como en la colonia lechera de Aarey, un barrio junto al singular bosque del mismo nombre enclavado en la macrourbe de Bombay, zona de amortiguación del parque nacional Sanjay Gandhi, también rodeado por la ciudad. Como pocas ciudades en el mundo, Bombay puede presumir de poseer una auténtica jungla dentro de sus límites urbanos. Esta circunstancia hace que, en algunas ciudades de la India, como Jaipur, Udaipur o la ya mencionada capital del estado de Maharastra, se dé una situación casi distópica en la que los grandes gatos rondan los barrios en los que viven millones de personas.

Un imponente leopardo visita un abrevadero en un bosque urbano, en Jaipur, India J.C. de la Fuente

Las autoridades indias se enfrentan a presuntos 'devoradores de hombres' de forma casi cotidiana y los manejan buscando un equilibrio entre la obligación legal de conservar la biodiversidad, de la que estas especies son emblemáticas, y la seguridad de las personas.

Pero la India, a pesar de su importante tamaño geográfico y de su peso demográfico en el contexto mundial, es una extraña excepción en cuanto a cómo nos hemos relacionado con las demás especies; en el caso que nos ocupa, con los grandes carnívoros. En contraste, en el mundo occidental, particularmente en Europa, los humanos hemos solucionado el dilema de coexistir con los depredadores, capaces de hacer de nosotros una presa más, exterminando a nuestros viejos enemigos naturales.

No obstante, esos animales extintos permanecen presentes en nuestra mente y, como a los personajes culpables de las narraciones extraordinarias de Poe, sus espectros continúan atormentándonos. Los humanos actuales somos los descendientes de los que sobrevivieron a la presión evolutiva de estos y otros grandes depredadores gracias, precisamente, a mantenerlos en mente. Hace milenios que, de saber reconocer sus rastros, de conocer perfectamente sus costumbres, dependía continuar vivo. Nuestra condición social y nuestra tecnología en desarrollo exponencial nos han ido poniendo a salvo de la acción de los depredadores, pero su rastro aún no ha sido borrado de nuestra psique, porque sabemos que, llegado el caso, para un leopardo, un león o un tigre no somos más que carne, sea cual sea nuestro estatus en la sociedad humana.

Es por eso que, en la cada vez más domesticada Europa occidental, se viene produciendo un fenómeno muy llamativo: el de las 'panteras fantasma'. Los también llamados 'Alien big cats' son grandes gatos que aparecen inesperadamente en lugares donde no viven de manera natural y desaparecen después de generar un episodio de mayor o menor histeria colectiva local. Al contrario que en países como la India, donde se debe gestionar que leopardos, tigres e incluso leones de tanto en tanto ataquen a los humanos con intención de devorarlos, como en el episodio de Aarey visto arriba, en nuestro 'seguro' mundo occidental las autoridades deben afrontar situaciones en las que esta amenaza es mucho menos tangible.

Detrás de las 'panteras fantasma' se encuentran los más modestos gatos domésticos J.C.De la Fuente

Y, siguiendo una norma muy curiosa, es más frecuente cuanto menos peligrosa es la fauna del país en cuestión, con Gran Bretaña a la cabeza, donde todas las especies de grandes carnívoros han sido extirpadas hace siglos ya.

Aunque el Imperio británico supo qué es enfrentarse a estos formidables enemigos naturales durante la fase final del periodo colonial, estas batallas exóticas se libraron muy lejos de la segura metrópoli. Las crónicas de las terroríficas hazañas de tigres, leones y leopardos devoradores de hombres nos han llegado, en muchas ocasiones, contadas por quienes se enfrentaron a ellos. Los célebres leones del Tsavo, que paralizaron la construcción del ferrocarril de Uganda, fueron mencionados en el Parlamento británico.

En España, por motivos largos de explicar, hemos conservado algunas de las especies de depredadores supervivientes a la desaparición de la megafauna europea. Mantenemos una población de lobo más o menos sana, una de oso pardo en lenta recuperación y la de lince ibérico saliendo, entre atropellos, del abismo de la extinción. Sin embargo, parece que también nos visitan los llamados 'Alien big cats', y cada vez con más frecuencia.

Este es un fenómeno interesante servido por el caldo de las redes sociales, con el aderezo lisérgico de la criptozoología y la credibilidad que proporciona el tráfico internacional de especies. A esto hay que añadir cierto grado de inocencia y la tendencia a la exageración de los relatos populares.

En los últimos años, en varias provincias se han perseguido quimeras. Han sido avistados supuestos leones, jaguares, panteras y pumas en Tarragona, Valladolid, Guadalajara, Granada y Cádiz. Todas y cada una de estas 'panteras fantasma' acabaron siendo gatos y perros del pueblo, aupados inesperadamente durante unos días a la condición de críptido.

Existen raras excepciones en las que se puede dar el caso de que un gran félido aparezca en el medio en la Península Ibérica. Pasó en Los Lunares, aquella finca de Monterrubio (Cáceres), donde se organizaban safaris de caza 'enlatados' ilegales para personas sin escrúpulos y de cierto poder adquisitivo. En una cruel farsa, se soltaba a desgraciados leones y tigres desahuciados de zoológicos particulares y circos, justo para ser 'fusilados'.

Falta profesionalidad

Dejando de lado estas posibilidades, en la mayoría de estos avistamientos se suelen repetir varios esquemas. El animal escogido siempre es grande y peligroso, de los que nos pueden comer, y además con colores extraños entre los animales salvajes, pero no entre los domésticos.

Las grabaciones y fotografías presentadas por los testigos son invariablemente malas, lejanas y confusas. Después, invirtiendo el orden lógico, empiezan a aparecer rastros, y las ubicuas y cotidianas huellas de perro resultan mucho más exóticas y misteriosas.

Huella de león y de perro en las que se aprecia la diferencia entre ambas J.C. de la Fuente

A pesar del auge reciente del rastreo en España, entre naturalistas e investigadores se sigue sin dominar aún la discriminación entre las huellas de cánidos y las de félidos, fundamental en estos casos. En el caso de estos indicios, se trata sencillamente de morfología, no de opinión. Pero uno puede observar cómo las redes sociales y los medios se llenan de diagnósticos emitidos por autodenominados 'rastreadores', a menudo precedidos de la palabra 'compatible', que siempre da mucho carácter científico. A pesar de toda la parafernalia que los acompaña, a estos rastreadores les suele engañar una huella de perro. Detrás de estos errores de bulto hay mucha más responsabilidad de lo que pueda parecer. Sería recomendable más profesionalidad entre quien asesora a las autoridades competentes. A veces me pregunto qué película habrían hecho Berlanga y Azcona con una de estas historias esperpénticas.

Tenemos en España algún verdadero experto en la anatomía evolutiva de los grandes gatos, como Mauricio Antón, o rastreadores de nivel internacional, como José María Galán, ambos muy reconocidos. Pero claro, recurrir a ellos deja al descubierto la cutre barraca de feria que son algunos programas de televisión. Cada vez que Galán interviene en uno de estos episodios y corta el nudo gordiano mediático con una identificación rigurosa de las imágenes o de las huellas, el globo se desinfla.

Y es que, hasta que no se escuchan voces realmente autorizadas, una vez el tema está en conocimiento de las autoridades y circula por las redes sociales, empieza a cundir la alarma, en muchos casos irresponsablemente alimentada por algunos medios de comunicación y dirigentes políticos, más o menos malintencionados, pero frecuentemente mal asesorados. Obedeciendo a sus propios intereses, venden terror en lugar de calma y aprovechan ese miedo profundo y tan humano que es morir devorado por una fiera. A pesar de lo aterradora que nos resulte la idea, después de todo, Granada no es Aarey.

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